miércoles, 20 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 15

Italiano para principiantes.


"Me salí de la ruta turística y, mientras sacaba estas fotografías en la plaza de un pueblo, me sentí como si nada hubiera cambiado en siglos. Bueno, nada salvo los coches, la televisión digital, Internet, los teléfonos móviles"…


Paula Chaves se volvió a poner las gafas. Pedro se acercó a la tapia para ayudarla a bajar, pero ella intentó rechazar su ayuda.


–Ya bajo sola.


–No sea tan obstinada. Antes ha estado a punto de desmayarse.


Pedro le puso las manos en la cintura y la bajó de la tapia. Ella se estremeció al sentir su contacto, aunque lo disimuló.


–Gracias.


–Quédese un momento ahí. ¿Está mareada?


Paula sacudió la cabeza.


–No, estoy bien.


–¿Seguro?


–Seguro.


Él le puso las manos en los hombros y mantuvo el contacto para asegurarse de que, efectivamente, estaba bien. Y entonces, notó su aroma. Un aroma cálido, dulce. El de una mujer que se encontraba en brazos del hombre al que deseaba. Durante unos momentos, no fue Paula quien se aferró a Pedro para mantenerse en pie, sino Pedro quien se aferró a ella. Sentía la necesidad de hundir la cabeza en su cabello, en la curva de su cuello, entre sus pechos. Paula se inclinó para recoger la pamela y preguntó:


–¿Quién era el hombre que ha salido antes de la propiedad? Parecía tener prisa.


–Ah… Era mi hermano –dijo él, recuperando el aplomo–. Tenía prisa porque una chica le está esperando en Roma.


Ella frunció el ceño.


–¿Su hermano? No se parece mucho a usted, aunque es muy guapo.


–Es que somos hijos de padres diferentes. Mi madre se volvió a casar tras el fallecimiento de mi padre.


Pedro la tomó del brazo y la llevó lentamente hacia el jardín de la casa.


–De todas formas, mi hermano siempre va con prisa a todas partes –continuó–. Todavía no ha aprendido la virtud de la paciencia; el valor de tomarse las cosas con calma para disfrutar del viaje.


Pedro lo dijo con segundas intenciones, pero Paula era una desconocida y no captó la ironía. Ella no podía saber que, durante dos años, había estado viviendo como un monje y se había dedicado a cuidar de sus viñas y a mantenerse alejado de la clase de mujeres que se sentían atraídas por los famosos. De una clase de mujeres que, en otro tiempo, le habían parecido presas fáciles, ratones en un juego donde él era el gato. Pero él no era el gato. Giuliana se lo había demostrado. Y no volvería a cometer el mismo error.


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