lunes, 20 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 45

—¿Alejandra? —Miguel estuvo a su lado en un instante.
—Estoy bien.
—Mamá, ¿seguro que estás bien? —preguntó Paula.
—Claro. Esto me trae muchos recuerdos, nada más. No te preocupes por mí.
Las palabras eran las apropiadas, pero la oscuridad de sus ojos narraba otra historia. Paula comprendió, con tristeza, que su marcha lo había cambiado todo y no para bien.
—Lo siento —dijo—. Lamento mucho haberme escapado. Debería haber telefoneado.
—Deberías haber vuelto a casa —espetó su padre.
Paula se puso rígida.
—Lo intentó —intervino Gonzalo—. No la culpes a ella, culpenme a mí.
—No se trata sólo de eso —le dijo Paula, sorprendida porque estuviera dispuesto a aceptar toda la responsabilidad—. Nunca debí marcharme.
—Estoy mejor, Miguel. Estoy bien —dijo su madre, dándole una palmadita en la mano de su marido. Fue ese chico, ¿verdad? Ése con quien salías.
—Carlos—dijo Paula—. Sí, me escapé con él. Nos fuimos a Los Ángeles.
—Lo sabía —su madre luchó contra las lágrimas—. Lo sabía.
—Buscamos en Los Angeles —dijo su padre—. Pero había demasiados jóvenes allí. En las calles, en los albergues...
—No me habrías encontrado —Paula odiaba pensar en lo que debían de haber sufrido—. Viví con Carlos unos meses. Luego nos separamos y encontré trabajo con otro grupo musical —decidió pasar por alto los aspectos más sórdidos de su vida—. Resultó que se me daba muy bien encontrar alojamientos baratos y organizar viajes, así que eso hacía. Me pagaban en metálico y solía alquilar una habitación en un piso de chicas; no habríais podido localizarme.
Sus padres se miraron. Ella se preguntó qué estarían pensando. ¿Que los había decepcionado? ¿Que no habían esperado nada mejor de ella?
—No puedo creer que pensaras que no queríamos hablar contigo —dijo su madre—. Te quería, Paula. Eras mi hija.
—Lo sé, mamá — Paula intentó no darle importancia a que hubiera hablado en pasado—. Era joven y estúpida y estaba... —estuvo a punto de decir «asustada», pero lo pensó mejor— confusa. Me sentía muy culpable y me pareció que lo que decía Gonzalo tenía sentido. Pensándolo ahora, me doy cuenta de que debería haber hecho más preguntas.
—Siéntate, Gonzalo —su madre señaló la silla vacía—. Lo que hiciste estuvo mal, pero ya hablaremos de ello después.
Su hermano obedeció, pero parecía desear volverse invisible. Por primera vez desde que le contó su historia, Paula sintió lástima de él.
—Cometí un error terrible —dijo con sinceridad—. Lo siento muchísimo. Si pudiera cambiar lo que hice, lo haría.
—Está bien. Estás en casa —su madre intentó sonreír—. Con eso basta, ¿verdad, Miguel?
Su padre asintió lentamente, como si fuera a necesitar que lo convencieran de eso.
A Paula se le cerró la garganta. En cierto modo había esperado una recepción cálida e incondicional. No preguntas, recriminaciones ni escenas pasadas.
—¿Qué te llevó a volver a Seattle? —preguntó su madre, cuadrando los hombros.
—Me quedé embarazada —respondió Paula, sabiendo que no tenía sentido ocultarles eso—. Por eso llamé a casa. Tenía miedo... en fin, todo salió bien.
—¿Tienes un bebé? —su madre palideció—. ¿Soy abuela?
—Se llama Luz. Tiene cinco años y va a empezar el colegio. Es maravillosa, mamá. Lista, graciosa y llena de curiosidad por todo.
—¿Una nieta? Oh, Miguel —volvió a llorar.
—¿La llamaste Luz? —preguntó su padre, con voz algo más cálida.
—Por la abuela Luz—respondió ella.
—Eso le habría gustado —admitió él.
—¿Quién es el padre? —preguntó Alejandra—. Imagino que no están juntos.
—Ha muerto —dijo ella, sabiendo que no tenía sentido intentar explicar la parte de su vida que incluía a Facundo. A veces ni siquiera ella la entendía.
—¿Pero era un cantante de rock? —su padre lo preguntó con el mismo de tono de voz que si hubiera vuelto a casa con piojos en la cabeza.
—Y compositor de canciones —tomó aire—. Sé que cometí muchos errores. Todo el mundo lo hace... sólo que los míos tuvieron consecuencias permanentes. Pero sobreviví. Luz y yo somos felices juntas. Lo conseguí y supongo que eso se debe a lo que me enseñasteis mientras crecía.
—Si hubieras respetado lo que te enseñamos... —empezó su padre, pero su madre lo cortó moviendo la cabeza negativamente.
—¿Por qué has vuelto ahora? —preguntó.
—Gonzalo contrató a un detective privado para que me encontrara. Quería decirme lo que había hecho e intentar arreglar las cosas. Cuando supe que no me habíais dado la espalda, quise venir a veros.
—Nunca te daríamos la espalda —dijo su madre—. Paula, eres nuestra hija y te queremos. Siempre te querremos. Pase lo que pase.
¿Era eso cierto? Se preguntó por qué entonces el detective lo había contratado su hermano y no ellos. En Los Angeles habría sido imposible encontrarla, pero en Seattle tenía trabajo, casa y tarjetas de crédito. No habría sido difícil. Facundo lo hacía con regularidad.
Sabía que si algo le ocurriera a Luz ella nunca dejaría de buscarla, pasara lo que pasara. ¿Por qué lo habían hecho sus padres?

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