viernes, 3 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 64

—¿Que quizás sería mejor?, ¿eso es todo lo que tienes que decir? —gritó Paula—. A lo mejor no, pero a lo mejor sí. Dime, ¿cuándo crees que lo habrás decidido? —levantó una mano, y añadió—: Pensándolo mejor, olvídalo. Ya no me importa —cerró los ojos, y volvió a abrirlos tras varios segundos—. Soy una tonta.
Su voz estaba tan llena de tristeza, que Pedro sintió una punzada de dolor al oírla.
—No lo eres —le dijo.
—¿Y tú qué sabes?, tú eres la razón. Tendría que haber aprendido la lección, la culpa es mía por dejar que volvieras a engatusarme.
¿Qué significaba eso? Pedro sabía que Paula estaba muy enfadada con él, pero no pudo evitar sentir una chispa de esperanza.
—Paula…
—Ni lo pienses, ya no. Pedro, yo te quería. Quizás había vuelto a enamorarme de ti, o quizás nunca había dejado de estarlo; ni lo sé, ni me importa. La verdad es que no has cambiado, sigues guardando secretos, jugando sobre seguro para asegurarte de que no puedes resultar herido. Sigues siendo incapaz de arriesgar el corazón, y no estoy interesada en un hombre así. No me interesa una persona en la que no puedo confiar.
—Pero me quieres.
—Lo superaré, y te olvidaré.
—Pero yo también te quiero, Paula.
Ella se lo quedó mirando durante un largo momento, y finalmente se volvió hacia la puerta.

—Esas palabras ya las he oído antes, y sé lo poco que valen.
—Si esto va a convertirse en algo habitual, tendremos que establecer algunas normas básicas —comentó Zaira, que estaba sentada junto a Paula en el sofá.
Paula se secó la cara con un pañuelo de papel, aunque no sabía para qué se molestaba. Por muy rápida que fuera al secarse las lágrimas, había una buena reserva para reemplazarlas.
—Un código para cuando nos llamemos por teléfono —añadió Zaira.
—Un horario para no derrumbarnos todas al mismo tiempo —dijo Dani, que estaba sentada al otro lado de Paula.
—Eso estaría… estaría bien —dijo Paula, mientras intentaba controlar los sollozos.
No era la primera vez que la herían, y aunque el culpable casi siempre había sido Pedro, aquella vez parecía peor por alguna razón. A lo mejor era porque había creído que lo había entendido todo; había pensado que tenía la solución, pero se había dado cuenta de que se había equivocado con todo.
Sabía que tenía que esforzarse en superar lo ocurrido, a pesar del dolor de su corazón y de la sensación de que no podría volver a respirar sin querer echarse a gritar. Tenía que intentar controlar al menos la parte física de su reacción, porque los temblores, el llanto y la furia no podían ser buenos para el bebé.
—Son fantásticas, gracias por estar a mi lado —dijo, intentando centrar su atención en sus amigas.
—Bueno, no tengo trabajo, así que no tengo adónde ir —dijo Dani, con un suspiro.
—Tienes razón —Paula intentó sonreír.
—Trabajo para tí —le dijo Zaira—. Eres la jefa, y si me dices que salte, yo te pregunto hasta dónde.
—Tú también tienes razón.
—Así que no estamos aquí porque nos importes —comentó Dani.
—Eso me pondrá en mi lugar —dijo Paula, mientras se sorbía las lágrimas.
Dani y Zaira la abrazaron a la vez.
—Lo siento —le susurró Dani al oído—. No sabía que mi hermano era un impresentable.
—Sí, y yo que casi le había perdonado por ser un capullo la otra vez —dijo Zaira—. Esto no voy a perdonárselo nunca.
—Se lo merece —dijo Paula, con un sollozo—. Dios, creo que no voy a poder superarlo. Ya sé que las heridas se curan y que el tiempo ayuda y todo ese rollo, pero en este momento no creo que pueda hacerlo.
—Estamos aquí —le dijo Zaira.
—Y aquí nos quedamos —añadió Dani.
—Es que pensé que esta vez era diferente —dijo Paula, mientras se secaba la cara con otro pañuelo—. Pensé que él era diferente, que le importaba. Me enamoré otra vez de él.
—Los hombres siempre acaban engatusándonos —dijo Dani, apoyada en su hombro—. Pero no pensé que Pedro… —tras unos segundos, añadió—: Lo siento, estoy luchando contra el impulso de defenderlo. Me gustaría decirte que al ser el mayor fue el que lo tuvo peor, que tuvo que lidiar con Gloria y protegernos, pero no voy a hacerlo.
—No me importa —le dijo Paula—. Es enfermizo, ¿verdad? no me importaría escuchar cómo lo defiendes.
—Típico —murmuró Zaira—. Pero te perdono.
—Gracias —Paula  respiró hondo, mientras intentaba empaparse del apoyo que le ofrecían sus amigas—. Pensé que había cambiado, que estaba dispuesto a dar una oportunidad a nuestra relación. He sido una estúpida.
—Querer a alguien no es estúpido. Puede doler un montón, pero nunca es estúpido —le dijo Zaira.
—Es verdad —dijo Dani—. Y lo digo a pesar de que soy la estúpida más grande del mundo. En fin, mi ex marido se acuesta con una de sus alumnas, así que si no soy estúpida, lo que soy es un mal cliché. Pero aún me queda esperanza, porque puedo reír y las tengo a ustedes.
—Me alegra que estemos juntas —dijo Paula, mientras las rodeaba con los brazos—. Tienen razón, lo superaré. Mi vida está repleta de cosas… el restaurante, el bebé, mi familia… y además, como Pedro  se va de la ciudad, no tendré que preocuparme por encontrármelo. Eso sí que sería horrible —cuando sus ojos se llenaron de lágrimas, comentó—: Me parece que he empezado a gotear otra vez.
—Podría ser peor. No sé cómo, pero sería posible —dijo Zaira.
—Eres un verdadero rayo de sol —se rió Paula.
—Lo sé.
—Te voy a echar mucho de menos.
—¿De qué estás hablando?, no me voy a ninguna parte.
—Claro que sí —dijo Paula—. Te conozco desde hace mucho tiempo, y sé que nunca huyes de tus problemas. Siempre has vivido según tus propias reglas.
—Soy una especialista en salir corriendo, llevo huyendo ocho años.
—Ha llegado el momento de que vuelvas.
—Aún no lo he decidido —protestó Zaira.
—Sí que lo has hecho, no me habrías contado lo de tu hijo si no tuvieras medio pie fuera —Paula se volvió hacia Dani, y le preguntó—: ¿Sabes de qué estamos hablando?
—Sí, Zaira y yo hemos estado charlando.
—¿Sobre qué? —dijo Paula, mirando de la una a la otra.
—Sobre nada —contestó Zaira con firmeza—. No voy a marcharme, me necesitas.
Aquello era cierto. Paula no podía imaginarse pasando por todo aquello sin su amiga, pero no era justo que le pidiera que se sacrificara porque ella había sido lo bastante estúpida para dejar que un hombre le rompiera el corazón dos veces.
—Claro que vas a marcharte. Como tú misma has dicho, llevas huyendo ocho años, así que es hora de que te pongas en contacto con tu familia, y de que descubras lo que aún te queda de tu antigua vida.
—Es posible que aún estés casada —comentó Dani—. Eso sería bastante interesante, teniendo en cuenta lo que has estado haciendo.
—Sam no habrá esperado, no es su estilo. Seguro que a estas alturas ya estaremos divorciados —a pesar de sus palabras, el tono de su voz contenía un matiz de esperanza, como si quisiera creer en otras posibilidades.
—¿Lo ves?, tienes que ir —le dijo Paula con voz queda.
—No puedo dejarte ahora, con todo lo que está pasando y con el embarazo. ¿Y qué pasa con el restaurante?, me necesitas.
Dani miró a Paula, y le dijo:
—Yo podría ayudarte con el restaurante.
—Pero es el Waterfront —contestó Paula, atónita—. ¿Quieres volver a trabajar para tu abuela?

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