—¿Qué me dices entonces, Pedro? —preguntó Diego cuando terminó de recitar los términos de la propuesta de Paula.
Pedro estalló en carcajadas. Así que Paula Chaves no estaba tan ofendida como había fingido y al final se había rendido a los encantos de Alfonso El Salvaje. Igual que todas. Aquel pensamiento consiguió vencer sus risas. Aunque no estaba seguro de por qué. Quizá tuviera que ver con lo que había ocurrido en el interior de cierto armario, del que había salido con la seguridad de que Paula era capaz de ver más allá de las apariencias.
—Me alegro de que te lo tomes en serio —Diego le pasó el libro de cuentas—. Porque su Chocolate Cherry Cha Cha es verdaderamente popular. Podemos quedarnos con la exclusiva de ese dulce ¿Qué te parece?
—Me parece que eres un genio de los negocios, colega. Es un buen trato, pero, bajo ninguna circunstancia, pienso cargar con Paula Chaves, ni siquiera temporalmente. Esa mujer es letal para mi imagen, por no hablar de mi salud.
—¿Pero de verdad te mordió? —Pedro asintió y Diego sonrió de oreja a oreja—. Me encantaría haberlo visto.
—Muchas gracias.
—Sabes que te aprecio, Pedro. Para mí eres como un hermano. Pero te aprecio a tí. Lo de El Salvaje es otra historia. Ese tipo se merece que lo peguen un mordisco de vez en cuando —Diego palmeó los papeles del contrato—. Por favor, piensa en la posibilidad de llegar a un acuerdo.
—Sólo estoy dispuesto a ofrecer más dinero.
—Ella no quiere más dinero. Te quiere a tí.
—¿Que finja ser el prometido de la hija de Drácula durante dos semanas? Olvídalo.
—Es un buen trato. Es una mujer atractiva y está tan loca por Alfonso El Salvaje como para hacerse pasar por su prometida. Y tú quieres sus tartas. Pueden hacerse muy felices. Y también a mí —añadió Diego. Se pasó la mano por el pelo—. ¿Sabes lo que me he encontrado esta mañana en el peine?
—¿Pelos?
Diego hundió la cabeza entre las manos.
—Creo que estoy empezando a perderlo.
—Pero si sólo tienes treinta y cuatro años.
—Casi treinta y cinco. Ya estoy rozando la madurez.
—Y un infierno. A los treinta y cuatro años se es joven. Condenadamente joven —y lo sabía por experiencia propia.
Tenía treinta y cuatro años, diez meses, tres semanas y dos días y se consideraba en la primera etapa de su vida. La madurez todavía estaba muy lejos.
—Todavía no estoy preparado para enfrentarme a la calvicie. Y el problema no tiene por qué ser de edad. Es genético. Si tienes un padre calvo, es posible que tú lo seas.
—Pero tú no sabes si tu padre fue calvo.
—Quizá lo fuera mi madre —Diego se sirvió un café—. Casi no me acuerdo de ellos y en las dos fotografías que tengo es difícil precisar cuál de los dos era propenso a la calvicie. Pero el problema es que me está ocurriendo a mí y el estrés empeora la situación. Hazlo por mí, Pedro. Firma ese contrato.
—No puedo —Pedro se frotó la boca. Todavía sentía la mordedura. Y el problema no era que le doliera. Sino todo lo contrario. Le gustaba, y allí residía el peligro—. Me mordió delante de una multitud y de las cámaras de televisión.
—Mordió a Alfonso El Salvaje.
—Somos el mismo, Diego.
—Eso no es cierto. Tú eres un hombre amable, preocupado por los demás. Y El Salvaje es un tipo dominante, que hace lo que quiere y cuando quiere sin preocuparse de las consecuencias.
—Y la gente lo quiero por eso.
—Lo admiran porque tener las narices de pasar por encima de los convencionalismos. Hay una gran diferencia entre admirar y querer. Quizá la hubiera.
Pero para Pedro , huérfano desde los cinco años, la línea entre la admiración y el amor hacía mucho tiempo que se había borrado.
—Soncomo el fuego y el agua. El fuego es poderoso —continuó diciendo Diego—, pero el agua puedo convertirlo en polvo.
—Me parece que estás leyendo demasiado.
—Tú también lo harías si estuvieras casado con una bibliotecaria.
—¿Qué tal está Leticia?
—Más preocupada por mi pelo que tú. Ha insistido en comprarme un tratamiento de Rogaine y una nueva cinta de Mozart. Ahora, si pudiera conseguir que mi compañero de trabajo colaborara, me iría a casa, comenzaría el tratamiento e intentaría relajarme un rato —al ver la expresión decidida de Pedro, alzó las manos—. O si pudiera ofrecerle a Paula Chaves algo más que dinero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario