domingo, 19 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 36

—No se trata de la comida —masculló ella. Tal vez fuera bueno darse cuenta de que, en ciertas cosas, Pedro era tan inútil como cualquier otro hombre.
Entraron a un gran salón lleno de regalos y bandejas de comida. Había dos hombres junto a una mesa. Se parecían lo bastante a Pedro para que ella adivinara su identidad.
—Una amiga —una mujer de pelo caoba, muy embarazada, entró en la sala. Se detuvo al ver a Paula y Luz—. Qué bien —sonrió—. Soy Sofía Alfonso. Fantástico. Me han traído regalos.
A pesar de sus nervios, Paula se echó a reír.
—Enhorabuena por el bebé —le dio las dos cajas.
—Gracias —Sofía miró la caja que sostenía Pedro—. Eso parece lo bastante grande para ser una sillita para el coche.
—Dijiste que era lo que querías —dijo él, incómodo.
—Y así es. Vengan—Sofía agarró el brazo de Paula—. Ya conocen a Dani. Él es Federico —presentó, señalando al hombre de la derecha—. Y Matías, mi marido. Éstas son Paula y Luz. Amigas de Pedro.
—Eso hemos oído —dijo Matías  con amabilidad, estrechando la mano a Paula—. Bienvenidas.
—Gracias —Paula  miró al otro hombre y se quedó helada. Le resultaba familiar. Y mucho. De repente el nombre encajó—. Oh, Dios mío. Eres Federico Alfonso.
El auténtico Federico Alfonso. Un jugador de béisbol oriundo de Seattle, que había participado en la liga profesional durante diez años. Se había retirado el año anterior por una lesión en un hombro. Aún recordaba...
—Hola, nena —dijo él con voz suave.
¡Puaj! Había trabajado en un restaurante el tiempo suficiente para reconocer ese tono de voz. Era el de un hombre que asumía que una mujer tenía interés. Oh, oh. Dió un paso atrás y se apoyó en Pedro.
—Siempre he sido aficionada al béisbol —dijo—. Este año he estado demasiado ocupada para seguir la liga, pero cuando puedo veo los partidos en la tele.
—Bien hecho, Paula—rió Matías—. Pelota recibida y devuelta con sutileza —le dio un golpe a Federico en el brazo—. Tienes que dejar de darte tanto pisto, amigo. No todas la mujeres quieren estar contigo.
—La mayoría sí —dijo Federico con buen humor.
Paula miró a Luz, que escuchaba atentamente, y deseó que no hubiera captado su significado real.
—He preparado margaritas, una bebida de mayores que no te gustaría. Pero también hay granizado de frutas. Pensé que tendría que bebérmelo todo yo, pero si te gusta te daré uno. ¿Por qué no vienes con tu mamá a la cocina y lo pruebas? —ofreció Sofía.
Luz asintió lentamente. Sofía le dio la mano y fueron hacia la cocina. Los demás los siguieron.
Docenas de apetitosos aromas llenaban la cocina.
—Dani, remueve las dos cacerolas de delante, ¿quieres? —pidió Sofía, mientras servía un vaso de una bebida roja—. Matías, cielo, el pan ya debe de estar tostado, sácalo del horno y mete las pastas. Federico, pon el temporizador en quince minutos. Paula, ¿podrías ocuparte de rallar la cascara de una naranja y tres limas? Todo está en ese cuenco. Pedro, hay un par de filetes gruesos en la encimera, ¿puedes cortarlos en cubos, por favor? —en cuestión de segundos, todo el mundo estuvo manos a la obra.
—Sabe dirigir una cocina, ¿eh? —susurró Paula, que trabajaba codo a codo con Pedro.
—Podría haber sido almirante —musitó Pedro—. Sofía sabe ponerse al mando.
Paula  miró a la mujer embarazada, sentada ante una mesa pequeña con Luz. Bebían un líquido rojo brillante. Luz se rió de algo que Sofía le decía.
Se sentía muy a gusto. La familia de Pedro podía ser rica, pero era gente normal. Nadie parecía competir con Gloria por el premio de bruja malvada.
Y para Luz sería bueno ver a una familia grande en acción.
Pensó en su propia familia. La había tenido en mente desde que supo que  Gonzalo intentaba ponerse en contacto con ella. A veces entendía por qué sus padres habían tomado la decisión que tomaron, otras se preguntaba por qué no la querían lo suficiente para darle una segunda oportunidad. Estaban perdiéndose la infancia de su nieta; esos años nunca volverían.
Eran ellos los que se la perdían, por decisión propia. Pero al ver el cariño y afecto de la familia de Pedro, comprendió que ella también perdía mucho.

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