viernes, 29 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 31

Últimamente desconfiaba de todo el mundo. Hasta de su hermano Federico, al que había creído capaz de traicionar a la familia y vender información a los paparazzi porque siempre andaba corto de dinero. Miró a Nonna y vió que se había quedado dormida en un sillón, de modo que la dejó y se marchó al despacho, donde encendió el ordenador y descargó la fotografía de Paula, la que le había hecho con su móvil, la que había enviado a su dirección de correo electrónico sin que ella lo supiera. La echaba de menos. Estuvo mirando la imagen durante un buen rato, intentando recordar todo lo que había pasado, todo lo que había dicho. En su historia había algo extraño, algo que no terminaba de encajar y que no parecía relacionado con Bella. Pero fuera lo que fuera, tenía que descubrirlo. Así que se conectó a Internet, escribió su nombre en un buscador y empezó a investigar. 



El camino de vuelta a Roma fue tan rápido como cómodo. Paula le dió su dirección al conductor, y cuando el vehículo se detuvo ante la calle peatonal donde vivía, se inclinó hacia delante y dijo:


–Si le doy una nota para el señor Alfonso, ¿Podría hacérsela llegar?


–Naturalmente, signora. La dejaré en el palazzo de camino a casa.


Paula se quedó asombrada. Pedro vivía en un palacio. Pero enseguida se acordó de que los romanos llamaban palazzo a cualquier edificio residencial.


–Gracias.


Abrió el bolso y sacó un bolígrafo y la postal de la Plaza de España que pretendía enviar a su madre y que ahora iba a tener otro fin. "Sólo quiero reiterarle mi agradecimiento por este día. No soy tan buena cocinera como Graziella, pero si está dispuesto a correr el peligro, ¿Permitiría que le devolviera su hospitalidad una noche de éstas?" A continuación, añadió su número de teléfono y su dirección y firmó con su nombre de pila, sin apellido. Pero tras leerla rápidamente, le pareció que era una nota demasiado fría y añadió un post scriptum. Segundos después, salió del coche. En cuanto puso un pie en la calle, un ejército de periodistas se abalanzó sobre ella y la empezó a interrogar. No entendía casi nada, pero era evidente que querían saber quién era y dónde estaba Bella.


–Io non lo so… –respondió, echando mano del poco italiano que conocía–. Discúlpenme, pero no los puedo ayudar.


Paula se colgó el bolso del hombro y empezó a andar calle arriba. Un par de periodistas la siguieron y se pusieron tan pesados que decidió pasar de largo al llegar a su edificio y seguir adelante. Por fin, se los quitó de encima y entró en el café que se encontraba al final de la calle. El café donde desayunaba todas las mañanas, antes de ir a trabajar.


–Hola, Paula. ¿Qué quieres tomar?


–Hola, Angelo. Un caffe freddo, per favore.


–¿Quieres algo dulce?


–No, gracias, estoy llena. He comido antipasto, pasta al funghi, dolcelatte…


Paula se esforzó en pronunciar los platos por sus nombres en italiano porque había llegado a un pacto con Angelo, consistente en que ella hablaría en su idioma y él, en inglés.


–Pero eso no es dulce –alegó él.


–Bueno, me he comido una uva.


–¿Sólo una uva? 

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