miércoles, 27 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 29

Durante unos segundos, ninguno se movió. Permanecieron en silencio, sin saber qué hacer. Paula pensó que un apretón de manos habría sido demasiado formal; pero por otra parte, un beso habría sido demasiado peligroso. Al final, optó por el apretón de manos.


–Adiós, Pedro.


Él mantuvo el contacto un momento y dijo:


–Quando veniamo a contatto di ancora…


Después, le soltó la mano y Paula se acomodó en el asiento trasero del vehículo. No había entendido la frase de Pedro; pero fue evidente que él no esperaba respuesta, porque cerró la portezuela a continuación. El coche se puso en marcha y empezó a descender por la carretera. Ella miró hacia atrás y vió que Pedro seguía exactamente donde lo había dejado. Se preguntó qué estaba haciendo. La había invitado a quedarse en su casa y había rechazado la invitación. Por fin, Pedro desapareció en la distancia y el chófer redujo brevemente la velocidad para pasar por las puertas de hierro que cerraban la propiedad de los Alfonso. Los periodistas que esperaban en el exterior se subieron a sus motocicletas y a sus coches y los siguieron de inmediato, pero ella no les prestó atención. Estaba demasiado asombrada con su propia cobardía. Una vez más, había optado por lo seguro. Una vez más, se había dejado dominar por el miedo y por las imposiciones de su sentido común. Había hecho exactamente lo que hizo cuando, en lugar de marcharse de viaje al terminar los estudios, en lugar de extender las alas y aprender a volar, decidió quedarse en la seguridad del nido y enamorarse del primer hombre que le gustó un poco.  Y ahora, en Roma, volvía a cometer el mismo error. Pero, por primera vez en su vida, había vivido una experiencia nueva y ajena por completo a su control. No sabía lo que le había pasado cuando Pedro la besó y cuando le dió aquella uva. Sólo sabía que su mundo había cambiado de repente y que, aunque sólo había durado unos instantes, había sentido algo apasionante y embriagador. Algo que había desbocado su corazón y su deseo. Algo sublime. En cierta manera, era como si aquella mañana hubiera salido de la carretera ancha y despejada de su vida y se hubiera internado en un camino estrecho y sinuoso que avanzaba entre bosques oscuros. Cuando giró la cabeza hacia la ventanilla y vió que ya habían tomado la autopista de Roma, que la devolvería a su existencia segura y bien organizada, deseó volver a estar en el camino del bosque.


Quando, había empezado a decir Pedro. Cuándo. Habría dado cualquier cosa por estar tumbada en la hierba, tumbada entre sus brazos. Cualquier cosa por un solo día con él. Se quedó donde estaba, mirando el coche que se alejaba en la distancia y que desapareció tras un destello breve del sol en su techo de metal.


–Tu invitada se ha ido.


Se giró y vio a Nonna.


–No sabía que ya hubieras vuelto.


–Graziella me dijo que estabas comiendo con tu joven amiga y no quise molestar –declaró mientras le daba dos besos.


Pedro la tomó del brazo y la llevó al interior de la casa.


–No habría sido una molestia –afirmó–. Estoy seguro de que habría estado encantada de conocerte.


–O por lo menos, de que se habría mostrado encantada para que yo me sintiera bien –ironizó su abuela–. Por cierto, ¿Quién era?


–Se llama Paula Chaves. Es una inglesa que ha venido a ver el pueblo. 

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