viernes, 1 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 49

Estaban tan concentrados el uno en el otro, que no oyeron acercarse a Diana. La mujer se detuvo confundida en lo alto de las escaleras, llevándose una mano al corazón. Pedro y Paula no habían estado hablando precisamente en susurros, y Diana, que había captado algo de la conversación, veía ya lo que estaba sucediendo con sus propios ojos. Desde que lo conoció, jamás le había mencionado Pedro el nombre de Paula, esa mujer que ocupaba un lugar tan central en su pasado, tan crucial en su futuro. Y se sorprendió deseando con todo su corazón que pudieran superar los obstáculos que se habían interpuesto en su relación.


Más tarde, cuando todo el mundo se fue a dormir, Paula entró un momento en la habitación de Olivia, la arropó con cuidado y pasó luego al dormitorio que había sido suyo y de Martín, cerrando la puerta con llave. Era abrumadora la necesidad que sentía de ver a Pedro. Ansiaba desesperadamente reunirse con él, pero sabía que no podía hacerlo. Sus emociones eran una pura contradicción, como el amor y el odio. Sabía que jamás podría recuperar nuevamente su confianza. Ningún lance amoroso podría conseguirlo. Nadie podía escapar a su propio pasado, ni a sus consecuencias. Por la mañana se levantó temprano y preparó ella sola los desayunos. Cuando se volvía para servir las rodajas de mango en un plato, vió a Pedro entrar en la cocina.


—¿Has dormido bien? —le preguntó con un tono tan sardónico que la hizo ruborizarse.


—Como un tronco.


—Claro, por eso tienes esas ojeras. ¿Puedo ayudarte?


—Creo que lo tengo todo bajo control.


—Podría servir la mesa, ¿No? —le pasó un brazo por los hombros, besándola en la frente—. ¿Dónde vamos a colocarla?


—En el pabellón.


Se refería a una estructura octogonal que daba al jardín, que contaba con una gran mesa de cristal.


—¡Qué buena idea! —exclamó encantado—. Adoro a las mujeres con estilo.


Paula se secó las manos en el delantal y luego se volvió para mirarlo, apoyada en el fregadero.


—¿A cuántas mujeres has adorado además de a mí?


—Pau, cariño, no puedes esperar que te hable de mis aventuras.


—¿Por qué? ¿Tan difícil te resulta? —lo desafió.


—Tú eres la única mujer que ha tenido una presencia permanente en mi vida —le confesó Pedro—. He tenido aventuras, aventuras agradables que me han hecho tolerable la vida, pero nada profundo o sustancial. Por ejemplo, yo no me casé.


—No sigas —le pidió ella. ¿Cómo podía haber perdón donde solo cabía tanta amargura?, se preguntó.


—Un día de estos abordaremos esta conversación hasta el final —le advirtió Pedro con un tono más áspero del que había pretendido adoptar—. ¿No te das cuenta de que te casaste con una hija mía en tus entrañas?


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