viernes, 8 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 63

Se ruborizó intensamente mientras recordaba la excitación, la energía, el misterio, la ilusión de formar un solo cuerpo con él aquella noche...


—El mundo solo cobra realidad para mí cuando tú estás en él, Paula.


Cerró los ojos mientras saboreaba aquellas palabras.


—Olivia te quiso desde el principio, nada más verte — pronunció con voz soñadora—. Siempre me pareció algo extraordinario.


—¿Y por qué no? Los niños perciben cosas que los adultos han dejado de percibir. Yo soy su padre. Superaremos esta etapa. Te prometo que estaré contigo el viernes por la tarde. Y no dejaré que nada se interponga en mi camino. 




Los campos bañados por el sol estaban llenos de caballos. Era una de las visiones más hermosas que Paula había tenido en toda su vida.


—Parece un cuadro viviente, ¿Verdad? —comentó Pedro.


—¿Cuántos caballos vamos a comprar aquí? —preguntó Olivia con voz entusiasmada y un brillo de felicidad en los ojos, sentada detrás en el deportivo—. Todo esto es maravilloso.


—Desde luego que sí. Tu madre y yo hemos decidido comprar unos treinta en total, no tantos como solía haber en Bellemont. Caballos tranquilos y obedientes para que los monten los niños. Nos los llevaremos. Esta granja pertenece a Tomás McGovern, que en tiempos fue un famoso jockey.


—Ya lo sé —repuso Olivia—. La granja se llama Greenfields. Mamá decía que las puertas de la terraza estaban pintadas con los colores del señor McGovern —mientras estaba hablando, una yegua y su potrillo se separaron del resto para galopar hacia la valla blanca, y la niña exclamó al verlos—. ¡Qué bonitos son!


—Bueno, le dije a Tomás que llegaríamos a las once. Y ya son — dijo Paula con voz casi soñadora, mientras consultaba su reloj.


—Bien.


Siguiendo un impulso, Pedro extendió una mano para acariciarle una mejilla, olvidándose momentáneamente de que Olivia estaba presente. Llevaba unos pantalones de lino de color rosa y un top blanco, una ropa sencilla que le daba una apariencia increíblemente sexy y elegante. Ella advirtió el brillo de sus ojos y desvió la vista, ruborizada. Entre ellos flotaba una tácita sensualidad, acrecentada por la consumación de su amor. Tomás McGovern había salido al patio para recibirlos. De unos sesenta años, era un hombre de aspecto dinámico, vestido con una camiseta de polo y pantalones de montar, y tocado con una gorra de visera. Levantó una mano a modo de saludo cuando el deportivo se detuvo frente a él.


—Buenos días, amigos. Buenos días, señorita —se dirigió a Olivia—. Dios mío, cuánto has crecido desde la última vez que te ví. Por entonces solo debía de tener...


—Año y medio, Tomás —le sonrió Paula—. Saluda, Olivia.

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