miércoles, 22 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 48

Un dedo solo, pero fue suficiente. Sus músculos internos se tensaron, atrapándolo. Notó un latido en el vientre que le advirtió que aguantaría poco más.
—No —gimió—. Aún no —tenía que conseguir que aquello durase más de treinta segundos.
Pero no podía. No mientras él siguiera frotándola con la lengua, acariciándola con su aliento de fuego. No mientras introducía su dedo una y otra vez, llevándola a una excitación explosiva.
Se agarró al borde del sofá e intentó pensar en algo mundano. La colada. Sí, la colada. Después se lo imaginó quitándose la ropa para que ella pudiera lavarla. Se lo imaginó duro, denudo, penetrandola, y perdió la partida.
Con la primera contracción, abrió las piernas, exhibiéndose ante él. Gimió, contuvo un grito y le suplicó que no parase nunca.
Tras disfrutar de cada segundo de placer, puso los pies en el suelo y se planteó qué diablos decir. Desnudarse no había estado en su lista de cosas pendientes, a pesar de las fantasías que había tenido sobre él.
—Me gustaría vanagloriarme —dijo él, besando su vientre—, pero creo que la culpa la ha tenido el tiempo que llevabas sin practicar esto.
—Sí, bueno —se ruborizó — . Seguro que han sido las dos cosas.
—Simplemente ha ocurrido, Paula—acarició sus labios con el pulgar—. No tiene por qué significar nada.
Ella se preguntó si quería decir que para él no significaba nada, o que no se sintiera presionada.
—¿Y el segundo acto? —bromeó ella, mirando su obvia erección.
—No habrá segundo acto —se levantó y tiró de ella para ponerla en pie. Paula se sintió muy extraña, desnuda de cintura para abajo.
—Quería hacer eso —dijo él—. No lo hago bastante.
—Pero...
—No hay peros —la besó en la frente—. Soy un tipo que no quiere comprometerse. Tú no eres mujer de darse un revolcón y salir corriendo.
—No puedes quedarte así —protestó ella.
—He pasado por cosas peores.
—Pero podríamos... —su voz se apagó, porque no estaba segura de qué le ofrecía.
—No podemos. Créeme. Es mejor así.
Y se fue. La puerta se cerró a su espalda y ella se sintió desnuda, y no sólo en el sentido físico.
¿Qué acababa de ocurrir? ¿Cómo hacerle lo que había hecho y marcharse sin más?


Federico miró el curriculum que tenía ante él. Sandy Larson, treinta y cinco años. Había un montón de iniciales detrás de su nombre.
Ya había realizado tres entrevistas a mujeres cualificadas, pero cuya personalidad no era la adecuada para enfrentarse a Gloria. Estaba aburrido del tema, y se estaba planteando contratarlas sin más.
Alguien llamó a la puerta a las diez y media en punto. Alzó la cabeza y vio a una mujer alta, de pechos generosos, con enormes ojos verdes y una sonrisa que iluminaría la ciudad de Chicago.
—Eres tú de verdad —dijo ella, risueña—. Cuando recibí lo datos de la agencia de contratación y dijeron Federico Alfonso tuve esa esperanza, claro, pero no soñé con que llegaría a verte en persona. Soy Sandy y una gran fan tuya —entró en el despacho con un bamboleo de caderas.
—Vaya —se levantó y rodeó el enorme escritorio—. ¿Te gusta el béisbol?
—Menos desde que tú no juegas —le ofreció la mano—. Esto es muy emocionante para mí.
Él aceptó sus dedos y los sujetó más tiempo del necesario. Cuando la sonrisa de bienvenida de los ojos de ella no se apagó, supo que era cosa hecha.
—Así que eres enfermera —dijo, conduciéndola al sofá que había en el rincón.
—Sí. Desde hace doce años. Trabajé diez en un hospital y luego me hice enfermera privada. Me permite conocer a gente muy interesante... como tú.
—Mi abuela es una mujer muy exigente —dijo él, sentándose y volviéndose hacia ella.
—No importa. He tratado con pacientes gruñones. En general suelen estar enfadados por algo. Si consigo descubrir qué es, resulta más fácil manejarlos.
—Intuitiva e inteligente. Eres una joya.
—¿Todas las mujeres dejan que las seduzcas con esas frases? — sonrió ella.
—Sí. ¿Vas a ser la excepción?
—¿Por qué iba a querer hacer algo tan estúpido?

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