lunes, 2 de julio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 29

Transcurridas tres semanas de trabajo codo a codo en casa de Pedro, las preocupaciones de Paula no sólo habían disminuido, sino que se sentía cada vez más a gusto al lado de él, de cuya compañía disfrutaba más de lo que le convenía. Se habían acostumbrado a levantarse temprano para darse un baño en la piscina, tras el cual recobraban fuerzas con un suculento desayuno preparado por Marcelo, que resultó ser mucho más que un simple guardaespaldas. Era, además, el cocinero, el gerente, el adiestrador de perros y el brazo derecho de Pedro.

Luego trabajaban durante seis horas, haciendo un pequeño alto para tomar un sándwich a la hora de comer. En realidad no podía llamar a aquello «trabajar», sino, simplemente, charlar amigablemente. Pedro tenía una memoria prodigiosa y recordaba a la perfección hechos que habían sucedido años antes. Además, los adornaba con multitud de anécdotas que disparaban la imaginación y las aptitudes periodísticas de Paula. Por desgracia, él prefería escribir el libro cronológicamente, aferrándose a los fríos hechos. El espíritu de reportera de Paula, en cambio, la llevaba a decantarse por una organización que atrajera más la atención del lector, aunque no fuera estrictamente lineal.  A veces discutían con tanta vehemencia que resultaba milagroso que el proyecto fuera avanzando. Pero avanzaba.

—¿Quieres que el libro se venda o no? —le preguntó Paula después de una de sus disputas.

—Expresado con elegancia literaria, francamente, Paula, me importa un pito.


—Entonces, ¿Por qué nos estamos matando con el libro? —preguntó desconcertada.

Pedro tenía que saber que estaba dando el ciento diez por cien de sí misma para que el libro fuera un éxito. Si no quería que el libro se vendiese, había escogido a una mala socia.

—Es necesario que escriba este libro, Paula. Y ya sabes por qué. Pero se tiene que vender porque sea bueno, sin dejarse guiar por falsos sensacionalismos.

—Ya hemos tratado tu infancia y tus primeros pasos en el mundo del automovilismo —dijo Paula. Luego suspiró mientras se ahuecaba el pelo que le caía sobre el cuello—. Pero eso es sólo la mitad de la historia. Todavía no has dicho nada de la otra mitad, ésa de la que no quieres hablar con nadie... ni siquiera conmigo. Los que escriban la versión no oficial no tendrán tanto recelo en contarlo todo.

—Contarán lo que les apetezca inventarse a partir de unos datos sueltos — apuntó Pedro enrabietado.

—Entonces cuéntales a todos tu versión. Antes de que empezáramos con el libro, me pediste que confiara en tí. ¿No crees que ya va siendo hora de que tú confíes en mí? Por ejemplo, podrías informarme de lo que los otros escritores podrían usar en tu contra.

—Los dos estamos muy cansados y nerviosos —dijo Pedro después de un suspiro de frustración—. Creo que voy a sacar a los perros a dar una vuelta.

El mensaje era claro: podía acompañarlo o no en su paseo, según le apeteciera; pero la discusión había terminado. Se sentía decepcionada. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que deseaba que Pedro confiara en ella. Éste la había hecho depositaria de todos sus secretos, excepto de aquéllos relacionados con su repentina retirada y su rechazo a la prensa. Al regresar a Hiltop, habían pensado que iban a tener que refugiarse de una barahúnda de periodistas; pero Marcelo había hecho correr el rumor de que ambos estaban de vacaciones en una isla perdida del Caribe. Cuando los periodistas descubrieron la verdad, la noticia había perdido actualidad y, tal como había predicho Paula, otras personas ocupaban ahora los titulares.

A pesar de sus reservas, Paula se había amoldado rápidamente a vivir allí. Acercarse a su casa, recoger su ordenador portátil y algo de ropa había ayudado. Vivir en Hilltop, en la casa de Pedro, era como estar de vacaciones, pese al trabajo. Disfrutaba mucho con los largos paseos que compartían para estirar las piernas después de estar sentados ante sus ordenadores. Cada día, él le mostraba zonas distintas de los terrenos que poseía. Había una especie de palmera, decía él, que había sobrevivido desde las épocas de los dinosaurios; y también la fauna era muy exótica, con sus cacatúas, ualabis y otros animales totalmente desconocidos para Paula. Pedro le había mostrado también su sitio favorito, un árbol enorme oculto en la espesura del bosque. Sus raíces se veían en el suelo y se extendían metros y metros a la redonda. Allí, en el escondite secreto de él, acompañados sólo por los trinos de los pájaros, la había abrazado. No había estado tan cerca de sus labios desde aquel momento excitante en la piscina del hotel. Y ahora que sí había llegado a besarla, de alguna manera, los dos se habían sentido especiales. En medio de ninguna parte, en aquel lugar de ensueño, era como si aquello no hubiese sucedido en realidad. Había sido delicioso notar los labios de Pedro bajándole los párpados, resbalando por la nariz hasta desembocar en la boca entreabierta de Paula. Ésta se había sorprendido abrazándolo con fuerza, acariciándole el cuello, saboreando la cercanía de sus pieles. No había sido una explosión. Simplemente habían empezado a consumirse lenta e inexorablemente, hasta que ambos habían sentido un infierno de esperanzas, necesidades, sueños y deseos. Había cerrado los ojos, lo cual sólo sirvió para que la fogosa pasión que la descontrolaba se avivara. Había ocurrido lo que tanto había temido. Ningún hombre había despertado en ella una sensación de necesidad como la que Pedro le inspiraba.

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