miércoles, 8 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 11

—Ya he acabado —dijo la señora Ford desde su sitio ante la mesa de la cocina.
Paula miró el bol casi lleno de ensalada.
—Has sido muy rápida.
—Se trata de usar los utensilios adecuados —la anciana le mostró algo que parecía un cruce entre unas tijeras de podar y unas tijeras de cocina—. Ví esto anunciado en la televisión y supe que debía tenerlo.
Paula removió la pasta, comprobando que estaba cocida por igual. Había preparado una salsa de tomate con un poco de carne, el cuarto kilo que no había utilizado para el chile.
—Hoy me sentí un poco culpable en el centro comercial —admitió—. Como si fuera una espía.
—¿Por qué? Entraste a las tiendas, viste lo que se lleva y te marchaste. Eso no es un crimen.
—Lo sé. Si pudiera permitirme comprarle ropa a Luz, la compraría. Pero uno de los vestidos que ví valía cuarenta y cinco dólares. Y no eran ni dos metros de tela.
Había ido a las tiendas más populares y había estudiado los diseños. Luego, ya en casa, había hecho bocetos para hacer las prendas ella misma. Quería que su hija estuviera contenta con su ropa cuando empezara a ir al colegio. Paula aún recordaba el año que cumplió los once y creció cinco centímetros casi de un día para otro. Había ido al colegio con unos vaqueros que le quedaban cortos y se habían burlado de ella. Lloró todo el camino de vuelta a casa.
Crecer ya era reto suficiente. Haría cuanto estuviera en su mano para evitarle problemas a Luz.
—Los vaqueros y las camisetas no son problema —dijo Paula—. En Wal-Mart son baratos. Pero lo demás...
—¿Has visto a Pedro últimamente?
—Un cambio de tema poco sutil —Paula removió la salsa.
—Soy mayor, así que me hago concesiones. ¿Lo has visto?
—En realidad no —si no contaba su reciente visita al restaurante. No quería explicar la razón por la que había ido y si no la daba, la señora Ford supondría que las cosas se estaban calentando, y no era así.
—Deberías tenerlo en cuenta —dijo la señora Ford—. Has mencionado muchas veces que Luz necesita una figura paterna en su vida.
—¿Estás sugiriendo a Pedro para el puesto? —si hubiera estado comiendo, se habría atragantado.
—¿Por qué no? Es un hombre honorable.
Paula  se lo imaginaba haciendo muchas cosas, pero ¿padre putativo de una niña de cinco años?
—Hace falta más que ser honorable. No es precisamente accesible emocionalmente hablando.
—Tú tampoco, querida.
—Ay.
—Lo siento si te ha sonado duro —la señora Ford movió la cabeza—, y te pido disculpas por adelantado, pero diré lo que pienso. Paula, vives como una monja. No es natural para una mujer de tu edad. Hay un hombre atractivo y saludable viviendo a menos de cuatro metros y deberías hacer algo al respecto. Como digo siempre, úsalo si puedes.

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