viernes, 1 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 50

 —No —mintió, estremeciéndose al recordar aquel día. El día en que vomitó de repente todo lo que tenía en el estómago, escondiéndose aterrada en los viñedos. «Al menos la señora Alfonso podrá ayudarme, aconsejarme, ayudarme a encontrar a Pedro», recordaba que había pensado.


—No podemos volver atrás y cambiar el pasado, ¿Verdad? — comentó, sombrío.


—A mí también me resulta muy doloroso.


—Lo sé —le acarició delicadamente una mejilla—. La respuesta es seguir adelante con lo que tenemos.


—¿Cuando me odias? —casi se le quebró la voz.


—¿Odiarte yo? —suspiró profundamente—. Nunca. A pesar de todo, jamás podría odiarte, Paula. Ni siquiera la muerte podrá cambiar eso.


Media hora después los invitados bajaron a desayunar. Todo el mundo estaba hambriento y con ganas de salir a trabajar a los campos. La gente del pueblo llegó a las nueve, con las mujeres portando cestas con comida que añadir a la barbacoa. Iba a ser un trabajo muy duro, pero afortunadamente soplaba una suave brisa y el cielo estaba algo nublado. Olivia y sus primas esperaban pacientemente instrucciones, ataviadas con camisetas de algodón y pantalones cortos. Finalmente todos salieron para los campos, hombres, mujeres y niños, dispuestos a cavar y a plantar las nuevas vides con sus protectores semejantes a invernaderos en miniatura. Mientras participaba en las tareas, Paula empezó a relajarse, desaparecidas sus anteriores preocupaciones. Con el tiempo aquellas viñas producirían vinos de un sabor especial, característico. Se sentía agradecida hacia Pedro, por su dedicación al negocio y por su empeño en volver a levantar Bellemont. A mediodía, toda la gente bajó apresurada de las laderas para disfrutar de la barbacoa que había sido preparada. Entre ellos se contaban familias cuyos miembros habían recogido los viñedos de Bellemont durante cincuenta años o más. Miguel Chaves siempre había pagado bien a sus trabajadores, pero nunca se había molestado en fomentar la colaboración comunitaria. El proyecto de Pedro Alfonso, claramente respaldado por la hija de Miguel, había tenido un éxito tremendo.


—Hacía muchísimo tiempo que no me divertía tanto —le comentó a Paula una de las hermanas de Martín, Macarena, cuando ya se marchaba la familia White.


Ese fue un comentario que tanto Paula como Pedro tuvieron ocasión de escuchar muchas veces. ¡Ojalá se hubiera organizado algo parecido antes! Pero no habría sido posible: el formidable Miguel Chaves siempre había seguido la rígida tradición de mantener las distancias entre patrón y trabajador. Todo eso, aparentemente, iba a cambiar. Y al pueblo le encantaba.

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