viernes, 8 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 64

Olivia hizo lo que le decía su madre, regalándole a Tomás una deslumbrante sonrisa.


—Ha sido maravilloso, señor McGovern. Cuando entrábamos, una yegua y su potrillo se acercaron a saludarnos. Y el pelaje de la yegua era tan brillante que casi parecía del color del oro.


—Esa debe de ser Princesa Solar —Tomás asintió con la cabeza— . Buena raza.


—Tomás, ¿Te acuerdas de Pedro? —le preguntó Paula.


—Claro que sí —le estrechó la mano—. Te has convertido en una superestrella, hijo —le comentó Tomás con un tono de admiración—. He seguido tus éxitos en los periódicos. Informática, ¿Eh? La industria del futuro.


—Tienes buen aspecto, Tomás —sonrió Pedro.


—La vida me ha tratado bien.


—Muy bien por lo que se ve —repuso Pedro, mirando a su alrededor—. ¿Qué tienes para enseñarnos? Olivia apenas puede esperar para ver los caballos.


—Tengo verdaderas bellezas —Tomás le acarició cariñosamente la cabeza a la niña—. Un macho llamado Diablo, por ejemplo. El nombre le sienta muy bien. Con el jinete adecuado, podría llegar a ser un gran saltador. Creo que te vendría a las mil maravillas, Suzannah. Si esperáis un momento, le diré a Clara y al joven Mariano que los traigan. Paula me dijo que querían unos veinte, ¿No, Pedro?


—Sí, creo que veinte bastarán por el momento.


—Confíen en mí. Todos estos caballos, con la excepción de Diablo, son justo lo que necesitáis. Aunque, por supuesto, nunca se puede tener una absoluta garantía. Conozco a un tipo que se gastó un millón de dólares en una animal de seis años, y el muy maldito se reveló como el peor saltador que podéis imaginaros. No fui yo quien se lo vendí, por cierto.


Fueron momentos de puro deleite. Los caballos desfilaron uno detrás de otro por la pista circular, para ser examinados. Apoyada en la cerca, al lado de Pedro, Olivia iba haciéndose con una opinión de cada uno de ellos. «Es igual que yo cuando era niña. Vive para los caballos», pensó Paula, sonriendo al ver el placer que iluminaba su mirada. Era una bendición que Pedro estuviera con ella. Él, al contrario que Martín, había llegado al corazón de Olivia. Finalmente escogieron dieciocho caballos, de entre cinco y seis años de edad, antiguos participantes en carreras y exhibiciones de salto. Paula se enamoró de un potro negro, el llamado Diablo.


—¿Puedo montarlo? —le suplicó Olivia.


—No, querida —respondió Paula con firmeza—. Este caballo es demasiado grande y fuerte para tí. Un día lo harás. Hasta entonces te las arreglarás muy bien con Lady.


Durante el trayecto de regreso a Bellemont, Olivia no cesó de cantar villancicos. Su alegría era tan contagiosa que Paula y Pedro no dudaron en acompañarla. Estaban acabando el Oh, árbol de Navidad cuando la niña se interrumpió para preguntarles:


—Por cierto, ¿A quién se le ocurrió poner el primer árbol de Navidad? ¿Fue San Nicolás?


—No —respondió Pedro—. La idea nació siglos atrás en Alemania, pero arraigó en Inglaterra hace relativamente poco tiempo, cuando el marido de la reina Victoria, el príncipe Alberto, decidió ponerlo cada año en recuerdo de su tierra natal. A partir de entonces la costumbre llegó a Estados Unidos y se extendió por todo el mundo occidental.


—Cuentas historias muy bonitas, Pedro —le comentó Olivia, impresionada,


—Pues tengo otra sorpresa esperándote.


—¿Sí?


—Tienes que tener paciencia.

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