El falso Batman le hizo volverse, la tomó por la barbilla y la miró fijamente.
—Estás llorando.
—De acuerdo, es cierto. Pero normalmente nunca lloro, salvo cuando mi madre viene a verme. Y no es que no quiera a mi madre. Claro que la quiero. Es maravillosa. Pero la última vez que vino, intentó montarme una cita con ese tipo de la gasolinera. Y no es que yo tenga nada en contra de los trabajadores de la gasolinera. Además, aquél era un hombre guapo, realmente atractivo... ¡Pero mi madre le había pagado para que saliera conmigo! Ya sabes cómo son las madres.
Batman le acarició los labios con un dedo.
—Pues la verdad es que no. Mi madre murió cuando yo era niño. Ésa es la razón por la que vengo aquí de voluntario. Yo crecí en un orfanato como éste.
—Oh —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Lo siento, no tenía ni idea. Debo de parecerte una completa estúpida.
—No tanto, sólo un poco —le dirigió una seductora sonrisa mientras le secaba una lágrima.
Paula estuvo a punto de convertirse en un charco. ¿Un hombre al que no le asustaban las lágrimas de una mujer? Iría con él hasta el fin del mundo.
—¡Tengo una idea! —Batman se quitó la capa y la colocó alrededor de la cintura de Paula—. Mira, es del mismo color que tu traje. Nadie notará la diferencia.
—Pero no puedes renunciar a tu capa. ¿Qué sería de Batman sin su capa?
—Conservo el resto del traje. ¿Y de qué sirve ser un superhéroe si no puede ayudar a una dama en apuros?
Atractivo, amable, caballeroso y no tenía miedo a las lágrimas. Oh, Dios santo, era él. ¡Él!No, no, no. Apenas conocía a aquel tipo. De ningún modo podía ser él. El único. El hombre perfecto: dulce, sensible y sincero. Un hombre capaz de levantarse en medio de la noche para cambiarle un pañal a un niño. Un hombre capaz de amarla hasta la muerte y que jamás dejaría los calcetines en el suelo. Un hombre que supiera cocinar... De ningún modo. Y además, ella todavía no estaba preparada. Él llegaría más tarde, al cabo de unos seis años, cuando su negocio rodara por sí solo.
—¿Ya estás contenta? —le acarició la comisura de un ojo con el pulgar.
El efecto en Paula fue inmediato.
—Me... Me estás tocando —farfulló.
—¿Sí? —sonrió mientras le acariciaba tentadoramente el cuello.
¿Tentadoramente? ¿Estaría otra vez su madre jugando con aquella muñequita de vudú? ¡Qué no haría aquella mujer para ver casada a su hija!
—Realmente, no deberías estar haciendo eso. Ni siquiera nos conocemos...
—Claro que nos conocemos. Yo soy Batman y tú eres...
—Paula.
—Paula. Ya está, ya nos conocemos. Tienes una piel muy suave, Paula...
—Y tú tienes unas manos magníficas, Batman
¿Batman? ¿Acaso estaba loca? Claro que lo estaba. Batman estaba acariciándola y ella estaba convencida de que era él. Pero no, no podía ser. Aquello estaba yendo demasiado rápido.
—Una piel verdaderamente suave —dijo otra vez, se inclinó hacia delante y la besó.«Ella». Aquella palabra no fue más que un susurro contra sus labios... O más probablemente un producto de su imaginación.
Sí, tenía que haber sido su imaginación. Tenía que serlo, porque él no era su él y ella no era su ella. Paula no creía en el amor a primera vista. Ni en gente real ni en personajes literarios. Batman profundizó su beso y los pensamientos de Delilah se desintegraron.Sus labios se movían, sus lenguas se entrelazaban, sus cuerpos se arqueaban y sentía que estallaba un castillo de fuegos artificiales en su cabeza.Y de pronto todo acabó.
—Yo... Tú... Me has besado —se llevó la temblorosa mano a los labios, intentando recapacitar sobre lo ocurrido.
—Lo siento, no pretendía hacerlo —parecía tan sorprendido como ella—. Pero es que tienes una piel tan suave. Es una locura, pero de pronto me ha parecido que lo más lógico era que te besara —el sonido del teléfono móvil de Paula interrumpió sus palabras.«Salvada por la campana». Desgraciadamente.
—¿Diga?
—¡Paula! —exclamó una voz de mujer al otro lado.
—No podías haber llamado en un momento mejor.
—¡La batidora está rota! Tengo que hacer cuatro docenas de tartas esta mañana y... ¡Dios mío! Creo que he visto una chispa. ¡Está ardiendo!
—No está ardiendo —se oyó gritar a Martín, uno de los repartidores—. Tranquila, jefa. Sólo ha sido una chispa.
—De acuerdo, Jimena, tranquilízate. Martín, desenchufa la batidora y ya me encargo yo de llamar para que vayan a repararla.
—¿Problemas en casa? —preguntó Batman cuando Paula terminó de hablar con el taller de reparaciones.
—En mi negocio —guardó el teléfono—. Me temo que tengo que irme —«¡muévete!», le gritaba su cerebro.
Pero sus pies se negaban a moverse. Batman estaba a punto de besarla otra vez. Podía sentir su calor, el calor de su cuerpo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario