lunes, 25 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 25

Paula estaba más acostumbrada a maullar que a rugir. Pero en cualquier caso, se había ganado su atención. Y decidió seguir con la broma.


–¿Que debería perder unos cuantos kilos? No creo que sea lo más adecuado. Le recuerdo que está embarazada.


Paula permaneció en un silencio atónito durante unos segundos y, a continuación, rompió a reír. Reía tanto que se le saltaban las lágrimas; tanto, que Pedro le dió una servilleta para que se las secara.


–Usted es todo un caso, ¿Eh? –dijo cuando se tranquilizó.


–Pero le hago reír. Y eso es mucho mejor que tragarse sus sentimientos y guardarlos bajo doble llave –alegó Pedro.


–Supongo que sí.


–Por no mencionar que es más divertido que ser una remilgada.


–Sí, también es verdad.


–Pero volviendo a lo que me estaba contando, decía que tropezó en una piedra y que su nuevo rumbo la llevó a Roma. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?


–Bueno…


Ella no siguió hablando porque Graziella reapareció entonces y se puso a recoger los platos que habían usado para comerse los entremeses.


–Grazie. Squisito –le dijo Paula.


–Prego, signora –respondió Graziella.


Graziella dijo algo más, pero Paula no la entendió. 


–Le estaba diciendo lo que va a servir a continuación. Pasta con salsa de champiñones, pollo al romero y una ensalada con queso y fruta –le tradujo Pedro.


–Creo que nunca me acostumbraré a comer tanto a estas horas…


–Yo tampoco como tanto cuando estoy en Roma. Pero es fin de semana y estamos en el campo. Aquí se come, se echa una siesta en las horas de más calor y luego, al atardecer, se sale a dar un paseo.


–Suena muy bien. Pero me temo que eso está fuera de mi alcance. No quiero perder el tren de vuelta.


–Pero si no ha visto casi nada todavía… Disfrute de la comida y descanse un poco esta tarde. Cuando baje el sol, le enseñaré los viñedos, el río y el pueblo, todo lo que gustó tanto a su amigo –le prometió–. Y después, la llevaré en coche a Roma. O si lo prefiere, puede quedarse a pasar la noche.


Paula sintió pánico. Se había dejado llevar y había estado coqueteando con él, pero aquello iba demasiado deprisa y no estaba preparada.


–Es muy amable de su parte, pero…


Graziella los interrumpió nuevamente; esta vez, para servirles la comida. Pero las cantidades eran tan grandes que Paula miró a Pedro y declaró:


–Por favor, pídale que me ponga menos. Si me sirve cantidades como ésas, no podré probarlo todo.


Pedro asintió y se lo pidió a Graziella, que terminó de servir y se marchó.


–¿En qué idioma se lo ha pedido? –preguntó entonces Paula–. No me ha parecido italiano.


–Porque no lo es. Es un dialecto de esta zona. Un dialecto que se hablaba mucho antes de que llegaran los romanos. Por cierto, ¿Quiere que le ponga un poco de pimienta?


–Oh… Sí, gracias, un poco.

 

–A todo esto, aún no me ha dicho cuánto tiempo lleva en Roma.


–Más o menos un mes.


–¿Y se divierte?


–¿Cómo no me iba a divertir? Tengo un gran trabajo y un piso precioso.


–¿Tiene un trabajo? –preguntó, desconcertado.


–Naturalmente.


–Lo siento. No pretendía parecer sorprendido. Sólo me ha extrañado porque como no habla muy bien mi idioma…


Ella sonrió. 

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