miércoles, 25 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 9

Paula miró con rabia al presentador y a continuación a Pedro. Abrió los ojos de par en par, como si lo viera por primera vez.

—Eres Pedro Alfonso. Tú —no había el menor asomo de alegría en sus palabras.

Extrañamente,  su  tono  era  de  acusación,  como  si  acabara  de  romperle  su  muñeca  favorita.Pero él no rompía muñecas. Diablos, le gustaban las muñecas, y los gatos, y los pájaros... Incluso los pececillos de colores. Click, click, click... Tras él sonaban las cámaras, acompañadas del murmullo de la multitud.

—No puedo creer que seas tú —continuó diciendo ella—. Eres Pedro Alfonso.

—En carne y hueso —esbozó una seductora sonrisa.

La misma que continuaba haciéndolo  aparecer  en  las  portadas  de  las  revistas.  La  sonrisa  con  la  que  conseguía  hechizar a cualquier mujer. Paula lo miró con rabia.A  casi  todas.  Debería  haber  sabido  que  ella  era  diferente.  Ése  era  el  problema.  Ella reaccionaba a él de forma diferente, lo miraba de forma diferente. Sí, allí residía el verdadero problema.

—No  me  lo  puedo  creer  —Paula resistió  la  tentación  de  pellizcarse.

 Su  adorado  superhéroe  acababa  de  transformarse  en  un  desagradable  y  basto  jugador  de  fútbol  ante  sus  ojos.  Pestañeó.  Pero  todavía  estaba  allí.  Seguía  siendo  él.  No,  no  era él, aquél era Pedro Alfonso.

—Pues créelo, cariño —volvió a sonreírle, pero ella profundizó su ceño.

—Vamos,  Alfonso.  Vuelve  dentro  si  no  quieres  que  le  diga  a  toda  la  ciudad  lo  cobarde que eres.

—Siento  tener  que  irme,  cielo.  Pero  me  están  llamando  —su  acento  texano  parecía  más  pronunciado,  más  profundo. 

Aquellas  palabras  se  deslizaron  en  los  oídos  de  Paula como  salsa  de  ron  caliente  sobre  un  pastel  de  limón:  dulces,  embriagadoras, irresistibles.A  pesar  de  la  rabia  que  bullía  en  su  interior,  su  cuerpo  respondió  la  llamada.  Las rodillas le temblaban, su vientre palpitaba, los pezones se irguieron...

—Hasta luego, querida —sonrió radiante a la multitud que los rodeaba. Paula intentó  soltar  su  muñeca  y  alejarse,  pero  él  se  lo  impidió—.  No  tan  rápido.  ¿No  quieres  llevarte  un  pequeño  recuerdo  mío?  —y  sin  darle  tiempo  a  reaccionar,  se  inclinó hacia delante y buscó sus labios.

La  muchedumbre  los  jaleaba,  esperando  que  Paula hiciera  lo  que  haría  cualquier otra mujer en su lugar. Pero ella lo mordió.

—¡Ay! —gruñó  Pedro,  interrumpiendo  su  beso  para  fulminarla  con  la  mirada.  Paula continuaba mirándolo fijamente—. ¿Por qué lo has hecho? —susurró.

—Porque  eres  Pedro Alfonso,  maldita  sea.  Y  ahora  déjame  marcharme  o  te  arrepentirás.

—La primera vez te gustó...

—En ese momento no eras un hombre del Neanderthal ni estábamos rodeados de gente.

—¿Pero te gustó?

—Quizá sí —frunció el ceño—. O quizá no. Pero eso no importa. Lo único que importa es que ahora no me ha gustado —dobló la pierna, como si tuviera intención de  darle  un  rodillazo—.  Y  ahora  sueltamente  si  no  quieres  pasarte  dos  semanas  aullando.

Pedro la  miró  en  silencio.  Paula supo  que  iba  a  besarla.  Y  en  realidad,  le  apetecía que lo hiciera.

—Pienso  hacerlo  —lo  amenazó—.  Tengo  tres  hermanos  mayores  y  sé  jugar  sucio.

—¿Ah  sí?  ¿Eso  significa  que  estás  dispuesta  a  ir  a  por  todas?  — Pedro volvió  a  esbozar su insolente mirada ante las cámaras.

Qué hombre tan machista, ególatra y pagado de sí mismo, pensó Paula. Ojalá volviera a besarla...

—Eh,  Alfonso—lo  interpeló  un  periodista—,  parece  que  estás  perdiendo  el  combate.

—¿Qué  puedo  decir?  Ha  sido  un  amor  a  primera  vista  —la  estrechó  contra  él,  haciéndola salir instantáneamente de su ensimismamiento.

Paula pestañeó.  La  maldita  sonrisa  de  Pedro la  sacó  definitivamente  de  sus  casillas. Sin  darse  tiempo  siquiera  a  pensar  en  lo  que  estaba  haciendo,  le  plantó  un  pisotón que recogieron complacidas los cámaras, giró sobre sus talones, se abrió paso entre  los  aficionados  al  fútbol  y  los  periodistas  y  se  dirigió  hacia  su  camioneta  deseando tener una pistola. Cuando  por  fin  consiguió  tranquilizarse,  fijó  la  mirada  en  los  albaranes  que  llevaba  sobre  la  guantera.  Tras  los  duros  momentos  pasados,  todavía  tenía  que  terminar sus entregas. Miró el reloj y chasqueó la lengua disgustada. Había perdido media hora y todo por culpa de aquel ser repugnante llamado Pedro Alfonso.

—Ahora no creas que vas a irte de rositas, cariño —los papeles se le cayeron de las  manos.  Giró  la  cabeza  a  toda  velocidad  y  vió  la  cabeza  de  Pedro en  la  ventanilla del coche—. Déjame hacerte una oferta de paz.

—¿Qué me vas a ofrecer? ¿Una fotografía con tu autógrafo?

—Lo que quieras.

—Dios santo —lo miró furibunda—. Acabas de humillarme delante de docenas de personas... Delante de toda la maldita ciudad —sacudió la cabeza—. Todavía no me  lo  puedo  creer.  Mi  Batman  es  un  ridículo  hombre  de  las  cavernas,  mi  madre  llegará dentro de sesenta horas cuarenta y siete minutos y yo voy a aparecer en todos los informativos de las diez. Todavía no he repartido todas las tartas y...

—Chsss —Pedro posó un maravilloso dedo en sus labios—. Estás divagando.

—No  estoy  nerviosa  —estalló.  Le  hizo  apartar  la  mano  e  hizo  el  signo  de  la  cruz—. Lárgate.

—Eso sólo funciona con los vampiros.

—Yo que tú no me arriesgaría a comprobarlo. Así que mantente lejos de mí —puso el motor en marcha y sacó una factura de la guantera.

Trabajo. Tenía que pensar en el trabajo, y no él.

—¿Qué  es  esto?  —preguntó  Pedro estupefacto  cuando  Paula le  puso  el  papel  en la mano.

—Lo  que  me  debes  por  haber  destrozado  media  docena  de  tartas.  Ésta  es  la  cuenta.  Y,  para  tu  información,  Bradshaw  ha  sido  el  mejor  jugador  de  todos  los  tiempos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario