viernes, 8 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 65

Cuando se aproximaban a las afueras de Ashbury, se encontraron con la «Sorpresa» de Pedro. Tras atravesar una serie de jardines y plantaciones, se detuvieron frente a un búngalo pintado de blanco, con las contraventanas verdes y las paredes cubiertas de hiedras y enredaderas. El lugar parecía desierto. Reinaba un silencio tan profundo, que parecía la casa de un cuento de hadas.


—No hay nadie —anunció Olivia en un susurro—. ¿Por qué hemos venido aquí, Pedro? ¡Claro, ya lo sé! Aquí es donde vivías, ¿Verdad? Me encanta que me hayas traído —bajó del coche, entusiasmada.


—Detenla, Pedro —le pidió entonces Paula, mordiéndose el labio.


—¿Qué te pasa, cariño? —le preguntó con un tono de inmensa ternura.


-Demasiados recuerdos —escondió la cara entre las manos.


Pero Olivia ya había subido los escalones de la entrada y paseaba junto a la baranda blanca.


—Está bien. Lo haremos juntos —le aseguró Pedro, y salió del coche—. Olivia, espéranos —Temblando ligeramente, Paula tomó a Pedro de la mano.


—De vuelta al principio. De vuelta a donde todo empezó.


—Es imposible perder el pasado, Paula —le dijo él—. Vamos juntos. No hay nada que temer. No hay nadie aquí, excepto benévolos fantasmas.


Apoyada en la barandilla, Olivia miraba a su alrededor con expresión maravillada. Una luz verde dorada bañaba su pequeña figura.


—¿No es bonita? —inquirió—. Es bonita, dulce y misteriosa como la ilustración de un cuento de hadas. ¡Y tan pequeña! ¿Cómo podías caber aquí, Pedro?


—Me las arreglaba —le sonrió, acariciándole la cabeza—. No todo el mundo podía tener una mansión como Bellemont.


—¿Podemos entrar?


—La casa estará cerrada, ¿No, Pedro? —en un impulso Paula se acercó a él, y de manera inconsciente Pedro deslizó un brazo en torno a su cintura, un gesto que no pasó inadvertido a la niña.


—¿No quieres entrar, mamá? —le preguntó Olivia, sorprendida por la manera en que su madre se apoyaba en Pedro, como si no quisiera volver a separarse nunca de él. Sorprendida pero también inmensamente agradada.


—¿Por qué no lo comprobamos? —Pedro la llevó hasta la baranda—. Tengo tantas imágenes tuyas en la cabeza... Imágenes de cuando eras niña y recibías las lecciones de piano que te daba mi madre...


—Si hubiera sido mayor y más sabia para comprender mejor a tus padres... Eran una gente excepcional. Los recordaré toda mi vida.


—Vamos, Pedro —resonó la voz excitada de Olivia.


—Espera un segundo, Oli —se dirigió a Paula—. No hay necesidad de que entres, si no quieres.


—Seré una chica valiente —levantó la cabeza y lo siguió al interior de la casa.


—¡Es fantástico! —exclamaba la niña, con los ojos brillantes—. Cuando llegue a casa, escribiré un cuento sobre esto. Y quizá me haga famosa.


—Desde luego, imaginación no te falta —le dijo Pedro, observando cómo Paula empujaba suavemente la puerta y la abría sin esfuerzo.


Todo estaba envuelto en un profundo silencio. Paula había estado tantas veces en aquel pequeño salón que recordaba exactamente dónde había estado cada mueble: la situación del piano, junto a la pared. El cuadro, con un luminoso paisaje romántico. Pero nada terrible sucedió. No experimentó ningún abrumador sentimiento de tristeza. Recordaba dónde solía sentarse el padre de Pedro, contemplándola mientras recibía sus clases de piano y haciéndole comentarios a su esposa sobre los progresos realizados. Y recordaba a Pedro, sentado tranquilamente en una mecedora, esperando a que terminara para poder ir con ella al río. Sorprendentemente, aquella vieja mecedora seguía allí.

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