lunes, 2 de julio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 30

Paula se negaba a caer en aquella trampa. ¿Por qué no podían ser simplemente amigos? De esa manera no habría ningún problema, aunque cada uno tuviera objetivos distintos en sus vidas. Pero poner freno a las emociones no resultaba sencillo en absoluto. Pedro no necesitaba ni tocarla para excitarla. Le bastaba una mirada para que ella lo deseara con todo su corazón, como si los labios de él fueran un manantial refrescante en medio del árido desierto.

El corazón y la cabeza de Paula no habían dirimido nunca una disputa tan dura. A veces pensaba que debía abandonarse a sus sentimientos, tener una aventura salvaje con él y luego marcharse. El amor no tenía por qué ser hasta que la muerte los separara. Pero, ¿Y si era eso lo que ella deseaba? La aterrorizaba pensar que si llegaba a entregarse a Pedro, el recuerdo de tal encuentro siempre se interpondría entre ella y sus ambiciones. Por mucha distancia que pusiera de por medio, siempre llevaría consigo un vacío en el corazón.

—Creo que hoy no saldré a pasear —dijo Paula despertando de su ensimismamiento—. Necesito trabajar en este capítulo.

—Puedes trabajar más tarde.

—Prefiero hacerlo ahora que lo tengo fresco en la cabeza —insistió sin atreverse a mirarlo.

—Está bien; pero no trabajes demasiado. ¡Fangio!, ¡Jackie!, ¡vamos!

Los dobermann, al oír sus nombres, se pusieron de pie y acompañaron a Pedro en su paseo. No había cosa que les gustara más que salir por el bosque y corretear libremente, asegurándose de vez en cuando, eso sí, de que su amo los seguía. Pedro había cumplido con su palabra y había ordenado a los perros que trataran a Sarah como a una amiga. Éstos mostraban poco afecto hacia ella, pero, seguro, habrían dado sus vidas por defender la de Paula. Ésta los vió salir precedidos por él. Suspiró y volvió la mirada hacia el ordenador, para refugiarse en el trabajo, método infalible para distraerse de cualquier pensamiento perturbador.

—¡Sorpresa! —oyó decir mientras unas manos le tapaban los ojos por detrás.

—¡Karen!, ¿Cuándo has llegado? —preguntó Paula después de apartarle las  manos y dar media vuelta.

—Hace poco —sonrió la amiga—. He estado charlando un rato con Marcelo. No quería entrar hasta no estar segura de no interrumpir.

—¿Qué tal el trabajo? —le preguntó Paula, después de hacer una copia de seguridad en un disquete de lo que acababa de grabar en el disco duro del ordenador.

—Muy bien. Aunque no tengo ninguna foto nueva digna de mención — respondió Karen.

Paula se quedó en silencio unos segundos. ¿Por dónde iría su amiga en su cacería alfabética de hombres?

—¿Y cómo te va con Kevin?

—Nos llevamos bien —respondió Karen—. Me temo que me voy a quedar atascada en la «k» durante una temporada. ¿Y a tí?, ¿qué tal te va?

—Todavía libre y sin compromiso —respondió Paula sin ser del todo sincera.

Ella y Karen habían comido juntas el día en que la primera se había acercado a su casa a recoger sus cosas antes de mudarse a Hilltop temporalmente. Karen no se había creído demasiado eso de que sólo se mudaba porque era mejor para el proyecto.

—¿Adónde ha ido esa maravilla de hombre? —preguntó la amiga.

—Ha salido al bosque a dar una vuelta con los perros. Volverá dentro de una hora.

—Deberías haberlo acompañado. Hace un día estupendo.

—Si lo hubiera hecho, me habría perdido tu visita. Y deja de mirarme de esa manera: ya te he dicho que sólo vivo aquí para trabajar con más comodidad. Nada más.

—Entonces, ¿Por qué te has puesto roja en cuanto he hecho referencia a él?

No se había ruborizado hasta ese momento, pero, gracias a Karen, ya tenía las mejillas rojas.

—Tienes mucha imaginación —insistió Paula—. Prepararé un poco de té helado y charlamos un rato, ¿Te parece?

Minutos después regresó con la bebida y con unas pastas que había preparado Marcelo.

—Te he traído el correo y los faxes —dijo Karen.

—Eres un cielo. Muchas gracias.

—Merece la pena si, a cambio de un favor tan pequeño, puedo verte y degustar estas pastas. ¿Dónde encontró Pedro a Marcelo? ¡Ese hombre es un tesoro!

—Fueron juntos al instituto. Lo creas o no, Marcelo perteneció a la policía; tuvo que retirarse después de que un sospechoso lo atacara. Entonces empezó a acompañar a Pedor por los circuitos y, finalmente, se instaló con él aquí.

—Lo que perdió la policía lo ganamos nosotras, ¿No crees? —preguntó Karen con una leve sonrisa.

Paula miró a su amiga con curiosidad. Marcelo no era el siguiente en la lista alfabética y a Karen le costaba mucho romper con sus costumbres. Sin embargo, era evidente que estaba interesada en el amigo de Pedro. Bueno, después de todo, tal vez saliera algo positivo de aquella historia. Echó un vistazo al legajo de cartas y faxes y fue ordenando el correo.

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