miércoles, 4 de julio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 34

—De eso podría encargarme cuando tú quisieras —comentó Pedro acercándose a ella.

—¿De qué? —preguntó más envalentonada de lo que realmente estaba, a pesar de que sabía que el ardor que veía en los ojos de Pedro se debía más a la sed de venganza que a la de saciar un anhelo amoroso.

Mantuvo la cabeza en alto y ocultó la tormenta de emociones que se libraba en su interior.

—Muy bien, ya que lo quieres saber todo... —cedió Pedro por fin—. ¿Cómo te sentaría que la prensa te acusara de haber matado a tu prometida y al hijo del que ésta estaba embarazada, sabiendo que a lo peor tienen razón?

Paula se quedó horrorizada. No podría ser cierto. Aun así, al ver la mirada de Pedro, ella comprendió que éste así lo creía.

—¿Qué pasó? —acertó a preguntar.

—Candela trabajaba como promotora de un campeonato de automovilismo — comenzó a hablar—. Nos conocimos, empezamos a salir, nos enamoramos... lo normal. Íbamos a casarnos en Europa al final de la temporada.

El tono neutro con el que hablaba no sólo no ocultaba la agonía de sus recuerdos, sino que la realzaba. Paula no se atrevía ni a respirar por temor a que Pedro volviera a encerrarse detrás de sus escudos. Tenía la esperanza de que al compartir su tragedia, pudiera liberarse de las cadenas que lo ataban a su pasado.

—En Europa se me consideraba el playboy del circuito —prosiguió Pedro en el mismo tono—. Asumía muchos riesgos con el coche y jugaba y bebía mucho. Era una fuente constante de escándalos, vamos, y a tus compañeros de la prensa no les gustó la idea de que sentara la cabeza. Empezaron a recordar los follones en los que me había visto involucrado en el pasado y a hacer apuestas sobre lo poco que tardaría en romper mi compromiso.

—¿Y qué hiciste? —preguntó Paula, a la que, aunque no la sorprendía, la abochornó el comportamiento de sus compañeros.

—Resistir las ganas que me entraron de pegarle una paliza a cada uno de los fotógrafos que nos seguían. Me estaban provocando para que yo perdiera los nervios y ellos conseguir una tirada mayor de sus periódicos con algún reportaje sobre la libertad de expresión.

—Te costaría contenerte —comentó Paula.

—Espera, que hay mucho más —dijo después de una risotada sarcástica y doliente—. Como no nos perdían de vista ni a sol ni a sombra, un pirado se familiarizó con nuestros hábitos y movimientos y secuestró a Candela cuando ella iba a buscarme.

—Oh, Pedro—susurró desmayadamente.

—Ví cómo la agarraba y la metía en su coche —prosiguió Pedro enardecido—, así que monté en el mío y me puse a perseguirlos. El secuestrador acabó estrellándose en el mismo sitio donde se mató Grace Kelly. No hubo supervivientes.

—Pero tú has dicho que te acusaron a tí de matar a tu prometida! —exclamó Paula estupefacta.

—Según la prensa, yo sólo quise hacerme el héroe y, al perseguirlo, obligué al secuestrador a conducir de manera temeraria —explicó con rencor—. Al parecer tenía que haberme quedado quieto e intentar negociar no sé qué.

—¿No llamaste a la policía mientras lo perseguías?

—Lo intenté; pero el teléfono del coche no funcionaba. Por lo que sea, no funcionaba —reforzó Pedro—. Al menos, al principio. Luego, por supuesto, cuando la policía fue a comprobarlo, funcionó perfectamente. Así que quizá tuvieran razón los periodistas. Quizá yo tuve la culpa de que Candela muriera por hacerme el héroe.

—¿No hablarás en serio?

—Cuando los titulares te llaman asesino, es difícil discutir.

—¿Y crees que en la versión no autorizada de tu biografía volverán a airear esa parte tan triste de tu pasado?

—Venderá más que la verdad, que es que mi teléfono se había averiado y no tuve otra opción que seguir al secuestrador —afirmó con gran dureza—. Lo irónico es que, por una vez en mi vida, conduje despacio, pues no quería acercarme demasiado y asustar al secuestrador. Sólo aceleré cuando ví que su coche se descontrolaba y caía por el acantilado. Pero ya era tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario