miércoles, 4 de julio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 33

La verdad era que formaban buena pareja, pensó Paula al ver sus fotos, la una junto a la otra. ¿Por qué diablos se mostraba Pedro tan reacio a los medios de comunicación? Con su pasado triunfal como automovilista; debía de haberse acostumbrado a salir en los periódicos y, sin embargo, los odiaba con una vehemencia rayana en lo obsesivo.

Y, aunque hubiera retirado de inmediato su acusación, el hecho de que Pedro hubiera sospechado que ella se había aliado con Marcos le resultaba muy doloroso. Era obvio que él no la conocía lo suficiente, pues, de lo contrario, jamás habría imaginado algo semejante. Su agente le dió pocas esperanzas respecto a las posibilidades que existían de que el periódico se retractara de lo que había publicado. Hasta era posible, pensó Paula, que fuera su agente el que hubiera inventado lo de que Pedro  la acompañaría. ¿Qué más daba quién se lo hubiera inventado? El resultado era el mismo: Pedro y ella se habían distanciado una enormidad. Ya era la hora de cenar, demasiado tarde para ponerse a trabajar, suponiendo que él  estuviera de humor para ello. Pensó en sacar a los perros a pasear, ella sola, pero le faltó reunir el entusiasmo suficiente. Lo que de veras deseaba era estar cerca de Pedro, y era evidente que éste rehuía su compañía.

Salió de casa y se lo encontró cortando leña para la chimenea del salón. A pesar de que ya hacía buen tiempo, no venía mal tener algo de leña a mano, pues todavía refrescaba algunas noches. Se veía que él estaba cortando con saña, como para dar rienda suelta a su cólera. ¿Contra la prensa?, ¿contra ella? Había una gran montaña de troncos de madera dispuestos en forma de pirámide. En esos momentos, Pedro estaba hincándole el hacha a un tronco de eucalipto. Se movía rítmicamente y así siguió trabajando sin descanso hasta haber dividido el tronco en cuatro. Luego colocó los leños en una carretilla, se abrió la camisa y se secó el sudor que le corría por la frente. A Paula se le hizo la boca agua al ver aquel torso tan escultural. La encantaba el olor de la leña cortada, mezclado con el aroma de las hojas caídas y la fragancia de ese cuerpo portentoso del que no lograría olvidarse jamás.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le preguntó Pedro cuando la vió.

—Lo suficiente para ver que sólo has cortado ese eucalipto para desahogarte — respondió Pedro cruzándose de brazos.

—¿Qué quieres decir?

—¿En quién estabas pensando, Pedro? ¿A quién estabas castigando? —preguntó Paula—. ¿A mí? —añadió con voz temblorosa.

—¡No, por Dios! —exclamó dejando el hacha en el suelo—. Creo en tí y sé que no has tenido nada que ver con lo del periódico.

—Entonces, ¿A quién?

—Si no te importa, prefiero que lo dejes —le pidió.

—No, no quiero dejarlo—protestó, harta de tantos misterios—. O me dices qué es lo que te pasa o... o llamó a mi agente y le digo que publique que nos acostamos juntos.

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