viernes, 17 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 34

Paula estudió al hombre. Tenía un aspecto muy normal y se llamaba Derek.
—Nunca habría supuesto que era un detective privado —le dijo, mientras él bebía un vaso de té helado.
—Se supone que debemos ser invisibles —le dijo Derek. Dejó el vaso y rotó el hombro derecho —. Tiene fuerza, amigo —le dijo a Pedro.
Pedro estaba apoyado en la encimera, con los brazos cruzados y las piernas firmes. Parecía listo para atacar y matar si hacía falta. Paula se alegraba de que estuviera de su parte.
Seguía dándole vueltas a la confesión de Derek.
—Gonzalo es un niño —había dicho. No acababa de creer que su hermano la estuviera buscando.
—Ha cumplido dieciocho años. Empieza la universidad el año que viene.
¿Su hermano en la universidad? La última vez que lo había visto, aún llevaba un aparato corrector en los dientes; pero habían pasado ocho años. Pensar en su hermano hizo que deseara preguntar por sus padres, pero no se contuvo.
—Quiere hablar con usted —Derek metió la mano en el bolsillo y sacó un papel—. Éste es su número de móvil. Le gustaría que lo llamara.
Ella pensó que tenía cierto valor que su hermano hubiera pagado para encontrarla. Aceptó el papel y lo guardó en su bolsillo.
—Supongo que no hará ningún mal —dijo, dubitativa—. Dígale que lo llamaré dentro de unos días.
—Y nada más —añadió Pedro.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Derek.
—No le dará ninguna información personal sobre Paula. Ni dirección, ni número de teléfono, ni datos sobre donde trabaja. Me da igual lo que diga su contrato con el chaval. Si la pone en peligro, lo haré responsable y me ocuparé de usted personalmente.
Fue como ver a un conejito frente a un tigre.
—No le diré nada —Derek no se lo pensó.
—Si descubro que lo ha hecho, lo buscaré y actuaré en consecuencia. ¿Está claro?
—Sí —Derek dejó el vaso y asintió vigorosamente—. Creo que debería marcharme.
—Una idea excelente —dijo Pedro—. Lo acompañaré a la puerta.
Paula se quedó en la cocina. Cuando Pedro regresó, se sentó a su lado.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—No sé. Esto es muy raro. No he hablado con Gonzalo desde que descubrí que estaba embarazada —tomó aire—. Me escapé de casa a los diecisiete años y nunca llamé a mis padres para decirles que estaba bien. Fue estúpido y egoísta, pero eso definía mi existencia en aquella época. Después me permití olvidarlos. Estaba muy ocupada con mi emocionante trabajo. Cuando me quedé embarazada y el padre de Luz resultó ser un asno, lo abandoné. Y llamé a casa.
Los ojos oscuros de él no mostraban sus pensamientos, pero ella no temía que la juzgara. Pedro no era de esa clase de persona.
—¿Qué ocurrió? —la animó él.
—Contestó Gonzalo. Me dijo que mis padres seguían bastante enfadados, pero que les preguntaría si estaban dispuestos a hablar conmigo.
—¿Le dijiste lo de Luz?
Ella negó con la cabeza.
—Pensé que llamar después de tanto tiempo ya sería sorpresa suficiente. Además, aún tenía mi orgullo y no quería darles pena. Eso llegó después.
—No demostraron interés —afirmó él.
—Por lo visto no. Él me dijo que no querían saber nada de mí. Que había tomado mi decisión y que me tocaba vivir con ella. Así que lo hice.
—¿Estás segura de que decía la verdad?
—Me planteé que mintiera, pero sólo unos minutos. Bobby siempre fue un buen chico y nos llevábamos muy bien. Mi madre tuvo problemas para quedarse embarazada por segunda vez, por eso nos llevamos tantos años. Podría haberlo odiado por convertirse en el favorito cuando nació, pero lo quería mucho. Nos divertíamos. No habría mentido sobre algo así.
—¿Vas a llamar?
—Probablemente. Necesito un par de días para hacerme a la idea, pero lo llamaré. Me gustaría que Luz conociera a su tío.
—¿Quieres venir conmigo a la fiesta premamá de mi cuñada?
La pregunta no le sorprendió tanto como saber que su hermano quería verla, pero casi.
—¿Qué?
—Sofía celebra la fiesta mañana. Había pensado en invitarte antes, pero no estaba seguro de que quisieras venir. Sólo estará la familia. Dani y Sofía te gustarán. Y la comida será muy buena.
Su voz se apagó. Por primera vez desde que lo conocía, Paula pensó que Pedro estaba nervioso.
—¿Estás invitándome a ir contigo a la fiesta de celebración premamá de tu cuñada?
—A Luz también —aclaró él—. No es una cita.
—Es bueno saberlo.
—He comprado un asiento de bebé para el coche. Estaba en su lista de regalos, así que lo compré. Puedo poner vuestros nombres en la tarjeta.
No era una cita pero estaba dispuesto a compartir el regalo. Paula no supo qué pensar. Lo creía cuando decía que no quería una relación; si él era lo bastante fuerte para ignorar la atracción sexual, ella también.
Sabía que ambos se enfrentarían a un montón de preguntas, pero no podía resistirse a descubrir más sobre el mundo privado de Pedro. Cómo era con su familia y quiénes eran los que mejor lo conocían.
—¿A qué hora? —preguntó.
—A las cuatro. Guisará Sofía. Es su fiesta y no debería, pero es chef e incapaz de encargárselo a otro.
—De acuerdo. Iremos —aceptó—. Pero yo llevaré mi propio regalo.
—¿Estás segura? No me importa incluiros a Luz y a ti en la tarjeta.
—Llevaré algo.
—Entonces, te recogeré a las tres y media.
Lo acompañó a la puerta y se quedaron parados, incómodos unos segundos. Después él se fue.
«No es una cita, ¿eh? Algo que parece un pato y anda como un pato, ¿qué es?», pensó ella.

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