—He roto el contrato esta mañana. Una apuesta es una apuesta.
—Y lo de anoche fue sólo eso —dijo Paula con determinación—: una apuesta.
—Y una magnífica noche de sexo.
—Maravillosa.
—Pero ya terminó —añadió Pedro sombrío.
—Así es como tiene que ser.
—Ambos queremos cosas diferentes. Yo tengo una mentalidad muy tradicional y tú quieres dedicarte exclusivamente a tu trabajo.
—Eso no es del todo cierto. También me ustaría casarme algún día, pero con alguien a quien no le importe compartirme.
—Y yo no estoy dispuesto a compartirte —pero, sobre todo, no estaba dispuesto a esperar. Necesitaba una esposa pronto.
—¿Entonces estamos los dos de acuerdo en que no se repetirá lo de anoche?
—Sí.
Paula exhaló un profundo suspiro.
—¿Sabes? Quizá hoy no vaya a ser un día tan terrible como esperaba.
Pedro sonrió.
—Dale tiempo. Todavía tenemos que ir a ver vajillas con tu madre.
Paula negó con la cabeza.
—No, no vamos a ir. Todo este asunto se nos ha ido de las manos. Ya hemos perdido demasiado tiempo preparando una boda que jamás va a celebrarse.
—Sólo son cuatro días más.
Paula miró fijamente los ojos preocupados de Pedro. ¿Cuatro días más al lado de aquel hombre? Sus hormonas no podrían resistirlo, y mucho menos su corazón.
—¿Estás segura de que quieres decírselo? —preguntó Pedro.
Paula reunió valor y asintió.
—No he estado más segura de algo en toda mi vida.
—¿Te importaría prestar un poco más de atención, Paula? Llevamos más de media hora mirando vajillas, ¿No ves nada que te guste?
—La verdad es que no.
—¿Y qué me dices de ésta, querida? Rosas de té y borde dorado.
—No sé, mamá. Es bonita, pero —tenía que decírselo, se decía a sí misma, tenía que decírselo ya.
—¿A tí que te parece, Pedro? —Alejandra se volvió hacia el hombre que las seguía pacientemente durante la pasada media hora.
—Eh..., ¿Pedro, por qué no vas a echar un vistazo a las herramientas?
Pedro comprendió al instante la indirecta y en cuanto se marchó, Paula le pasó el brazo por los hombros a su madre.
—Me alegro de que nos hayamos quedado solas, mamá, porque quería hablar contigo.
—Claro que sí, hija, estamos mejor solas. Intentemos comparar las rosas de té con los querubines, quizá así podamos elegir ya entre alguna de las dos vajillas.
—Me refería a hablar de la boda.
—Oh, ¿Te he comentado que Susana Merrymore se casó el año pasado en una balsa en medio del lago? Justo en el momento en el que el sacerdote comenzó la ceremonia, la balsa comenzó a mecerse y la dama de honor se cayó al agua...
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