domingo, 5 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 1

Una gran y desagradable verdad es que hay momentos en los que una mujer necesita a un hombre… o al menos, la fuerza muscular de un torso bien desarrollado. Por desgracia para Paula Chaves, se encontraba ante uno de esos momentos.
—Algo me dice que no te impresionará la larga lista de cosas que tengo que hacer, o que Luz tenga una fiesta de cumpleaños a mediodía. Las fiestas de cumpleaños son muy importantes para los niños de cinco años. No quiero que se pierda ésta —masculló Paula apoyando todo su peso en la llave de tubo.
Solía lamentarse de los cinco kilos de más que arrastraba desde hacía tres años. Cualquiera habría pensado que en ese momento le servirían, por ejemplo, para hacer palanca. Pero se habría equivocado.
—¡Muévete! —le gritó a la tuerca de la muy desinflada rueda. Nada. Ni siquiera un mínimo giro.
Dejó caer la llave de tubo en el suelo mojado y maldijo.
Era culpa suya, desde luego. La última vez que había notado que la rueda iba baja, había ido a Frenos y Ruedas Randy, y Randy mismo había parcheado el agujero del clavo. Ella había esperado en la sala de espera leyendo revistas del corazón, un lujo que no solía poder permitirse, sin pensar siquiera en que él utilizaría una máquina para apretar las tuercas. Siempre le pedía que las apretase a mano, para poder desmontar ella misma la rueda en caso de necesidad.
—¿Necesita ayuda?
La pregunta pareció surgir de la nada y ella se sobresaltó tanto que perdió el equilibrio y se sentó en un charco. Notó cómo la humedad empapaba sus vaqueros y bragas. Fantástico. Cuando se pusiera en pie parecería que se había orinado. ¿Por qué no podía haber empezado su sábado con una imprevista devolución de Hacienda y la entrega de una caja de bombones anónima?
Miró de reojo al hombre que estaba junto a ella. No lo había oído acercarse, pero cuando echó la cabeza atrás para mirarlo, reconoció a su nuevo vecino de arriba. Tenía algunos años más que ella, era moreno, guapo y, a primera vista, físicamente perfecto. No cuadraba con el tipo de gente que solía alquilar un apartamento en ese destartalado vecindario.
Se puso en pie y se sacudió el trasero. Gruñó al tocar la mancha húmeda.
—Hola —dijo. Sonrió y dio un paso hacia atrás—. Es, ejem...
Maldición. La señora Ford, su otra vecina, le había dicho el nombre del tipo. Y también que había dejado el ejército hacía poco, era reservado y no parecía tener trabajo. No era una combinación que hiciera que Paula se sintiera cómoda.
—Pedro Alfonso. Vivo arriba.
Solo. No recibía visitas y apenas salía. Todo eso inspiraba cualquier cosa menos confianza, pero Paula había sido educada para ser cortes, así que sonrió.
—Hola. Soy Paula Chaves.
En cualquier otra circunstancia, habría encontrado otra forma de solucionar su dilema, pero no podía aflojar las tuercas sola y no podía pasarse la mañana allí sentada, rezando al dios de las ruedas.
—Si pudieras hacer de forzudo un segundo —señaló la rueda—, sería fabuloso.
—¿Forzudo? —su boca se torció hacia arriba.
—Eres un hombre, esto es cosa de hombres. Es lo más natural.
—¿Y dónde quedaron las mujeres y su deseo de independencia e igualdad en el mundo? —cruzó los impresionantes brazos sobre un pecho también impresionante.
Por lo visto, había un cerebro y un posible sentido del humor tras esos ojos oscuros. Eso era bueno. Los vecinos de los asesinos en serie siempre decían que el tipo era muy agradable. Paula no estaba segura de que Pedro pudiera definirse como agradable y en cierto retorcido sentido, eso le aliviaba.
—Antes de eso deberíamos desarrollar fuerza de cintura para arriba. Además, te has ofrecido.
—Sí, lo he hecho.
Agarró la llave, se acuclilló y con un rápido movimiento aflojó la primera tuerca, provocando en ella una sensación de incompetencia y amargura. Tardó igual de poco en aflojar las otras tres.
—Gracias —sonrió ella—. Puedo seguir yo.
—Ya que he empezado, puedo poner la rueda de repuesto en un par de segundos.
Eso creía él.
—Sí, bueno, estaría bien —dijo ella—. Pero no tengo rueda de repuesto. Es muy grande y pesa demasiado en el coche.
—Necesitas una rueda de repuesto —él se enderezó.
—Gracias por el consejo —replicó ella, irritada por la obviedad de su comentario—, pero como no la tengo, no sirve de mucho.
—¿Y qué vas a hacer ahora?
—Darte las gracias —miró con fijeza las escaleras que llevaban al apartamento de él—. No quiero retenerte —añadió, al ver que él no se movía.
Él miró la bolsa de nylon con ruedas que había en el suelo. Apretó los labios con desaprobación.
—De ninguna manera vas a cargar con esa rueda tú sola — afirmó. Ella decidió que no era agradable.
—No la cargo, la arrastro. Lo he hecho antes. El taller al que voy está a un kilómetro de aquí. Voy andando, Randy la arregla y vuelvo con ella. Es fácil y un buen ejercicio. Así que gracias por tu ayuda, que tengas un buen día.
Se inclinó hacia la rueda. Él se interpuso.
—Yo la llevaré —le dijo.
—No, gracias. No hace falta.
Él le sacaba al menos veinte centímetros de altura y unos treinta kilos de peso... todos de músculo. Cuando frunció los ojos y la miró fijamente, tuvo la impresión de que intentaba intimidarla. Y lo estaba consiguiendo, pero no iba a dejárselo ver. Era dura. Era determinada. Era...
—¿Mami, puedo tomar una tostada?
Se volvió hacia su hija, que estaba en la puerta de su apartamento.
—Claro, Luz, pero yo te ayudaré. Iré enseguida.
—Vale, mami —Luz sonrió y cerró la puerta mosquitera.
Paula miró de nuevo a Pedro y descubrió que había aprovechado el momento de descuido para llevar la rueda hacia su todo terreno, un coche carísimo y fuera de lugar en ese vecindario.
—No puedes llevarte la rueda —exclamó, corriendo tras él—. Es mía.
—No la estoy robando —dijo él con tono aburrido—. Voy a llevarla a que la arreglen. ¿Dónde sueles ir?
—No te lo diré —soltó ella. Eso lo pararía.
—Bien, la llevaré donde me parezca —echó la rueda en el vehículo y cerró la puerta trasera.
—¡Espera! Para —ella se preguntó cuándo había perdido el control de la situación.
—¿De verdad te preocupa que vaya a desaparecer con tu rueda?
—No. Claro que no. Es sólo... yo no...
Él esperó pacientemente.
—No te conozco —soltó ella—. Me ocupo de mis asuntos. No quiero deberte nada.
—Eso puedo comprenderlo —aceptó él, sorprendiéndola—. ¿Adónde quieres que lleve la rueda?
—A «Frenos y Ruedas Randy» —comprendiendo que no iba a rendirse, le indicó cómo llegar—. Pero tienes que esperar un momento. Necesito que lleves unos pendientes.
—¿Para Randy? —él alzó una ceja.
—Para su hermana. Es su cumpleaños —tomó aire, odiando tener que dar explicaciones — . Es cómo le pago por su trabajo.
Esperó a que él la juzgara o, al menos, hiciera un comentario irónico. Pedro se encogió de hombros.
—Ve por ellos.
Tardó unos tres minutos en llegar a Frenos y Ruedas Randy. Cuando aparcó, un hombre bajo, maduro y de estómago abultado lo esperaba.
Pedro adivinó que era Randy en persona.
—¿Trae la rueda de Paula? —preguntó el hombre.
—Está atrás.
Randy echó un vistazo al BMW X5 de Pedro.

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