miércoles, 20 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 11

 –Ni lo piense –dijo Paula.


Él no intentó cachearla. Tal vez, porque en la camiseta y los vaqueros ajustados que llevaba no había sitio ni para esconder una cucharilla de plata. O tal vez, porque prefirió reservarse ese placer para más tarde. Fuera como fuera, Paula no se sintió ni incómoda ni nerviosa con la situación. Y esto también era extraño. Súbitamente, él volvió a activar el móvil y leyó sus últimos mensajes. Cuando terminó, la miró por encima de sus gafas de sol y preguntó:


–¿Ya lo ha encontrado, Paula Chave?


Sarah se quedó sin aire al oír su nombre. Lo había pronunciado de un modo inmensamente sensual. De hecho, cada movimiento de aquel desconocido parecía una caricia.


–¿Qué? –preguntó.


–Que si ya ha encontrado a su amante italiano de ojos oscuros.


Ella se maldijo para sus adentros. Obviamente, había leído el mensaje de Alberto. Pero nadie que hubiera dado leído el mensaje de Alberto. Pero nadie que hubiera dado clase a un montón de adolescentes se habría permitido el lujo de ruborizarse en situaciones embarazosas. Habría sido un desastre. Como buena profesora, Paula sabía lo que debía hacer en ese tipo de situaciones: Plantarse firmemente en el suelo, mirar a los ojos del alumno que la hubiera provocado y contestar con una réplica rápida que arrancara una carcajada a la clase.


–¿Por qué lo pregunta? ¿Es que le interesa el puesto?


La frase habría surtido efecto si hubiera sonado tan afilada e irónica como pretendía, pero algo salió mal y sufrió un cortocircuito entre su cerebro y su boca, entre el concepto y la expresión delconcepto. Fue por sus ojos. Oscuros como la noche y con un destello de luz, un rayo, en sus profundidades. Bajo aquella mirada, la ironía perdió fuerza y sus palabras se convirtieron en una invitación tan dulce que él extendió un brazo, le acarició el cabello y le puso la mano en la mejilla. Paula no supo qué hacer. No podía pensar. Hasta tuvo la extraña sensación de que se desvanecía. Su cerebro estaba demasiado ocupado con la multiplicación de señales que recibía. El sol que calentaba sus brazos, su cuello, sus pechos. La curva sensual de sus brazos, su cuello, sus pechos. La curva sensual de aquellos labios que se cernía sobre ella. El aroma de su piel. Sólo tenía que abrir la boca y pronunciar un monosílabo que tenía en la punta de la lengua, «No». Y por fin, la abrió. Pero dijo exactamente lo contario.


–Sí…


Por si no fuera suficiente, se apretó contra él, cerró las manos sobre sus hombros y se dejó caer lentamente hacia atrás, a sabiendas de que la sostendría y la acompañaría en la caída hasta quedar tumbados en la hierba. Durante un momento, pensó que había triunfado. Sentía el peso de su cuerpo y la caricia de una de sus manos, que había introducido por debajo de su camiseta y avanzaba poco a poco hacia sus pechos. Los pezones se le pusieron duros al instante.


–Lucía…


–¿Qué ha dicho?


Paula abrió los ojos. Ni siquiera sabía que los hubiera cerrado. Y al descubrirse sentada en la tapia, supo que había imaginado toda la escena. Efectivamente, el desconocido la estaba abrazando; pero sin intenciones libidinosas. Parecía preocupado por la posibilidad de que se desmayara en cualquier instante.


–¿Se encuentra bien? 

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