viernes, 22 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 20

 –¿De dónde ha sacado esa idea?


–Antes de venir, estuve investigando un poco por Internet –explicó–. Pero supongo que habré malinterpretado lo que leí… Mi italiano no es tan bueno como me gustaría.


–No, no lo ha malinterpretado. Mi bisabuelo fundó la cooperativa después de la Guerra Mundial. Quería ayudar a reconstruir nuestra comunidad y decidió dar una parte a reconstruir nuestra comunidad y decidió dar una parte de los viñedos a los habitantes de Isola del Alfonso. Si no hubiera sido por eso, los jóvenes se habrían marchado a trabajar a las fábricas del norte.


–¿Su bisabuelo estuvo aquí? ¿Durante la guerra?


Él sacudió la cabeza.


–Claro que no. Francesco Alfonso era enemigo de los fascistas. Cuando se presentaron en la casa para detenerlo, huyó y se unió a los partisanos de las montañas.


–¿Y su familia?


–Su esposa estaba embarazada. Los aldeanos la escondieron para que pudiera unirse a él más tarde, pero falleció poco después de dar a luz.


–Debió de ser una época terrible. El mundo antes de la penicilina –observó Paula–. Pero no me mire así…


–¿Cómo la miro?


–Como si pensara que no sé de lo que estoy hablando. Me mira como miran muchos hombres a las mujeres cuando hablan de deportes, coches o guerras… Pero yo soy especial. Sé lo que significa un fuera de juego, sé cambiar un enchufe y, por si eso fuera poco, soy licenciada en Historia moderna.


 –La felicito –dijo, divertido con su actitud–. Quizás me lo pueda explicar… Me refiero al fuera de juego.


–No sea condescendiente conmigo.


Él sonrió.


–Tiene razón. Discúlpeme.


–¿Qué le pasó al bebé de su bisabuela?


Pedro empezaba a sentir verdadera curiosidad. No sabía por qué le estaba haciendo ese tipo de preguntas, tan personales. Quizás las formulaba para asegurarse de que se había ganado su confianza. Quizás, porque pretendía ablandarlo con preguntas inocuas antes de pasar a lo que realmente le interesaba. O quizás, porque había cometido un error con ella y era exactamente lo que decía ser, una simple turista. En cualquier caso, lo descubriría pronto.


–El niño quedó al cuidado de una mujer que trabajaba para la familia. Ella acababa de dar a luz, de modo que lo pudo amamantar y fingió que era suyo para salvarlo de los fascistas. Más tarde, en 1944, mi bisabuelo volvió y lo reclamó.


–¿Ella lo amamantó?


Pedro soltó una carcajada.


–Naturalmente. ¿Qué esperaba que hiciera? ¿Que lo enviara a las montañas para que los partisanos lo enviara a las montañas para que los partisanos lo alimentaran con leche de cabra?


–No, supongo que no, pero debe admitir que esa historia parece sacada de una novela romántica –contestó Paula.


–Sí, eso también es verdad.


–¿Sabe quién era ella, la mujer que crió al niño? ¿Sabe cómo se llamaba?


–Cómo no lo voy a saber. Se llamaba Lucía. Mi abuelo encargó que pusieran una placa en su honor en la iglesia del pueblo. 


La expresión de Paula se volvió tan triste que Pedro se quedó extrañado. Aunque fuera una historia trágica, habían transcurrido más de sesenta años desde entonces y, además, ella no había conocido a aquella mujer.


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