viernes, 22 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 18

Él la tomó de la mano y siguieron andando.


–Aunque también ayuda el hecho de que soy botánico –añadió.


–Ah.


Pedro se inclinó, arrancó unas ramas de tomillo y se las dio.


–En Isola del Alfonso no tenemos souvenirs para los turistas; pero meta esas ramas en su bolso y le aseguro que, la próxima vez que lo abra, se acordará de nuestro pequeño pueblo.


Ella aceptó el regalo con una sonrisa y él volvió a escudriñar sus ojos, que no podía ver porque seguía con las gafas puestas. Paula Chaves tenía el cabello de color las gafas puestas. Tenía el cabello de color castaño, lo cual sugería que sus ojos podían ser del mismo color. Pero sólo era una posibilidad. También podían ser verdes. O dorado oscuro, como la miel. Al llegar al patio, Pedro llamó a Graziella para hacerle saber que ya estaban allí. Luego, se giró hacia Paula y vió que fruncía el ceño. Era evidente que se había estado esforzando por entender loque decía.


–La comida se servirá enseguida. ¿Le apetece beber algo?


–Un vaso de agua, por favor. ¿Podría lavarme las manos?


–Por supuesto que sí. Entre en la casa y tome el corredor de la izquierda. No tiene pérdida –contestó él.


Él la observó mientras ella se alejaba. Paula se había recogido el cabello en una especie de moño del que se había soltado un mechón. Sin dejar de andar, se llevó una mano a la cabeza y devolvió el mechón a su sitio con la naturalidad de quien había repetido mil veces la misma tarea. Pero al alzar los brazos, la camiseta también se le levantó. Y Pedro tuvo ocasión de admirar unos centímetros de piel que le reafirmaron en lo que ya había imaginado: Paula no tomaba nunca el sol. Estaba muy blanca.


En cuanto desapareció de la vista, alcanzó su teléfono móvil y echó un vistazo a la fotografía que le había sacado en la vieja pared. Estaba realmente bella; sonreía con inocencia y el cuello de la camiseta se le había bajado un poco, lo suficiente para que se atisbara la parte superior de uno de sus senos. Pedro pensó que era una profesional excelente, pero no lo sorprendió demasiado. Nadie, salvo una profesional excelente, lo habría engañado a él. El día se había complicado mucho. Primero, por la aparición inesperada de Bella; y luego, por el descubrimiento de que Federico se marchaba a Roma para ver a una chica sin esperar a que Nonna volviera del pueblo. A pesar de ello, supuso que debía estarle agradecido. Al menos, Federico se había tomado la molestia de llamarlo por teléfono para hacerle saber que una intrusa había entrado en la propiedad. Pero no las tenía todas consigo. Federico no había dicho que le había abierto la puerta él mismo. Sin embargo, tampoco le extrañó que se lo hubiera callado. Paula tenía una sonrisa maravillosa. La clase de sonrisa que podía hechizar a un hombre y hacerle olvidar, aunque sólo fuera durante un momento, que aquella puerta estaba cerrada por un buen motivo. Cuando la vió, sentada en aquella tapia, se llevó una sorpresa. Llevaba ropa informal y tenía la cabeza hacia atrás, como si estuviera tomando el sol. Nada parecía indicar que le estuviera esperando. Pero Pedro no se dejaba engañar por las apariencias. La última vez que confió en una desconocida como Paula, descubrió que era una periodista y que había aprovechado su estancia en la casa para hacer fotografías de Bella y de Leandro, que se acababan de casar, y vendérselas a una revista del corazón. Ahora, Bella y Leandro estaban a punto de separarse. La prensa lo sabía y buscaba sangre, así que Pedro supuso que Sarah sería una paparazzi que había decidido a utilizar el mismo truco que les había funcionado la vez anterior. 

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