miércoles, 4 de julio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 35

—Y la policía vio las huellas de tus neumáticos en la calzada y concluyó que los estabas acosando en una persecución a toda velocidad —dedujo Paula en voz alta.

—Era lo más lógico, teniendo en cuenta mis antecedentes como conductor de coches temerario. Durante mucho tiempo me pregunté incluso si tendrían razón, es decir, si hubiera esperado a la policía, ¿Seguiría Candela hoy con vida?

—Hiciste lo que tenías que hacer en ese momento —dijo Sarah apretándole un brazo para consolarlo—. Los periodistas no estaban ahí. No tenían derecho a juzgarte.

—Ni siquiera supe que estaba embarazada hasta después del accidente — añadió atormentado.

Paula se sintió desgarrada. Pedro había sufrido una pérdida enorme y la prensa, encima, lo había culpado a él de todo. ¿Cómo no iba a querer alejarse de los periodistas? Lo habían condenado injustamente y ahora, cuando saliera la versión no autorizada, tendría que revivir aquel infierno.

—Lo siento. No tenía ni idea —dijo Paula con sincero pesar.

—Supongo que aquí también habría ocupado muchas portadas; pero durante esos días hubo varias avisos de bomba en los aeropuertos de Australia, así que mi historia quedó relegada a un par de párrafos sin importancia —explicó Pedro para justificar la ignorancia de Paula—. Si no, seguro que tus colegas también se habrían puesto las botas conmigo, igual que sucedió en Europa.

Paula estaba destrozada, impotente además por no poder remediar aquella situación definitiva. Ella pertenecía al colectivo que lo había martirizado durante su tragedia, responsabilizándolo de las muertes de su prometida y su futuro hijo. Seguro que el hecho de rescatarla a ella del accidente había hecho que Pedro recordara los peores momentos. Jamás podría convertirse en su mujer. Pero lo amaba, acababa de confirmarlo, con todo su corazón y, al menos, tenía que intentar demostrarle que no todos los periodistas eran iguales.

—Gracias por contármelo, Pedro. Ojalá pudiera hacer algo para facilitarte las cosas un poco.

—¿Adónde vas? —le preguntó Pedro cuando vió que Paula se daba media vuelta.

—Tengo que hacer una llamada —respondió con la voz quebrada por la emoción.


Pedro permaneció quieto y a solas, reconciliándose con sus turbulentas emociones. ¡Maldita mujer! Siempre conseguía sacarle todo cuanto ocultaba. Él no había tenido intención de contar aquel pasaje de su vida con tantos detalles; pero, al lado de Paula, había sentido el deseo de compartir con ella lo que siempre había guardado para sí. No se sentía bien. Sabía que la quería como no había querido a ninguna mujer y, a juzgar por la llamada que debía de estar haciendo, daba la impresión de que ella lo correspondía. Entonces, ¿Por qué no estaba dando volteretas de alegría?, ¿Por qué notaba que estaba cometiendo un error? Comprendió la fuente de su desazón: no estaba siendo justo con ella. Él podía tener todo el derecho del mundo a querer esconderse el resto de su vida; pero Paula ambicionaba alcanzar grandes metas como reportera y le sobraba talento para conseguirlo. Él no tenía ningún derecho a pedirle que renunciara a la gala de los Premios de la Comunicación. Aquello era un sacrificio excesivo. No, Paula no debía dejar pasar una oportunidad tan buena como aquélla. Paula se merecía triunfar y, por mucho que le costara a él, haría todo lo posible por ayudarla. En esos momentos, lo único que podía hacer era seguir los pasos de ella y darle alcance.

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