miércoles, 6 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 58

 —No basta con sentirlo, querida —repuso Adriana—. Y tampoco necesito su compasión. Me quedé devastada cuando descubrí que Pedro era el padre de su hija. Nunca me dijo una palabra.


—Por la sencilla razón de que no lo sabía.


—¿Quiere decir que se lo ocultó? —Adriana sacudió la cabeza, horrorizada—. ¿Y se atreve usted a condenarme?


—Escuche, señora Alleman —pronunció Paula con frialdad—. Usted no juega ningún papel en mi vida. Y, según tengo entendido, tampoco lo juega ya en la de Pedro.


—Bueno, evidentemente usted espera que yo se lo ceda deportivamente. Una idea terriblemente benévola, pero ilusoria. Pedro me llevó a creer que un día nos casaríamos. Permitió, de hecho, que me enamorara profundamente de él. Y ahora espera que yo me haga a un lado porque su querida Paula ha vuelto al mercado. Qué oportuna resultó para los dos la muerte de su marido, ¿Verdad?


Paula no estaba dispuesta a quedarse allí sentada, soportando sus insultos.


—Usted no conocía a mi marido, señora Alleman. Por tanto, no tiene absolutamente nada que decir sobre él.


—Mis contactos me dijeron que lo acompañaba una mujer en el momento del accidente.


—Que también murió —apuntó Paula con sombría expresión—. Era muy joven. Me niego a hablar de ello.


—¿Y si abordamos el tema de su hija? —la desafió Adriana—. La hija de Pedro. Sé, también, que la familia White cree todavía que es hija de Martín. Y que su abuela, sus tías y primas la adoran.


Paula sintió náuseas al escuchar aquellas palabras.


—¿Adonde pretende llegar?


—Quiero hacer un trato con usted —Adriana se inclinó hacia ella, como si fueran amigas—. Invéntese alguna excusa para romper con Pedro. Tengo entendido que usted es muy buena en eso. Hágalo y yo no mandaré más cartas.


—¿Piensa escribir a la madre de Martín? —Paula la miró con desprecio.


—Creo que tengo una razón legítima para hacerlo —enarcó las cejas—. De las dos, usted es la que ha mentido más.


—No puede creer que haciendo algo así vaya a granjearse el amor de Pedro...


—Oh, ya sé que tomaría represalias si lo descubriera —Adriana se encogió de hombros—. Podría incluso arruinarme el negocio, pero siempre me ha parecido un hombre muy compasivo. Hasta ahora.


—Se equivoca si espera mantenerle oculto algo semejante —la desafió Paula.


—¿Cuáles son sus planes? —le preguntó, furiosa.


—Una vez que termine el luto por mi padre, Pedro y yo nos casaremos.


—¿No pretenderá casarse en este pueblo, verdad? —inquirió Adriana, incrédula.


—Eso no es asunto suyo.


—Ya se lo advertí. Yo voy a convertirlo en asunto mío. Quizá Pedro nunca vuelva conmigo, pero me aseguraré de que no se olvide nunca de mí.


—¿Qué es lo que sería capaz de hacer?


—Todo, menos matar. Y solo porque probablemente me capturarían. Nunca antes me había dado cuenta del poder que encierran los celos. Pero es que tampoco antes había conocido un hombre como Pedro. Creo que aún tendré alguna oportunidad si usted se retira de escena.

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