lunes, 27 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 66

Dani se dió la vuelta y sonrió a Ryan.
—Tengo que marcharme —dijo, deseando que no fuera verdad. En un mundo perfecto, podría quedarse en la cama con él para siempre.
—Yo no entro hasta las cuatro —suspiró él, mirando el reloj. ¿No puedes esperar hasta entonces?
—Todo el mundo está de mal humor después del brunch —alegó ella. Eran poco más de las dos, y domingo—. Debo ir a calmar los ánimos.
—Cierto —él le acarició el pelo—. A los clientes les encanta el brunch, pero el personal lo odia. De acuerdo, te dejaré ir... pero sólo por esta vez.
—Muy valiente —se inclinó hacia él y lo besó. El introdujo una pierna entre las suyas.
A ella volvió a sobresaltarla que se moviera solo. Había disfrutado del sexo, pero una parte de su ser emocional se había mantenido al margen, boquiabierta y atónita por lo distinto que era.
—¿Qué piensas? —preguntó él.
—Nada.
—No tienes cara de pensar en nada. ¿Qué?
—Pensaba en Martín —admitió ella con un suspiro.
—Vaya —él se incorporó y se apoyó en el cabecero acolchado—. ¿Debería preocuparme que pienses en tu ex marido mientras estás en la cama conmigo?
—No. No lo echo de menos ni nada de eso. Es sólo que... —se sentó y se cubrió con la sábana—. Ya te dije que estaba en una silla de ruedas.
Ryan asintió y sus ojos azules la escrutaron.
—Habíamos sido amantes antes de que ocurriera eso. Martín sólo era el segundo hombre con quien estaba, y después del accidente nunca fue igual. Hacíamos cosas, claro, pero el sexo tradicional era impracticable.
Se mordió el labio inferior, sin saber cuánto podía o necesitaba compartir.
—No me importaba. Leí libros y hablé con su médico y con su fisioterapeuta. Habríamos necesitado ayuda para que me quedara embarazada, pero eso aún lo veía distante. No quiero parecer desleal o mala persona, pero la intimidad suponía trabajo. Trabajo físico para mí. Había cosas de las que tenía que ocuparme. Contigo es fácil. Tus piernas se mueven. Notas lo que estoy haciendo. ¿Te parezco horrible?
—Dani —la abrazó y la besó—, te abandonó y después descubriste que te era infiel. No le debes nada. Creo que fue muy afortunado por tenerte e idiota por dejarte. Me alegra que hayas disfrutado conmigo. Me alegra que fuera fácil. Te lo has ganado.
La combinación de sus fuertes brazos y sus palabras de apoyo le aceleraron el pulso. Se preguntó cómo había tenido tanta suerte, recién divorciada, y cómo hacer que aquello no acabara nunca.
—Gracias —musitó.
—De nada —la besó de nuevo—. Bueno, o sales de la cama ahora mismo o tendrás que aceptar que me ocupe de ti otra vez.
—Me encantaría ser seducida —rió ella—, pero tengo que ir al restaurante —le acarició la mejilla—. ¿Hasta las cuatro?
—Allí estaré.
Ella se vistió rápidamente y se retocó el maquillaje. Veinte minutos después llegó al restaurante; el brunch había acabado y estaban recogiendo.
—Es ridículo —Jaime  fue directo hacia ella—. ¿Sabes quién soy? Soy un chef famoso y con mucho talento. Tengo un don. Me has hecho pasar la mañana supervisando cómo los cocineros preparaban tortillas y tortitas. Me siento insultado.
—Pues eso suena a que tienes problemas en tu vida personal —dijo Dani, sin inmutarse por su queja.
—Mi vida personal va bien. Es excelente. Mucho mejor que la tuya.
Ella deseó decirle que se equivocaba. Que Ryan hacía cosas con su cuerpo que quizá no fueran legales en otros estados, y que hasta estar con él no había sabido que era una de esas mujeres que gritaban de placer. Pero compartir esa clase de información la haría vulnerable y lo que necesitaba era seguir controlando la cocina.
—Si eres tan feliz, ocuparte del brunch debería ser fácil —le dijo—. Sólo es un domingo al mes. Sabes que es un turno rotativo.
—Es una tortura y te odio por obligarme a hacerlo.
—Es bueno saberlo —Dani sonrió.
Él estrechó los ojos y se marchó. Dani deseó llamarlo y darle un abrazo. O ponerse a cantar. El sol brillaba, el cielo era de un precioso color azul y su vida era perfecta en casi todos lo sentidos.
Fue al comedor y vio que sólo quedaban unos cuantos clientes tomando café. Iba a encaminarse a su despacho cuando vio a una mujer joven con un niño pequeño entrar al restaurante.
Como no había ningún camarero a la vista, Dani fue hacia ella con una sonrisa.
—Hola, ya hemos dejado de servir. Lo siento.
—No importa. No he venido a comer. ¿Está Ryan?
—Eh, no —Dani miró a la mujer y al niño—. No entra hasta las cuatro.
—Ah. He llamado a su casa y no contesta. Hace un día precioso, así que debe de estar paseando. No sé si volver a su apartamento o esperarlo por aquí.
Dani no supo qué pensar. Estuvo a punto de decirle que Ryan debía de haber estado duchándose y que probara de nuevo. Pero no lo hizo. Tenía el cuerpo rígido como un árbol y no podía hablar. Por suerte, no hizo falta. La otra mujer siguió parloteando.
—He venido por sorpresa. Le dije que pasaría otra semana con mi madre, pero nos estaba volviendo locos a los dos. Cosas de abuelas. Nada de lo que hago le parece bien. No vine antes porque tenía los exámenes orales —sonrió con timidez—. Voy a doctorarme en nutrición y disfunciones alimentarias — hizo una pausa y movió la cabeza—. Dios, no callo. Llevo tres días sola con Alex, estoy emocionada de hablar con una persona adulta.
El niño se metió los dedos en la boca. La mujer era alta y delgada. Dani miró su mano izquierda y la alianza de diamantes que lucía.
Un frío helado le oprimió el corazón. Se dijo que no podía ser verdad, pero se temía lo peor.
—Soy Dani Alfonso. Trabajo aquí con Ryan. No mencionó que esperase visita.
—Es una visita sorpresa. Alex y yo no deberíamos haber llegado hasta dentro de unos días —le ofreció la mano libre—. Soy Jen, la esposa de Ryan.

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