lunes, 4 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 51

Mientras Paula y Pedro terminaban de despedirse de la gente, se les acercó Franco Harris, el jefe de la policía local.


—Buenas tardes, Paula. Parece que todo el mundo se lo ha pasado estupendamente bien. Señor Alfonso —se dirigió muy respetuosamente a Pedro—. Me preguntaba si podría hablar unos minutos con usted.


—¿Puedo preguntarle acerca de qué? —el tono de Pedro era tranquilo, pero ostentosamente frío.


—Acerca de un peso que sigo cargando sobre mi conciencia — respondió Franco Harris, rotundo—. Puedo hablar delante de Paula, si a usted no le importa.


—Mamá, mamá —los llamó Olivia, excitada, desde lo alto de las escaleras—. ¿Por qué no sacamos ya el árbol de Navidad? Diana dice que ya estamos en diciembre.


—No sabía que a Diana le quedaran todavía energías —rió Paula—. Ahora mismo estoy contigo, cariño —se volvió hacia Franco Harris—. Le dejaré que hable tranquilamente con él, Franco — y se marchó.


Diez minutos después, Paula oyó a Pedro entrar en la casa.


—¿De qué se trataba? —le preguntó en un susurro, reuniéndose con él en la puerta.


Suavizada su severa expresión, le comentó con tono suave:


—Pareces una niña hablando.


—Es que no quiero que nadie nos oiga —siseó, llevándose un dedo a los labios.


Sus ojos tenían un color violeta tan intenso, y había una preocupación tan dulce en su mirada, que Pedro ansió confesarle en aquel mismo momento su amor. Pero una revelación semejante requería condiciones adecuadas que tal vez nunca llegaran a producirse. En lugar de ello la tomó de la mano y salió con ella al porche, donde no pudieran oírlos.


—Culpable. El pobre Fraco se ha sentido culpable durante todos estos años.


—¿Era eso? —inquirió aliviada.


—Sí. Quería que lo perdonase por el papel que jugó al expulsarme del pueblo. Dice que aquello lo entristeció mucho, durante años. Pero tu padre era un hombre muy importante y realizó acusaciones contra mí de las que Franco me impidió defenderme adecuadamente. Así que cortó por lo sano y me echó de la localidad.


—Es terrible —comentó Paula.


—Tú escuchaste a tu padre. ¿Por qué no a Franco? —no pudo evitar preguntarle.


—En realidad no lo creí, Pedro. En el fondo de mi corazón no lo creí. Entonces, ¿Qué vas a hacer ahora? Estoy segura de que podrías causarle muchos problemas a Franco.


—¿Haría eso que me sintiera mejor? —la miró con expresión interrogante—. No es un mal hombre. En aquel tiempo estaba muy unido a tu padre.


—Perdonar a Franco es un gran acto de generosidad, Pedro.


—Bienaventurados los generosos —repuso con desenfado.

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