lunes, 18 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 10

Las manos le temblaban cuando volvió a sacar el teléfono móvil para hacer una fotografía de la mansión restaurada. La vieja tapia, la pared de Lucía, era lo único que no se había restaurado. Era muy extraño. Se quitó la pamela, se abanicó y miró la casa mientras se preguntaba quién viviría en ella. Le pareció poco probable que fueran los mismos propietarios que tenía cuando sirvió de refugio a Alberto. Unos segundos después, cuando sirvió de refugio a Alberto. Unos segundos después, vió que había una piscina y llegó a la conclusión de que la habría comprado algún ejecutivo rico de Roma para usarla como casa de campo para pasar los fines de semana. En cualquier caso, se dijo que allí no iba a encontrar las respuestas que necesitaba. Pero antes de volver sobre sus pasos, sintió la necesidad de hacer algo más. Se volvió a poner la pamela, se encaramó a la tapia semiderruida, se apoyó igual que la Lucía en la foto de Alberto y cerró los ojos, dejando que el sol le calentara la cara.


–¿Está cómoda?


Paula se sobresaltó al oír la voz y parpadeó, confundida. El hombre que estaba ante ella parecía haber salido de la nada. Llevaba unas gafas oscuras y no podía verle los ojos, pero tuvo la impresión de que su tono había sonado amigable o, al menos, neutral.


–Oh, discúlpeme… Espero no haberme metido en una propiedad privada –se disculpó.


–Me temo que sí, signora.


–Pero hay un camino que…


–Y también hay un muro y una puerta –la interrumpió.


–Sí, pero…


–Una puerta que estaba cerrada.


–Un hombre me la abrió. Un joven que salía en ese momento.


Entonces, Paula cayó en la cuenta de que el desconocido no estaba hablando en italiano, sino en su idioma.


–¿Cómo lo ha sabido? –preguntó.


–¿A qué se refiere?


–A que soy inglesa.


–Ah, eso… –dijo el hombre con una sonrisa–. El joven que le abrió la puerta tuvo la deferencia de advertirme que tenía visita.


–¿De advertírselo? Cualquiera diría que he venido con intención de entrar en la casa y robarles la vajilla de plata o algo así –protestó Paula.


Ella esperaba que el hombre comprendiera que estaba siendo ridículo y que, quizás, hasta soltara una carcajada. Pero no lo hizo. En lugar de eso, alcanzó el bolso de Paula y se puso a rebuscar en él.


–¡Eh! ¿Se puede saber qué diablos está haciendo? ¿Es que su madre no le enseñó que nunca, bajo ninguna circunstancia, se debe hurgar en el bolso de una dama?


–Para empezar, todavía no he determinado si usted es una dama –replicó.


Él hombre echó un vistazo a los mensajes del teléfono móvil y, a continuación, la miró a ella como si estuviera considerando la posibilidad de cachearla. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario