lunes, 4 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 54

 —Sí, ya lo sé. Eso lo aprendimos en la escuela. Algunos de los niños y niñas de la clase hablan dos lenguas. Tienen mucha suerte, ¿Verdad?


—Quizá será mejor que te enseñemos a tí dos —le sugirió Pedro— . Francés y alemán.


—Eso tendrás que hacerlo tú, Pedro —le dijo Paula con tono suave—. Estás mucho más capacitado para eso que yo.


—¿Lo harás, Pedro? —le preguntó Olivia, expectante.


—Cariño —la levantó en brazos—, es una promesa.


—Sabía que lo harías. ¡Diana ya me dijo que eras el mejor!


Transcurrió otra hora hasta que Olivia estuvo finalmente acostada, escuchando el cuento de Nick. Hacía tiempo que no había escuchado un cuento tan bueno, incluyendo los de mamá.


—¡Me ha gustado mucho, Pedro! —exclamó—. Me encantan los cuentos de bosques y castillos medievales. Y también me gustan los de los hermanos Grimm. Bueno, creo que voy a dormirme ya.


—Que tengas felices sueños, meine liebling —le deseó Pedro con un tono de exquisita ternura.


—Nunca había oído antes eso. ¿Qué quiere decir?


Paula, que los observaba desde la puerta de la habitación, no pudo menos que conmoverse profundamente, y tuvo que esforzarse por contener las lágrimas. ¿Cómo había podido ocultarle a Pedro el hecho de que tuviera una hija? Una hija que lo había querido desde el primer momento, instintivamente.


—Quiere decir... —respondió Pedro con una voz que le llegó a Paula hasta lo más profundo del corazón—... «Cariño mío», Olivia.


En ese momento a Olivia empezaron a cerrársele los ojos, con una sonrisa en los labios. Pedro, inconsciente de la presencia de Paula, se inclinó para besarle la frente, contemplándola durante unos segundos más antes de apagar las luces. Antes de que ella tuviera tiempo de recuperarse, él se volvió y la descubrió en el umbral, con aquella expresión de infinita tristeza en la mirada. La necesitaba, a pesar de todo lo que le había hecho sufrir. Estaba irrevocablemente ligado a ella. A ella y a su hija. Paula tenía una mano en el marco de la puerta, como si tuviera que apoyarse en ella para sostenerse. No podía estar seguro, pero... ¿No había rastros de lágrimas en su precioso rostro?


—¡Paula! —murmuró, acercándose a ella. Sus dedos hicieron contacto con la seda de su vestido. Deslizó las manos por los suaves contornos de sus senos, sintiendo cómo se le endurecían los pezones. Podía respirar su maravillosa fragancia, limpia y fresca—. Estás llorando.


Ya sí que podía ver el brillo de las lágrimas. Se inclinó hacia delante para besarla en los labios. Paula entrecerró los ojos, respirando aceleradamente, antes de apartarse para dirigirse hacia la escalera. Sabía que Pedro la seguiría.

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