lunes, 27 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 67

Pedro  estacionó ante la casa de Matías y entró rápidamente. El coche de Federico  no estaba, así que Matías no debía de haberlo localizado. Daba igual; Pedro estaba más que dispuesto a ocuparse del tema él solo.
La ira lo quemaba por dentro. En el caso de Martín no había sido posible darle una paliza, pero el maldito Ryan no estaba en una silla de ruedas... aún.
Entró sin llamar y vió a Dani en el sofá, acurrucada y apoyada en el hombro de Sofía. Su hermana alzó el rostro al oírlo. Tenía el rostro húmedo y enrojecido, los ojos hinchados.
—Está casado —sollozó—. Está casado y no me lo dijo, ni siquiera lo insinuó. No puedo creerlo. Incluso cuando hablamos de cómo me había engañado Martín, no dijo nada —se levantó y se refugió en los brazos de Pedro. Él la apretó contra sí, acunándola.
No tenía palabras. Nada de lo que dijera arreglaría la situación. Odiaba que Ryan le hubiera hecho eso estando tan reciente el rechazo y la traición de Martín.
Miró a Matías, que tenía aspecto de desear darle un puñetazo a algo. Era obvio que Sofíahabía llorado.
—Es asqueroso —musitó Sofía—. Lo odio.
—Yo también —murmuró Dani contra el pecho de Pedro. Él notó que las lágrimas empapaban su camisa—. Tiene un hijo. Un niño pequeño. ¿Cómo pudo acostarse conmigo teniendo un niño? Está mal —alzó la cabeza y lo miró—. Duele. Haz que se vaya el dolor.
Él besó su frente y la atrajo de nuevo hacia sí.
—No puedo. Me gustaría hacerlo, pero no puedo.
Deseó decirle que las cosas mejorarían. Sabía que el tiempo lo curaba todo, pero eso no sería ningún consuelo en ese momento. Odiaba que ella sufriera.
Era su hermanita pequeña y siempre había sentido la necesidad de protegerla. Le dijo que buscaría a Ryan, le daría una paliza, esperaría a que sanase y le daría otra.
—Te ayudaré —dijo Matías.
—No le pueden pegar a Ryan —Sofía miró de uno a otro—. Hará que los arresten y yo estoy a punto de dar a luz. Ninguno de los dos puede estar en la cárcel cuando llegue el momento.
—Tiene razón —a Dani le tembló la voz—. Me encantaría verlos machacarlo, pero no pueden.
—Tal vez no —admitió Pedro, aunque seguía pensando que era buena idea—. Pero puedo despedirlo.
—Perfecto —Matías sonrió de medio lado—. A ver si encuentra un trabajo en esta ciudad sin tener referencias nuestras. Se morirá de hambre.
—¡No! —Dani dio un paso atrás y los miró fijamente—. No vas a despedirlo, Pedro.
—¿Aún te importa ese tipo? —Pedro la miró incrédulo.
—¿Qué? —ella se secó los ojos con la mano—. No. Claro que no. Me gustaría verlo asarse en una espita. Pero entré en la relación por mi propio pie. Nadie me obligó. Soy yo quien no hizo las preguntas adecuadas. Debo asumir mi responsabilidad por eso.
—Dani, te engañó —dijo Sofía.
—Lo sé, pero me niego a otorgarle todo el poder. No soy una débil mujercita que necesite ser rescatada por sus hermanos. Ryan se queda. Lo superaré.
Pedro admiró su intento de ser fuerte, aunque seguía deseando poder dar un buen puñetazo.
—Si no despido a ese malnacido, lo verás todos los días. ¿Podrás soportar eso?
—Ya veremos —ella cuadró los hombros.

El asunto había parecido sencillo en su momento, pensó Pedro al día siguiente, mientras despedía a la señora Ford y a una de sus amigas. Las ancianas lo dejaron a solas  con Luz y el millón de cosas que podían ir mal. Tenía que vigilar a la niña unas horas, mientras la señora Ford asistía al picnic para pensionistas del Día del Trabajo. Era sólo para adultos y la señora Ford no podía llevar a Luz. Por razones que en ese momento le resultaban incompresibles, Pedro se había ofrecido a hacerse cargo.
—Un fallo cerebral —masculló, entrando al piso de Paula—. Debo de haberme dado un golpe en la cabeza.
Había dejado a la niña en el suelo, viendo la televisión, pero cuando entró Luz  había extendido varias prendas de ropa sobre el sofá.
—Mañana empiezo el colegio —le dijo, con una expresión mezcla de esperanza y miedo—. Mami y yo aún no hemos decidido qué me pondré —tocó una camiseta con una corona estampada—. Ésta es bonita.
—Muy bonita —aceptó él, preguntándose cómo diablos iba a ocupar el día. La señora Ford no volvería hasta después de la cena. La feria cerraría pronto, pero no esperaba a Paula hasta las seis. Podía llevar a Luz a la feria, pero eso sólo duraría dos horas. Y estaba el tema de las comidas. Había dicho que comerían fuera, pero eso implicaba sentarse frente a ella y pensar cosas que decir. ¿Y si la niña se atragantaba o algo así? Un sudor frío le empapó la nuca.
—¿Has visto lo que me ha comprado mami para llevar la comida? —preguntó ella. Corrió a la cocina y volvió con una tartera de colores brillantes.
La abrió y le mostró los compartimentos para un zumo, una caja de plástico para un sándwich y la zona térmica para conservar la temperatura.
—Es la mejor —afirmó con reverencia, cerrándola y pasando la mano por encima.
Él miró su reloj. Fantástico. Habían pasado dos minutos, quedaban unos cuatrocientos ochenta más.
—¿Quieres dar un paseo en bicicleta? —preguntó, pensando que al menos eso la cansaría. ¿Dormirían la siesta los niños de su edad?

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