lunes, 11 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 67

 —Tú amas a mamá, ¿Verdad, Pedro? —se atrevió a preguntarle. La niña permanecía frente a él, enfrentada a los recuerdos que tenía de un padre que nunca le había dado el amor que tanto había necesitado—. ¿Y vas a intentar amarme a mí?


—¡Oh, cariño! —Paula no pudo contener un sollozo mientras Pedro se arrodillaba frente a su hija, mirándola directamente a los ojos.


—Olivia —pronunció con una voz cargada de emoción—. No hay otra niña en todo el mundo a quien quiera más, como hija, que tú. Ninguna en el mundo.


—Realmente hablas en serio, ¿Verdad, Pedro? —inquirió con voz temblorosa.


—Vamos —la abrazó—. Déjame demostrártelo, corazón.




Pedro había recibido tantos faxes que no pudo leerlos todos. Había pensado en quedarse algún tiempo más en Bellemont, pero sus compromisos se lo impedían. Después de cenar, regresó al despacho para terminar de leer los mensajes y realizar incontables llamadas de teléfono. Como ya eran más de las nueve y aún seguía allí, Paula decidió lavarse el pelo y tomar una ducha antes de acostarse. Había sido un día muy largo e intenso, absolutamente agotador. Pensó que si Pedro quería volver a Sydney por la mañana, tendría que levantarse y salir muy temprano. Ella también tendría que madrugar, ya que a primera hora debía entrevistar con Francisco a un joven que deseaba trabajar en la bodega. Tardó su tiempo en ducharse y, luego, envuelta en una gran toalla rosa, se secó el pelo frente al espejo. Cuando finalmente salió del dormitorio, vestida con un camisón de satén y una bata a juego, descubrió que Pedro ya había dejado de trabajar en el despacho. La luz estaba apagada, así que fue en su busca y lo encontró en la terraza superior. Estaba apoyado en la balaustrada, contemplando las estrellas; la Cruz del Sur podía verse directamente sobre la casa, cerca de la Vía Láctea. Parecía absorto ante tanta belleza. Paula pensó que probablemente no la había oído entrar. Pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, él le dijo sin volverse:


—Ven conmigo. Necesito abrazarte. Te necesito ahora — extendió un brazo para atraerla hacia sí—. ¡Hueles tan maravillosamente bien! —enterró el rostro en su cabello perfumado.


—¿Tienes que volver a Sydney por la mañana? —le preguntó.


—Por desgracia, sí. Me necesitan.


—¿A qué hora? —se relajó contra él.


—Saldré a eso de las seis. No hay necesidad de que te levantes. Tendrás que despedirme de Olivia. Tenemos que resolver esta difícil situación, Paula. Debemos decírselo. Es pequeña todavía, pero tiene derecho a saberlo; de otra manera, se sentiría engañada por la gente a la que más quiere en el mundo. Que somos tú y yo, Paula. Sus padres.


Paula esperó un momento, y luego lo miró.


—Todavía no sé qué es lo que le dijiste a Adriana...


Pedro le respondió, mientras le acunaba el rostro entre las manos:


—Le hice ver que un posible escándalo tendría un doble filo. En su negocio de relaciones públicas, necesita mantener una buena reputación frente a sus contactos. Y si perdiera esa reputación, su empresa podría derrumbarse... El truco ha funcionado. Creo que, cuando vuelvas a hablar con Beatríz, descubrirás que no ha recibido carta alguna.


—Espero que así sea —murmuró—. Beatríz ya ha sufrido demasiado.


—Y yo pretendo poner fin a eso. Sentémonos —la guió a un sofá—. Tenemos que planificar nuestros siguientes movimientos — se sentó en un extremo y ella se acurrucó a su lado, apoyando la cabeza en su regazo—. Así está mejor —suspiró.

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