domingo, 26 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 62

Pedro cargó la última caja en su todo terreno mientras Paula se movía nerviosa de un lado a otro.
—No me gusta esto —dijo ella—. No estoy tranquila. ¿Y si pasa algo?
Cuando resultó obvio que las cajas y materiales no cabrían en su coche, Pedro había insistido en que se llevara el suyo. Ella había alegado que era un coche demasiado caro y él que tenía seguro. Había accedido por necesidad, pero seguía sin gustarle.
—Tendré mucho cuidado —le prometió.
—No hace falta —la rodeó con un brazo—. Relájate. Va a ser un buen fin de semana para tí.
—Quizá. Eso espero —tomó aire—. Tienes razón. Va a ser fantástico. Pero ojalá no fuera tan temprano.
Eran las seis de la mañana, pero Paula tenía que llegar a la feria con tiempo para montar su puesto.
—¿Y si nadie compra mis cosas? —preguntó con pánico—. ¿Y si paso tres días allí sentada sin vender? No puedo hacerlo.
Pedro sabía que cuando empezaba así era imposible pararla, así que hizo lo único que se le ocurrió. La besó.
Ella se tensó y luego se derritió contra él. Lo rodeó con sus brazos y Pedro  sintió el familiar deseo y calor que lo asaltaba cuando estaba cerca de Paula.
Entre el horario de trabajo de ella y su necesidad de crear suficientes joyas, y el trabajo de él, apenas se habían visto esa semana, así que no había habido repetición de lo del fin de semana.
Pedro  la echaba de menos en su cama, pero sabía que era mejor dejar que las cosas se enfriaran un poco.
—Vaya —ella se apartó y lo miró—. Eso es mejor que el café. Ahora estoy completamente despierta.
—¿Estás más tranquila?
—En cierto sentido, sí. En otro, no —sonrió con malicia y él notó que lo atraía como un imán.
Todo en ella lo atraía, aunque no debería ser así. Le alegró ver un coche deportivo acercarse a la casa y estacionar. Federico bajó y fue hacia ellos.
—¿Sabes qué hora es? —preguntó su hermano—. ¿Sabes hasta que hora estuve levantado anoche?
—Hola, Federico—Paula miró de uno a otro—. ¿Qué haces aquí?
—Ayudar —se estiró y le dio a Pedro una palmada en la espalda—. Estás en deuda conmigo.
—Apúntalo en mi cuenta.
—No entiendo —dijo Paula.
—Te ayudará a montar el puesto —dijo Pedro—. Apenas puedes con una mesa y son cuatro. Yo me quedaré aquí hasta que Luz y la señora Ford se despierten. Después las llevaré a la feria. Entretanto, Federico te ayudará.
—No —ella dio un paso atrás—. No puedo aceptar.
—Claro que puedes —dijo Federico—. No es como si tuviera a alguien esperándome en casa.
—¿Una noche floja? —Pedro alzó una ceja.
—Supongo. Últimamente no estoy de humor. Conocí a una mujer exasperante hace un par de días y me quitó las ganas.
—Imposible —dijo Pedro con una sonrisa.
—Es cierto —Federico sonó amargado e infeliz—. No sabía quién era yo y ni siquiera era bonita. Dijo que la razón de que Gloria sea tan difícil es que no paso suficiente tiempo con ella.
—Los problemas de Gloria empezaron mucho antes de que naciéramos.
—Lo sé, pero luego dijo que Gloria necesitaba contacto —encogió los hombros—. No lo recuerdo todo. Me aburrí. Me puso de muy mal humor.
—¿Y qué hiciste?
—La contraté como enfermera de día de Gloria.
Hasta Paula se rió al oír eso. Pedro la acompañó al coche y la obligó a subir.
—Todo irá bien —le dijo—. Luego iré con las chicas.
—Pero...
—Vete —dijo él poniéndole un dedo en los labios para silenciarla.
—Te seguiré —dijo Federico—. En estas ferias hay muchas mujeres, ¿no? Puede que me quede un rato y conozca a algunas.
—Para quitarte el sabor de la otra de la boca — dijo Paula.
—No la besé —Federico hizo una mueca—. ¿Por qué iba hacerlo? No me importa no gustarle, no es mi tipo. Ahora que la he contratado, no tendré que volver a verla nunca. Y menos mal, os lo aseguro.
—Para no estar interesado en esa mujer, hablas mucho de ella —comentó Paula, mirándolo de reojo.
—¿Has olvidado que voy a ayudarte?
—Ah, sí —sonrió ella. Cerró la puerta del coche—. Te veré allí —le dijo a Pedro—. Deséame suerte.
—No te hará falta. Pero ¡buena suerte!

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