viernes, 15 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 3

 –Lo haré.


–Estoy hablando en serio.


Alberto le lanzó la mirada que dedicaba a sus pacientes cuando aún ejercía de médico. Una mirada profunda y perceptiva.


–Disfruta de verdad, Paula –continuó–. Si estuviera en mi mano, te prescribiría una aventura romántica… No me refiero a algo serio, a un amor de verdad. Me refiero a una simple aventura con un italiano de ojos oscuros. Una experiencia cuyo recuerdo te haga sonreír. Una que caliente tus noches cuando seas vieja.


–¡Alberto! No digas esas cosas –protestó.


Él sonrió.


–Confía en mí. Soy médico.


Paula rió y dijo:


–Un médico tan atrevido como maravilloso. Un médico al que quiero con toda mi alma.


Paula no estaba exagerando. Sus padres y sus abuelos eran personas maravillosas que la adoraban; pero Alberto, además, siempre había sido un confidente y un amigo para ella. Se conocían tan bien que, cuando él se echó hacia atrás en el sillón, supo exactamente lo que iba a decir.


–¿Te he hablado alguna vez del tiempo que estuve en Italia, durante la guerra?


–Sí, un par de veces.


Ella lo dijo con ironía. Alberto no dejaba de repetir esa historia. De hecho, había sido su favorita cuando era niña. El motor del avión que Alberto pilotaba se estropeó en pleno vuelo y él tuvo que lanzarse en paracaídas. A partir de ahí, la historia se había ido embelleciendo a lo largo de los años. Paula no había llegado a conocer a su bisabuela, pero su abuela siempre decía que Alberto jamás estropeaba una buena historia con la verdad.


–Pero cuéntamela otra vez –añadió–. Cuéntame cómo te salvó aquella italiana preciosa que te encontró medio muerto en la nieve. Cómo te cuidó y te escondió durante meses de los alemanes hasta que llegaron los aliados.


–¿Para qué? La conoces de sobra…


–La abuela siempre decía que te inventabas casi todo lo que contabas. Que en realidad, la encantadora y preciosa Lucía era una vieja que te escondió una semana en el cobertizo donde metía a las vacas.


–Tu abuela no sabe nada de nada –afirmó Alberto con humor–. No me escondió en un cobertizo, sino en un lugar que había sido una mansión antes de que los fascistas lo destrozaran. Y en cuanto a Lucía… Pásame esa caja y te la enseñaré.


Paula lo miró con desconcierto.


–¿Me la enseñarás?


La historia de Alberto siempre incluía algún detalle nuevo; algún peligro añadido o algún placer que no había mencionado antes. Pero aquello era completamente inesperado.


–Pásame esa caja –repitió.


Paula había visto muchas veces el contenido de la vieja caja de galletas. Sabía que en su interior no había ninguna fotografía de Lucía, pero se la dió de todas formas. Suponía que sería algún tipo de broma. Sin embargo, la expresión de Alberto se volvió absolutamente seria cuando abrió la caja y derramó todas las medallas, fotografías y recuerdos de su larga vida sobre la mesa que se encontraba junto a él. Como la mesa era muy pequeña, algunos de los objetos se cayeron al suelo. Paula se levantó y se arrodilló para recogerlos, pero Alberto dijo:


–Olvida esas cosas. Tus uñas son más largas que las mías… Mira si puedes sacar lo que está en el fondo. 

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