—Así que se sabe el nombre de todos los jugadores, señora Chaves.
—Eso no es nada y, por favor, llámame Alejandra. Paula también se los sabe. Y los de los jugadores de la NBA.
—Mamá, por favor —le advirtió Paula.
—No, ahora no te hagas la modesta. Ya sabes, Pedro, que su inteligencia no se limita a los deportes. También es una gran cocinera y...
—Mamá...
—Y no sólo estoy hablando de postres. ¿Has visto alguna vez una cara tan bonita?
—Mamá, por favor.
—Y qué tipo. Esas formas tan suaves y redondeadas, perfectas para concebir hijos.
—¡Mamá!
—Eso es exactamente lo que pienso —Pedro la recorrió de arriba abajo con la mirada—. Pero teniendo una madre como usted, no se podía esperar nada menos.
—Caramba, qué hombre tan encantador.
—Sí, rezuma encanto por todos los poros de su piel —replicó Paula forzando una sonrisa.
Pedro la miró con expresión acusadora.
—Nunca me has dicho que sabías tanto de fútbol.
—Paula es muy tímida, ha salido a su padre.
—Quizá en el carácter, porque físicamente es tan atractiva como usted.
Alejandra se sonrojó mientras Pedro agarraba un montón de hojaldres y se los metía de golpe en la boca.
—Están buenísimos —dijo entre dientes.
—Los ha hecho Paula. Ya te he dicho que es una gran cocinera. Estoy deseando ver qué nos ha preparado para cenar.
—Y yo también —Pedro se separó de Paula para sentarse al lado de su madre—. Están buenísimos —tomó otro puñado de hojaldres—. Pero yo prefiero un buen guiso de carne y patatas.
—¿De verdad? —Alejandra prácticamente resplandecía mientras Paula hervía de rabia por dentro. Menudo cretino. ¿Cómo podría haberlo confundido con Batman?
—¿Podría hablar un momento contigo? —le siseó a Pedro.
—¿No puedes esperar un poco conejita? Estoy hambriento...
—Ahora —lo agarró de la oreja para obligarlo a levantarse del sofá—. Ahora mismo volvemos, mamá.
—Tomense todo el tiempo que les haga falta. Yo también he sido joven —los despidió Alejandra.
—¿Lucas? —gruñía Pedro un minuto después en la cocina—. ¿No podías haber escogido un nombre, más viril?
—Lo siento, pero no estoy acostumbrada a mentir a mi madre. Es la primera vez que lo hago. Me siento muy incómoda y estoy intentando salir del paso de la mejor forma. Y, para tu información, Lucas no es un nombre poco viril. Lucas Bysshe Shelley es uno de mis poetas favoritos. Además, no me gustan los nombres viriles.
—Evidentemente.
—Si no, habría escogido un nombre de esos típicos, como Darío, Kevin, Bruno o Pedro.
—Caramba, no parece que te alegres mucho de que haya venido.
—Porque no me alegro.
—Vamos cariño, se acabó la fiesta. Evidentemente, has estado dispuesta a renunciar a mucho dinero para conseguirme. Y yo me he visto obligado a venir.
—Siento todo esto... Pero tenía que hacer algo.
—¿Algo como chantajearme?
—¿Chantaje? Bueno, he cambiado las condiciones de venta, pero eso no es chantaje.
—Me refiero a Bob Barbecue,
—¿Bob? ¿Ese tipo que sale disfrazado de cerdo en todos sus anuncios?
—El mismo, y mi mayor competidor en el mercado. Dime que no has amenazado con venderle la exclusiva a Bob si yo no aceptaba ser tu prometido.
—Fingir que lo eras, y no he amenazado con nada.
—Mira, es la primera vez que utilizan esta táctica conmigo. Normalmente las mujeres consiguen meterse en mi casa, se esconden en la cama, me esperan en la ducha o en el asiento trasero del coche. Pero es la primera vez que recurren al chantaje. El pobre Diego ha tenido que soportar las amenazas de tu directora comercial.
—Yo no tengo ninguna directora comercial.
—Pues Diego ha dicho que ha hablado con ella. Se llama Zoe Navia, o algo parecido.
—Nara. Zaira Nara, y es la que te ha abierto la puerta. Es mi contable y no... —se interrumpió al recordar a Zaira prometiéndole que todo saldría bien. De pronto, las piezas empezaron a encajar—. En ningún momento le pedí que te amenazara, sólo que endureciera las condiciones.
—Y ha recurrido al chantaje.
—Quizá.
—Entonces tú me deseas.
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