lunes, 30 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 18

—Sólo  desde  una  perspectiva  profesional  —se  tensó—.  Además,  todo  esto  es  culpa tuya.

—¿Y se puede saber por qué?

—Si  no  hubieras  estado  disfrazado  de  Batman,  nada  de  esto  habría  ocurrido.  Eras  tan  amable,  y  me  gustaste  tanto...  Yo  estaba  intentando  concentrarme  en  mi  trabajo y mi madre no hacía nada más que llamarme para saber si había encontrado ya  al  hombre  de  mis  sueños  y  bueno,  te  tenía  a  tí,  mejor  dicho,  a  él  en  la  cabeza,  y  entonces se lo dije.

—¿Le dijiste a tu madre que estabas comprometida con Batman?

—Pero no lo habría hecho si no me hubieran besado hasta dejarme sin sentido.

—Paula, cariño, ¿Quedan más salchichas?

—Espera un minuto, mamá —gritó—. ¿Por dónde iba?

—Estabas diciendo que te dejé sin sentido.

—Ah,  sí.  Bueno,  normalmente  soy  una  persona  muy  sensata,  pero  después  de  aquel beso, empecé a pensar todo tipo de cosas acerca de nosotros y...

—¿Y más hojaldres?

—¡Ahora voy, mamá!

—¿Qué tipo de cosas?

—Bueno, me imaginaba que si yo estuviera buscando al hombre de mis sueños, quizá lo fueras tú, pero yo no lo estaba buscando, y... Oh, no importa. El caso es que no podía pensar con claridad y todo por culpa tuya —suspiró exasperada—. Y de mi madre.

—¡Estoy esperando, querida! —gritó Alejandra.

—Un  segundo,  mamá  —sacudió  la  cabeza—.  Me  vuelve  loca.  ¡Estoy  tan  desesperada que he tenido que recurrir al chantaje y echar a perder el mejor contrato de mi vida!

Pedro sonrió.

—En  cuanto  lo  firmes,  éste  será  un  contrato  oficial  —se  sacó  unos  papeles  del  bolsillo—. Mi abogado ha preparado estos papeles. Firma abajo y el contrato quedará sellado.  Nosotros  nos  quedamos  con  la  exclusiva  de  tu  tarta  y  tú  dispondrás  de  Alfonso El Salvaje durante dos semanas. No a tiempo completo, claro. Tengo algunos asuntos que atender.

—¿Como beber cerveza en un sujetador?

—Lo del sujetador lo hice con fines benéficos. Conseguí dos mil dólares para el Hogar Infantil de Dallas.

—Felicidades —replicó Paula con ironía.

Pero sentía una extraña suavidad en su  interior.  Quizá  fuera  por  el  tono  que  había  empleado  para  hablar  del  hogar infantil. Quizá por que su mirada había sido idéntica a la de la fotografía que tanto le había gustado en su oficina. Una mirada pensativa... ¿Pensativa? ¡Ja!  En  lo  único  que  Pedro debía  estar  pensando  era  en  el  color  del  sujetador que se había puesto en la cabeza.

—Sólo  te  necesitaré  de  vez  en  cuando.  Comidas,  cenas...  Mi  madre  piensa  marcharse  a  Miami  dentro  de  diez  días,  seis  horas  y  veintiocho  minutos  —tomó  el  bolígrafo  que  Pedro le  ofrecía  con  mano  temblorosa—.  Todavía  me  cuesta  creer  que  esté haciendo esto.

—Todavía estás a tiempo de decirle a tu madre la verdad.

Paula firmó el contrato y se lo tendió.

—No puedo desilusionarla hasta ese punto.

—¿Y no crees que se desilusionará más cuando se entere de que no va a haber boda?

—De eso tú no tienes que preocuparte. Y otra cosa, compórtate normalmente. Y nada de pellizcos.

—Cariño, tu madre tiene que pensar que nos gustamos. Y yo soy muy cariñoso —para enfatizar sus palabras, le acarició lentamente el brazo.

—¡Pues yo no soporto que me toquen! Así que puedes guardarte tus manos, tus labios y cualquier otra parte de tu cuerpo.

—Sabes, estoy empezando a pensar que no estás loca por mí.

—No  lo  estoy  —se  separó  unos  centímetros  de  él.  Así  estaba  mejor.  Si  no  lo  tocaba, podría mantener sus hormonas bajo control. Continuó dando instrucciones—. Si quieres algo de mí, basta que carraspees o algo parecido para llamar la atención.

—Como tú digas.

—E intenta ser civilizado.

—¿Cariño? —preguntó  Alejandra desde  el  salón—.  ¿Va  todo  bien?  ¿No  habrá  problemas en el paraíso, verdad?

—El  paraíso  va  estupendamente,  mamá  —respondió  Paula—.  Ahora  mismo  vamos —volvió a prestar atención a Pedro—. Y no me llames con nombres estúpidos.

—Pareces tensa, querida —continuó diciendo Alejandra.

—Sí, pareces tensa —añadió Pedro, y Paula frunció el ceño.

—Pues no lo estoy.

—¿No estarás discutiendo con tu novio, verdad?

—¡Sí! —gritó Pedro al mismo tiempo que Paula gritaba ¡No!

—¡Calla! —le ordenó a Pedro antes de gritar—: ¡No pasa nada, mamá!

Pero  ya  era  demasiado  tarde.  Paula oyó  los  pasos  de  su  madre.  A  los  pocos  segundos, se abría la puerta de la cocina. Y sin darse tiempo a pensar en lo que iba a hacer y mucho menos a arrepentirse, se arrojó a los brazos de Pedro y le plantó un beso en los labios.

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