lunes, 23 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 3

El falso Batman le hizo volverse, la tomó por la barbilla y la miró fijamente.

—Estás llorando.

—De acuerdo, es cierto. Pero normalmente nunca lloro, salvo cuando mi madre viene a verme. Y no es que no quiera a mi madre. Claro que la quiero. Es maravillosa. Pero la última vez que vino, intentó montarme una cita con ese tipo de la gasolinera. Y  no  es  que  yo  tenga  nada  en  contra  de  los  trabajadores  de  la  gasolinera.  Además,  aquél  era  un  hombre  guapo,  realmente  atractivo...  ¡Pero  mi  madre  le  había  pagado  para que saliera conmigo! Ya sabes cómo son las madres.

Batman le acarició los labios con un dedo.

—Pues  la  verdad  es  que  no.  Mi  madre  murió  cuando  yo  era  niño.  Ésa  es  la  razón por la que vengo aquí de voluntario. Yo crecí en un orfanato como éste.

—Oh —se  le  llenaron  los  ojos  de  lágrimas—.  Lo  siento,  no  tenía  ni  idea.  Debo  de parecerte una completa estúpida.

—No  tanto,  sólo  un  poco  —le  dirigió  una  seductora  sonrisa  mientras  le  secaba  una lágrima.

Paula estuvo  a  punto  de  convertirse  en  un  charco.  ¿Un  hombre  al  que  no  le  asustaban las lágrimas de una mujer? Iría con él hasta el fin del mundo.

—¡Tengo una idea! —Batman se quitó la capa y la colocó alrededor de la cintura de Paula—. Mira, es del mismo color que tu traje. Nadie notará la diferencia.

—Pero no puedes renunciar a tu capa. ¿Qué sería de Batman sin su capa?

—Conservo  el  resto  del  traje.  ¿Y  de  qué  sirve  ser  un  superhéroe  si  no  puede  ayudar a una dama en apuros?

Atractivo, amable, caballeroso y no tenía miedo a las lágrimas. Oh, Dios santo, era él. ¡Él!No, no, no. Apenas conocía a aquel tipo. De ningún modo podía ser él. El único. El  hombre  perfecto:  dulce,  sensible  y  sincero.  Un  hombre  capaz  de  levantarse  en  medio  de  la  noche  para  cambiarle  un  pañal  a  un  niño.  Un  hombre  capaz  de  amarla  hasta la muerte y que jamás dejaría los calcetines en el suelo. Un hombre que supiera cocinar... De  ningún  modo.  Y  además,  ella  todavía  no  estaba  preparada.  Él  llegaría  más  tarde, al cabo de unos seis años, cuando su negocio rodara por sí solo.

—¿Ya estás contenta? —le acarició la comisura de un ojo con el pulgar.

El efecto en Paula fue inmediato.

—Me... Me estás tocando —farfulló.

—¿Sí? —sonrió mientras le acariciaba tentadoramente el cuello.

¿Tentadoramente?  ¿Estaría  otra  vez  su  madre  jugando  con  aquella  muñequita  de vudú? ¡Qué no haría aquella mujer para ver casada a su hija!

—Realmente, no deberías estar haciendo eso. Ni siquiera nos conocemos...

—Claro que nos conocemos. Yo soy Batman y tú eres...

—Paula.

—Paula.  Ya  está,  ya  nos  conocemos.  Tienes  una  piel  muy  suave,  Paula...

—Y  tú  tienes  unas  manos  magníficas,  Batman

 ¿Batman?  ¿Acaso  estaba  loca?  Claro que lo estaba. Batman estaba acariciándola y ella estaba convencida de que era él. Pero no, no podía ser. Aquello estaba yendo demasiado rápido.

—Una  piel  verdaderamente  suave  —dijo  otra  vez,  se  inclinó  hacia  delante  y  la  besó.«Ella».  Aquella  palabra  no  fue  más  que  un  susurro  contra  sus  labios...  O  más  probablemente   un   producto   de   su   imaginación. 

Sí,   tenía   que   haber   sido   su   imaginación.  Tenía  que  serlo,  porque  él  no  era  su  él  y  ella  no  era  su  ella.  Paula no creía en el amor a primera vista. Ni en gente real ni en personajes literarios. Batman profundizó su beso y los pensamientos de Delilah se desintegraron.Sus  labios  se  movían,  sus  lenguas  se  entrelazaban,  sus  cuerpos  se  arqueaban  y  sentía que estallaba un castillo de fuegos artificiales en su cabeza.Y de pronto todo acabó.

—Yo...  Tú...  Me  has  besado  —se  llevó  la  temblorosa  mano  a  los  labios,  intentando recapacitar sobre lo ocurrido.

—Lo  siento,  no  pretendía  hacerlo  —parecía  tan  sorprendido  como  ella—.  Pero  es que tienes una piel tan suave. Es una locura, pero de pronto me ha parecido que lo más  lógico  era  que  te  besara  —el  sonido  del  teléfono  móvil  de  Paula interrumpió  sus palabras.«Salvada por la campana». Desgraciadamente.

—¿Diga?

—¡Paula! —exclamó una voz de mujer al otro lado.

—No podías haber llamado en un momento mejor.

—¡La batidora está rota! Tengo que hacer cuatro docenas de tartas esta mañana y... ¡Dios mío! Creo que he visto una chispa. ¡Está ardiendo!

—No  está  ardiendo  —se  oyó  gritar  a  Martín,  uno  de  los  repartidores—. Tranquila, jefa. Sólo ha sido una chispa.

—De  acuerdo,  Jimena,  tranquilízate.  Martín,  desenchufa  la  batidora  y  ya  me  encargo yo de llamar para que vayan a repararla.

—¿Problemas  en  casa?  —preguntó  Batman  cuando  Paula terminó  de  hablar  con el taller de reparaciones.

—En  mi  negocio  —guardó  el  teléfono—.  Me  temo  que  tengo  que  irme  —«¡muévete!»,  le  gritaba  su  cerebro. 

Pero  sus  pies  se  negaban  a  moverse.  Batman estaba a punto de besarla otra vez. Podía sentir su calor, el calor de su cuerpo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario