viernes, 17 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 33

Paula se esforzaba en concentrarse en la docena de topacios azules que había sobre la mesa de la cocina. Su presupuesto no solía dar para nada tan bonito, pero una de sus clientas habituales en la cafetería conocía a alguien del gremio y había conseguido las piedras a muy buen precio. A cambio, Paula iba a hacerle cortinas para el dormitorio. Un gran trueque.
Había pensado hacer seis pares de pendientes, si conseguía emparejar bien las piedras. Si no, utilizaría las que sobraran para hacer un collar a juego. O un alfiler con una piedra colgante. Tenía muchas ideas.
Normalmente habría pasado horas absorta en su trabajo, pero ese sábado en concreto tenía la distracción de Pedro sentado al otro lado de la mesa.
Aún no estaba segura de cómo había ocurrido. Bajaba de su coche, y tras dejar a Luz en casa de una amiga, se vieron, empezaron a charlar y lo había invitado a entrar.
—¿Tu abuela tiene dos asistentes? —preguntó, mientras Pedro hablaba de sus dos primeros días dirigiendo la empresa—. ¿Quién necesita dos?
—Por lo visto ella. No conoceré a Kit hasta la semana que viene, pero Vicki se pasa el día temblando. Parece creer que si no hace lo que le pido perfectamente a la primera, haré que la fusilen al amanecer.
—Eso sería casi gracioso, si no fuera tan triste.
—Son todos así —dijo él—. Visité algunos despachos ayer para presentarme, y la gente estaba aterrorizada. No conseguí que dijeran nada excepto cuánto quieren a mi abuela, cuánto les gusta su trabajo y lo felices que los hace trabajar allí.
—No pretendo ofenderte —Paula arrugó la nariz—, pero me cuesta creer que aprecien tanto a tu abuela.
—A cada paso espero encontrarme un armario lleno de varas de bambú, o una cámara de tortura escondida tras una puerta cerrada. Tenía programadas reuniones todo el día. Cada departamento presentaba un informe diario. El personal de los restaurantes tenía que desplazarse para verla.
—Tú lo arreglarás todo —le dijo ella, convencida. Habiendo dirigido tropas bajo el fuego enemigo, organizar una oficina le resultaría fácil.
—Hay mucho que aprender —se quejó él — . Nunca había prestado atención al negocio de los restaurantes hasta ahora. Ni siquiera los llaman «restaurantes», sino «establecimientos».
—Lo sé —sonrió ella.
—Perdona, tú trabajas en un restaurante —movió la cabeza—. Entonces sabes de qué estoy hablando. Matías, uno de mis hermanos, me está dando un curso acelerado de gestión de restaurantes. Hay gastos fijos, como el edificio. Los costes de provisiones y trabajo se desglosan por comidas. Sofía, la mujer de Matías, es chef. Voy a reunirme con ella la semana que viene para enterarme de cómo funciona la cocina.
—No me extraña. Que yo sepa, ni siquiera guisas —murmuró ella.
—¿Te estás burlando?
—No, toda esa información puedes aprenderla. Si hay buena gente trabajando, los restaurantes cuidarán de sí mismos.
—Más les vale —tomó un sorbo del té helado que ella había preparado—. Nunca consideré el negocio familiar algo real. Sólo era algo que procuraba evitar. Ahora me siento como si estuviera rescatando a gente de las profundidades del infierno.
—Y lo haces. Sé que es tu abuela y que seguramente la quieres mucho...
—En realidad no.
Ella no lo creyó. Era imposible ignorar a la familia. Llevaba años intentándolo y había días en los que aún pensaba en sus padres y se preguntaba si se acordaban de ella alguna vez.
—Sólo digo que no debe de ser fácil trabajar para ella. Lo que estás haciendo es bueno.
Él se removió en la silla, incómodo.
—Por cierto, hablé con mi jefe —dijo ella—. Conoce a tu abuela, pero no son amigos y nunca lo habría convencido de que me despidiera. No puedo creer que me dejara intimidar así. Me derrumbé como papel mojado. Debería haber sido más fuerte.
—Paula, estoy viendo a ejecutivos adultos, de carrera, acobardados tras su escritorio. No eres tú. Gloria aterrorizaría a cualquiera.
—A ti no te asusta.
—La conozco. No te lo tomes como algo personal. Tú eres muy fuerte.
—No lo soy, pero gracias por decirlo.
Aunque no estaba trabajando mucho, era agradable hablar con él y agradable mirarlo. Una buena combinación. Aunque intelectualmente sabía que era mejor que él no quisiera iniciar una relación con ella, la parte tozuda y emocional de su cerebro lamentaba que no pudieran llegar a más.
Pedro se levantó y fue hacia la sala.
—¿Te estoy aburriendo? —preguntó ella.
—¿Qué? No. Me pareció ver a alguien afuera.
—¿A quién?
—No sé. Tenía aspecto sospechoso.
Lo primero que pensó ella fue que Facundo había cumplido su amenaza. Pero rechazó la idea. Facundo no se escondería. Aporrearía la puerta y exigiría dinero.
—Quería preguntarte algo —Pedro se volvió hacia ella—. Mi cuñada está embarazada y va a haber...
Giró de repente y corrió afuera. Paula lo siguió y se quedó atónita al verlo seguir a un hombre a quien no había visto nunca. Primero sintió alivio porque no fuera Facundo. Después se preguntó quién estaba en su jardín, espiando por la ventana.
Pedro se lanzó sobre el tipo y cayeron sobre el césped. Agarró su brazo y lo dobló tras su espalda. Ella contemplaba la escena asombrada.
—El señor J., supongo —dijo Pedro.
—¿Quién? —preguntó ella.
—Este tipo trabaja para mi abuela. No sé su nombre auténtico. En su agenda aparece como señor J. —Pedro sacudió al tipo—. Ayer llamé a su empresa y prescindí de sus servicios.
—No sé de qué habla. No trabajo para su abuela.
—Ya. ¿Quién lo contrató entonces?
—No puedo... —soltó un grito cuando Pedro incrementó la presión sobre su brazo.
Paula hizo una mueca, pero no lo detuvo. No le gustaba la idea de que desconocidos merodearan alrededor de su casa. Hizo la pregunta obvia.
—¿Fue Facundo?
Pedro y el hombre la miraron.
—No. Se llama Gonzalo—dijo el extraño—. Dice que es su hermano.

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