lunes, 18 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 8

Italiano para principiantes.


"Mis queridos lectores: Este fin de semana he dejado la cultura, la historia y la familiaridad de la ciudad y he subido a un tren para conocer mejor el campo. Comprar un billete de tren sin hablar el idioma del país sería bastante difícil, pero mi italiano ha mejorado mucho y ya me desenvuelvo en ese tipo de situaciones. «Un’andata e ritorno, per favore…». Por desgracia, sé pedir las cosas, pero no entiendo lo que me dicen después. Mis oídos no están acostumbrados a los sonidos y las inflexiones del idioma. Tengo que escuchar las cosas diez veces y, aun así, sólo entiendo una de cada cinco palabras. Pero al final, conseguí comprar el billete de tren y Pero al final, conseguí comprar el billete de tren y llegar sana y salva a mi destino".




Pedro Alfonso estaba furioso. Isabella Alfonso podía ser la estrella más fulgurante del cine italiano, pero en ese momento no era su estrella favorita. Él tenía intención de salir de Roma a primera hora de la mañana. Lamentablemente, su prima se presentó de improviso en su casa y lo involucró de lleno en sus indiscreciones al aparecer con un ejército de paparazzi pegado a sus talones. Isabella sabía que él odiaba a la prensa. Habían destrozado la vida de su madre y también destrozarían la de ella si no se andaba con cuidado. Y ahora, en lugar del tranquilo viaje matinal a Isola del Alfonso que había previsto, se encontraba en una limusina en compañía de Isabella y de su hermano, un adolescente que estaba de muy mal humor.


–Alégrate un poco, Federico. Al menos, tú vas a sacar algo de todo esto –declaró Pedro.


–Deja de hacerte el duro. Sabes que harías cualquier cosa por Bella –respondió el adolescente con rapidez.


Pedro miró a su hermano. Era tan guapo que con maquillaje, una peluca, unas gafas oscuras y el abrigo de Isabella por encima de los hombros, se parecía mucho a ella. Se parecía tanto como para engañar a los periodistas, que los habían seguido.


–Sí, es verdad que haría muchas cosas por ella; pero no cualquier cosa –contraatacó Pedro, sonriendo–. A diferencia de tí, yo jamás me habría prestado a pintarme los labios.




Las montañas se alzaban brusca y claramente desde el fondo del valle. Paula las miró y contempló sus tranquilos y soleados picos mientras intentaba imaginarlos en mitad del invierno, cubiertos de nieve, entre aullidos de lobos y gruñidos de osos. Sin embargo, siempre cabía la posibilidad de que lo de los lobos y los osos hubiera sido una invención de Alberto. A fin de cuentas, su bisabuelo era un hombre muy creativo. A pesar de estar a principios de octubre, el sol calentaba tanto que se alegró de haberse puesto una pamela. Cuando llegó al puente, se detuvo un momento para ver el río, que llevaba poco caudal tras el largo y tórrido verano. Después, durante el ascenso hacia el pueblo, se dedicó a mirar a un lado y a otro en busca de pueblo, se dedicó a mirar a un lado y a otro en busca de los restos de alguna mansión. La mansión de la foto de Lucía. Sus pasos la llevaron a una plaza que parecía dorada bajo la luz del sol y que estaba llena de árboles. Tenía tiendas pequeñas, un café cuyo propietario se dedicaba a instalar la terraza en ese momento y una iglesia sorprendentemente grande. Se detuvo en mitad de la plaza y giró lentamente sobre sí misma, tomando fotografías con el teléfono móvil. Era un lugar tan bonito que podría haber servido como localización para una película. 

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