lunes, 18 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 9

Justo entonces, se dió cuenta de que el propietario del café la estaba mirando.


–Buon giorno –le dijo.


Él la miró unos segundos más y desapareció en el interior del local.


Paula se encogió de hombros. La actitud del hombre no había sido particularmente amistosa, así que en lugar de dirigirse al café para preguntarle sobre el pueblo, se dirigió a la iglesia. Además, supuso que el párroco estaría mejor informado. Había olvidado la fotografía escaneada de Lucía y no podría enseñarle su imagen; pero al menos, podría describir la antigua mansión y quizás, con un poco podría describir la antigua mansión y quizás, con un poco de suerte, localizar a su familia. El interior de la iglesia le pareció terriblemente oscuro en contraste con el sol del exterior, pero vio que varias personas estaban esperando junto a los confesionarios. Al parecer, el cura iba a estar ocupado un buen rato. Mientras admiraba el interior de la iglesia, una mujer que estaba poniendo flores a la Virgen la miró fijamente. 


Paula llegó a la conclusión de que los habitantes de Isola del Alfonso no estaban acostumbrados a los forasteros. Y como no quería molestar, salió del recinto con intención de volver más tarde. Ya en el exterior, siguió el camino que ascendía hasta la cumbre del cerro. Eso era justo lo que necesitaba. Un lugar elevado desde el que poder contemplar toda la localidad. Pasó por delante de casas escondidas tras paredes que de vez en cuando dejaban entrever, a través de sus puertas de hierro forjado, un patio pequeño o tiestos con flores de colores intensos. Al divisar la arboleda que se abría más adelante, apretó el paso. Pensó que debía de estar cerca de la cumbre. Pero de repente, se encontró ante un muro que parecía más moderno que el camino.  Sonrió, dando por sentado que habrían levantado el muro para que las cabras no se escaparan y empezaran a vagar por el pueblo, y llevó una mano al pomo de la puerta. Justo entonces, salió un hombre con el que estuvo a punto de chocar. Iba con prisa y llevaba una especie de abrigo bajo el brazo. Los dos se quedaron muy sorprendidos. Pero él reaccionó antes y, con una reverencia ligeramente teatral, dijo:


–Il mio piacere, signora.


–No se preocupe –contestó ella mientras él le abría la puerta–. Gracias… Es decir, grazie.


–De nada, signora inglese. Que tenga un buen día. 


El hombre sonrió y se marchó tan deprisa como había aparecido. Ella siguió adelante y se detuvo para echar un vistazo a su alrededor. Tras el muro no había nada. Sólo el camino de antes, que avanzaba entre árboles y arbustos hasta la cumbre del cerro. Sarah cruzó los dedos para que la cumbre estuviera libre de vegetación y pudiera estudiar la zona. Cuando por fin llegó a su destino, se quedó sin aliento. El camino terminaba junto a los restos de una tapia, tan antigua que los arbustos la habían colonizado. Era la tapia donde Lucía se había sentado décadas atrás para que Alberto donde Lucía se había sentado décadas atrás para que Alberto le hiciera aquella foto. Una foto en la que sonreía. A pesar de que, con toda seguridad, era consciente de que estaba a punto de perder a su amante. Se acercó a la tapia y puso la mano en uno de los bloques de piedra, calientes bajo el sol. Y entonces, se llevó la segunda sorpresa. En lugar de los restos de una mansión, se encontró ante una casa señorial en perfecto estado y más grande de lo que había supuesto. Era evidente que la habían reconstruido después de la guerra. A su alrededor crecían viñas cargadas de uvas, y en uno de los lados de la casa, había una parra que se encaramaba a una pérgola. Al fondo se oía el rumor de un tractor con el motor encendido y lo que parecía ser algún curso de agua. 

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