viernes, 31 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 75

Paula se encontró en un lugar donde no había sabido si volvería a estar... en el porche de la casa de sus padres. No había sido intencional. Había empezado a conducir sin rumbo y allí estaba.
Le dolía todo el cuerpo por innumerables razones. Unas semanas antes había estado contenta con su vida. De pronto, todo había cambiado y no necesariamente para mejor. Había creído que estaba manejando bien el estrés de Facundo, su mini negocio de joyería, el que su niña creciera y empezase a ir al colegio. Pero ver a la morena en brazos de Pedro  había sido la grieta final que derrumbó su fachada.
¿Pero ir allí? El último encuentro con su madre había distado de ser amistoso. La verdad, ni siquiera sabía si seguían hablándose. Era una locura. Iba a marcharse cuando se abrió la puerta delantera.
—Me pareció oír un coche —dijo mi madre, con expresión inescrutable—. Paula ¿Estás bien?
Paula abrió la boca, la cerró y asombró a su madre y a ella misma estallando en lágrimas.
—Me tomaré eso como un «no» dijo su madre, saliendo al porche y rodeándola con un brazo—. Entra, cariño. Sea cual sea el problema, seguro que podremos solucionarlo.
Paula  se dejó llevar. Era agradable renunciar al control de su vida, aunque solo fuera unos minutos, simular que volvía a ser la niña que siempre corría a casa cuando había algún problema.
¿Por qué no había hecho eso cuando descubrió que estaba embarazada? ¿Por qué había aceptado la palabra de un niño de trece años?
—Temía que ya no me quisieras —sollozó—. Por eso creí a Gonzalo. Sabía que te había hecho daño y pensé que estarías enfadada y querrías castigarme. Temía que me dijeras que me fuera si volvía.
—Nunca —dijo su madre, frotándole la espalda mientras la llevaba a la cocina—. Eres mi hija, Paula. Te quiero. Siempre te querré. Nada que hicieras cambiaría eso —suspiró—. Lamento haber enfermado. Siento que dejáramos de buscar.
—Eso no es culpa de ustedes —Paula se sentó en una silla de la cocina—. Siento haberme escapado, mamá. Soy la razón de que te pusieras enferma.
—Eras una cría —su madre se sentó a su lado y le agarró la mano—. Ojalá hubiera sido más fuerte. Si hubiéramos buscado un poco más de tiempo, te habríamos encontrado —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Habrías vuelto a casa.
—Lo hice fatal —dijo Paula. Se limpió la cara con la mano que tenía libre—. Muy mal —tragó saliva— . Ni siquiera sé cómo decírtelo.
—Empieza por el principio y sigue hasta el final.
—El padre de Luz  no está muerto. Está vivo, y ahora mismo en Seattle. Se llama Facundo.
Explicó la fea verdad sobre él, su relación y lo estúpida que había sido. Habló de su drogadicción, de los chantajes y de cómo la había encontrado en la feria de artesanía.
—Sé que seguirá viniendo a pedirme dinero —dijo—. Fui a ver a una abogada y no me ayudó. Intentó convencerme de que no había nada malo en que Facundo quisiera ver a Luz. Pero no lo permitiré. No puedo.
—Claro que no vas a dejar que la vea —afirmó su madre—. Dios, esa mujer es idiota. A Facundo no le interesa su hija. No puede utilizar a la niña para sacarte dinero. Necesitas a otro abogado.
—Eso ha dicho Pedro —admitió Paula—. Va a ayudarme a encontrar a alguien que pueda ir contra Facundo y ganar. Ha sido muy bueno conmigo —murmuró. No quería pensar en Pedro, pero no podía evitar hacerlo—. Siempre. Ningún hombre se había portado así. Es fuerte y amable, y fantástico —las lágrimas volvieron a brotar—. Suena perfecto, ¿verdad? Pero no lo es. Después de jurarme durante años que no volvería a enamorarme, lo he hecho. Lo quiero y él a mí no.
Soltó un hipido y volvió a limpiarse las lágrimas.
—Sé que le gusto, pero eso no es amor. No se permite amar. Se siente culpable por algo que ocurrió hace mucho tiempo y, aunque lo entiendo, no creo que pueda convencerlo de que deje el pasado atrás. Cree que no es lo bastante bueno. Pero yo sé que sí. Lo que hizo ocurrió hace años, era muy joven y tiene que darse un respiro. Y tal vez lo haría, pero está Zaira, que es alta y bella y espectacular. ¿Cómo voy a competir yo con algo así?
Volvió a sollozar con brío. Su madre se acercó y la abrazó con fuerza.
—Llevas mucha carga a cuestas.
—Supongo —dijo Paula, luchando contra las lágrimas.
Su madre no la presionó para que dejase de llorar o fuese fuerte. La acunó entre sus brazos una y otra vez. Cuando Paula recuperó el control, se irguió.
—Bueno, mamá, ¿y tú cómo estás?
Ambas mujeres se echaron a reír.
—Tal y como yo lo veo —dijo su madre unos minutos después, mientras tomaban café y galletas—, necesitas establecer prioridades. Facundo es lo primero. Pedro tiene razón, necesitas un buen abogado. Uno que pueda darle a Facundo una gran patada en el trasero. Podemos ayudarte con el dinero.
—No hace falta que lo hagan.
—Quiero hacerlo y tu padre también querrá. Además, el dinero es tuyo. El fondo de ahorros para tu carrera universitaria —encogió los hombros—. Lleva años acumulando intereses. Siempre deseamos que volvieras a casa y tuvieras un dinerito esperando. Pensé que lo usarías para la entrada de una casa, pero esto es más importante. Hay que despellejar a esa sabandija.
—¡Mamá! —a pesar de todo, Paula se rió.
—Puedo ser dura —afirmó su madre.
—Lo sé —hizo una pausa—. Siento haber estado incómoda... sobre que vieras a Luz. Estaba dolida y confusa. Quiero que sean parte de su vida. Que sepa lo fantásticos que son papá y tú.
—Lo sé, cielo. No te preocupes por eso. Tenemos mucho que superar y mucho de qué hablar. Tardaremos tiempo y no será fácil, pero lo conseguiremos. Últimamente he pensado en eso, en lo que hiciste. Saliste adelante sola, con un bebé. No tenías estudios ni experiencia de trabajo, sólo determinación. No sé si yo lo habría conseguido.
—Claro que sí —le aseguró Paula—. Lo habrías hecho por mí o por Gonzalo.
—La fuerza del amor a un hijo —su madre le acercó el plato de galletas—. Bien. Nos hemos reconciliado y vamos a acabar con Facundo, ¿qué pasa con Pedro?
—No sé qué hacer —Paula mordió una galleta—. No sé cómo llegar a él.
—Dile la verdad —aconsejó su madre—. Dile que lo quieres.
—¿Qué? No puedo decirle eso.
—¿Por qué no? ¿Qué es lo peor que puede ocurrir?
—No volver a verlo. Huirá y me quedaré sola.
—Ya has estado sola antes. Sobreviviste. Y si huye no es el hombre para tí. Amar a alguien es un regalo, y si el tipo en cuestión es demasiado estúpido para darse cuenta de eso, entonces estarás mejor sin él. ¿No preferirías saberlo mejor antes que después?
Paula pensó en los maravillosos momentos que había compartido con Pedro. En lo paciente que era con Luz y lo fantástico que era en la cama.
—Prefiero que sea después.
—¿Estás segura de eso? —su madre alzó las cejas.
—Vale, no es una respuesta madura, lo sé —Paula suspiró—. Tienes razón, si me entero ahora podré empezar a olvidarme de él. ¿Qué te parece ésa?
—Mejor —dijo su madre—. Además, ¿no quieres que lo sepa? Incluso si no funciona, sería mejor decírselo para no pasarte el resto de la vida preguntándote: «¿Y si...?».
—Estás utilizando la lógica en asuntos del corazón. Ni siquiera estoy segura de que eso sea legal.
—Confía en que él haga lo correcto —dijo su madre—. Si no puedes hacer eso, confía en tí misma y en que serás capaz de sobrevivir pase lo que pase.

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