viernes, 6 de julio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 40

Un día, hallándose libre de ensayos durante un par de horas, llegó a pensar en presentarse en Hilltop directamente para ver a Pedro. Y decirle ¿qué? Él ya había dejado claro lo que sentía al apartarla de su lado. Puede que ella sí se sintiera como Cenicienta, pero si Pedro no estaba dispuesto a asumir su papel de Príncipe Azul, el cuento no tendría final feliz.

—¿Hola?, ¿Sigues conmigo? —Karen  interrumpió su ensimismamiento de—. Si no quieres seguir comiendo, ¿Qué tal si me enseñas el vestido que llevarás a la ceremonia?

—Así que ése es el motivo de tu visita —dedujo Paula esbozando una débil sonrisa—. Eres consciente de que se supone que se trata de un secreto del que nadie debe enterarse hasta la misma noche de los premios, ¿Verdad? —le recordó.

—Mis labios están sellados —prometió Karen.

¿Por qué sus hermanas no podían ser más parecidas a Karen?, se preguntó Paula mientras iba por su vestido. Con ella no competía y siempre se ayudaban y podían contárselo todo. O se lo habían podido contar todo hasta entonces, se corrigió, que no había sido capaz de confesarle a su amiga lo que de veras sentía hacia Pedro. Cuando se hubo puesto su vestido exclusivo de Aloys Gada y regresó con Karen, ésta se quedó sin palabras de bonito que le pareció. Era un vestido de fantasía, color cereza, que caía hasta las rodillas, con un precioso collar incrustado y, por la espalda, un sugerente y elegante escote. Por supuesto, los zapatos de tacón iban a juego.

—¡Es increíble! Pareces una dama de la realeza —exclamó Karen entre suspiros. Luego, en cambio, frunció el ceño—. Pero hay algo que no acaba de convencerme.

—¿Del vestido? —preguntó Paula, mirándose en la pared de espejo del salón.

—De la que lleva el vestido —apuntó Karen.

—¿Qué quieres decir? —quiso saber Paula.

—No eres lo que se dice una mujer radiante. El vestido, a pesar de que es precioso, no hace sino realzar tu fragilidad. Es como si estuvieras preocupada por algo... o por alguien.

—Eso son imaginaciones tuyas, Karen —aseguró Paula.

—¿Tu palidez son imaginaciones?, ¿Tu falta de apetito son imaginaciones?, ¿tu repentino interés por revistas antiguas de automovilismo son también imaginaciones mías?

—Está bien, me estoy documentando sobre el pasado de Pedro—confesó Paula—. Pero eso no cambiará la realidad: él rechaza mi estilo de vida y no me deja que yo comparta el suyo... Así que no me queda más remedio que seguir adelante con mi vida —añadió sin alegría.

—¿Aunque hacerlo vaya en contra de tu salud?

—Digan lo que digan los libros y las películas, nadie se muere de amor no correspondido.

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