miércoles, 27 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 27

 –No se sienta tan mal, Paula –dijo él mientras aliñaba la ensalada–. No ha hecho nada malo. La elección fue de su ex.


–Pero Tomás adoraba su trabajo.


–Y usted.


–Sí, es verdad. Sin embargo, ya no me importa. Estoy haciendo lo que quiero. He dado el primer paso en mi proyecto de dar la vuelta al mundo.


–¿Y es feliz?


Paula se preguntó si lo era. Pero no en términos generales, sino ese mismo momento, con los rayos de sol que atravesaban la parra de la pérgola, con el murmullo suave de los insectos, con el aroma de la comida y con las bromas de Pedro Alfonso.


–Sí, lo soy.


Él la miró fijamente. 


–Entonces, Paula, permítame decir que me alegro mucho de que empezara su viaje en Roma –afirmó.


 –Y yo.


Estuvieron charlando un rato, sobre cosas intranscendentes, mientras daban buena cuenta de la comida. La pasta y el pollo estaban tan buenos como la ensalada. Y cuando Pedro le ofreció un melocotón como postre, ella lo tuvo que rechazar.


–Lo siento. Estoy llena.


–Pero tiene que tomar postre… ¿Una pera? ¿Una ciruela tal vez?


–No puedo más.


–¿Una uva? –preguntó, desesperado.


Paula soltó una carcajada. Hacía mucho tiempo que no se reía tanto.


–No, no, le prometo que no podría comerme ni una vulgar uva.


Pedro no le hizo caso. Alcanzó una uva, se la llevó a los labios y dijo:


–La resistencia es fútil.


Paula supo que estaba a punto de caer en la tentación. Pero no le importó. A fin de cuentas, había estado cayendo en la tentación todo el día. Y poco a poco, en el calor de la tarde y bajo la mirada intensa de Pedro, que la animaba a pegar el bocado, se inclinó hacia delante, abrió la boca y cerró los labios sobre la uva y sobre los dedos de su anfitrión. La uva estalló en su lengua y el zumo empapó los dedos de Pedro. En tales circunstancias, era completamente normal que se los lamiera.


Italiano para principiantes.


"Podría aburrirlos con descripciones minuciosas sobre el pan casero, los entremeses, la pasta al funghi, el pollo al romero y la ensalada de queso y fruta que tomé como invitada de un hombre cuya familia ha vivido en esa zona durante siglos. De un hombre que habla un dialecto más antiguo que el latín. De un hombre alto, moreno y seductoramente encantador cuyos ojos y cuya sonrisa resultan más cálidos y más sensuales que el propio sol de Italia".



–¿Paula?


Paula sacudió la cabeza y vió que Pedro le había puesto una mano en el brazo y que la estaba mirando con preocupación.


–Lo siento. Me ha parecido que se iba a desmayar.


–¿Cómo?


–Ha cerrado los ojos durante unos segundos y he pensado que con el calor y el vino…


Paula se quedó desconcertada. Sólo había tomado una copa de vino. Y no hacía tanto calor como para marearse. Al parecer, el simple hecho de lamerle los dedos a Pedro Alfonso bastaba para ponerla al borde del desmayo.


–Lo siento. No debería beber a estas horas. Una simple copa de vino y mire lo que pasa –se excusó.


Pedro se encogió de hombros.


–Está en el campo. Coma, relájese y…


–Relajarse es una cosa –lo interrumpió–, pero desmayarse o quedarse dormida encima de la mesa es otra bien distinta.


–Razón de más para que descanse un poco. 

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