lunes, 4 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 55

Casi corrió a la biblioteca, una habitación amplia, opulenta, con estanterías de libros hasta el techo, y se sentó en el sillón favorito de su padre. Aunque más que un sillón era un verdadero trono gótico, enorme. Todavía tenía las pupilas oscurecidas por el deseo. Detrás de ella, sobre la repisa de la chimenea, estaba el retrato enmarcado de su padre, que ella había vuelto a colgar. Miguel Chaves, señor de su feudo, en la flor de la vida.


—Has vuelto con tu padre ¿Eh? —pronunció Pedro, furioso y excitado—. Has vuelto a la protección de papá.


—Él ya no vive, y por tanto no puede ya cuidar de mí —sollozó ella, dolida por sus palabras.


—¿Crees acaso que voy a violarte? —le preguntó, sintiéndose absolutamente humillado por su actitud.


Paula apoyó la cabeza en el respaldo, llorando en silencio por los pecados cometidos, por la debilidad que había mostrado cuando debió haber sido fuerte.


—Tengo que asegurarme... Tengo que asegurarme...


—¿Asegurarte de qué? —inquirió Pedro con tono duro—. ¿De que no vas a quedarte embarazada... otra vez?


—Asegurarme de que me amas —respondió, recuperándose—. No quiero ser simplemente un botín, Pedro —le suplicó—. Algo que te ha costado ganar, como Bellemont. De buen grado compartiré a Olivia contigo.


—¿Le dirás que yo soy su padre? —le preguntó, mirándola con tal intensidad que la obligó a bajar la mirada.


—Eso es entre tú y yo.


—¿Te crees que la gente es estúpida? —se echó a reír, irónico— . Conforme vaya creciendo, Olivia se irá pareciendo más a mí.


—Dios mío, es verdad —se enjugó furiosamente las lágrimas.


—Levántate de ese sillón.


—No puedes obligarme.


—Podría hacerlo, Paula, pero no lo haré. Necesitamos comportarnos como seres civilizados, por el bien de nuestra hija.


—Pero vas a obligarme a que me case contigo, ¿No?


—Eres una mujer por la que merecería la pena morir.


—Sí, lo sé —pensó en la amarga ironía que encerraban aquellas palabras—. No pude hacer feliz al pobre Martín.


—Nunca debiste haberte casado con él.


—De acuerdo, Pedro. Cometí muchos errores. Estaba demasiado asustada, demasiado dolida.


—Porque sabías que te habías quedado embarazada de mí. Dios mío, ¿Es que eres tan condenadamente neurótica como para seguir negándolo?


—Te fuiste —bajó la cabeza—. Y después de eso, ya no supe qué hacer con mi vida.


Pedro se apartó de ella, decidido a retirar de la biblioteca el retrato de Miguel Chaves. Qué ciego había sido ese hombre. Su colosal ego había exigido el sacrificio de su propia hija. La hija que había adorado. Aquello no tenía sentido.


—Nunca intentaste ponerte en contacto conmigo —la recriminó con un tono suave que no logró disimular su furia—. Nunca te esforzaste por dejarme saber que había tenido una hija. Te contentaste con vivir una mentira. Y empezaste una nueva vida con el hombre que había elegido tu padre.


—¿Qué querías que hubiera hecho? —estalló finalmente Paula, sin poder contenerse—. ¿Sabes lo que es dormir con alguien, noche tras noche, año tras año, y suspirar por otro hombre? Me sentí... Utilizada. Martín pensó que finalmente podría apoderarse de mí, controlarme, y no reparó en medios para conseguirlo. ¡Qué sola me he sentido durante todos estos años!


—¿No comprendes, Paula, que tú misma fuiste responsable de todo eso?


—¿Y voy a tener que pagarlo para siempre? —se levantó con intención de salir del despacho, pero Pedro se apresuró a impedírselo.


—¿Quieres ver mis cicatrices? ¿Quieres verlas?


—Maldito seas, Pedro —pronunció, asaltada por una violenta punzada de deseo—. Ya no puedo más —sentía su cuerpo ardiente y pesado, dolorido de una pasión frustrada que nacía de lo más profundo de su alma.


—Entrégate a mí —le pidió Pedro con un tono suave, seductor.


Por un instante, Paula creyó que iba a estallar en llamas. No podía confiar en su propia voz; solo en la primaria pulsión de su cuerpo ansiando fundirse con el de Pedro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario