lunes, 30 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 17

—Así que se sabe el nombre de todos los jugadores, señora Chaves.

—Eso  no  es  nada  y,  por  favor,  llámame  Alejandra.  Paula también  se  los  sabe.  Y  los de los jugadores de la NBA.

—Mamá, por favor —le advirtió Paula.

—No,  ahora  no  te  hagas  la  modesta.  Ya  sabes,  Pedro,  que  su  inteligencia  no  se  limita a los deportes. También es una gran cocinera y...

—Mamá...

—Y  no  sólo  estoy  hablando  de  postres.  ¿Has  visto  alguna  vez  una  cara  tan  bonita?

—Mamá, por favor.

—Y  qué  tipo.  Esas  formas  tan  suaves  y  redondeadas,  perfectas  para  concebir  hijos.

—¡Mamá!

—Eso  es  exactamente  lo  que  pienso  —Pedro la  recorrió  de  arriba  abajo  con  la  mirada—. Pero teniendo una madre como usted, no se podía esperar nada menos.

—Caramba, qué hombre tan encantador.

—Sí, rezuma encanto por todos los poros de su piel —replicó Paula forzando una sonrisa.

Pedro la miró con expresión acusadora.

—Nunca me has dicho que sabías tanto de fútbol.

—Paula es muy tímida, ha salido a su padre.

—Quizá en el carácter, porque físicamente es tan atractiva como usted.

Alejandra se  sonrojó  mientras  Pedro agarraba  un  montón  de  hojaldres  y  se  los  metía de golpe en la boca.

—Están buenísimos —dijo entre dientes.

—Los  ha  hecho  Paula.  Ya  te  he  dicho  que  es  una  gran  cocinera.  Estoy  deseando ver qué nos ha preparado para cenar.

—Y  yo también  —Pedro se  separó  de  Paula para  sentarse  al  lado  de  su  madre—. Están buenísimos —tomó otro puñado de hojaldres—. Pero yo prefiero un buen guiso de carne y patatas.

—¿De verdad? —Alejandra prácticamente resplandecía mientras Paula hervía de rabia por dentro. Menudo cretino. ¿Cómo podría haberlo confundido con Batman?

—¿Podría hablar un momento contigo? —le siseó a Pedro.

—¿No puedes esperar un poco conejita? Estoy hambriento...

—Ahora —lo  agarró  de  la  oreja  para  obligarlo  a  levantarse  del  sofá—.  Ahora  mismo volvemos, mamá.

—Tomense  todo  el  tiempo  que  les  haga  falta.  Yo  también  he  sido  joven  —los despidió Alejandra.


—¿Lucas? —gruñía  Pedro un  minuto  después  en  la  cocina—.  ¿No  podías  haber  escogido un nombre, más viril?

—Lo  siento,  pero  no  estoy  acostumbrada  a  mentir  a  mi  madre.  Es  la  primera  vez  que  lo  hago.  Me  siento  muy  incómoda  y  estoy  intentando  salir  del  paso  de  la  mejor forma. Y, para tu información, Lucas no es un nombre poco viril. Lucas Bysshe Shelley es uno de mis poetas favoritos. Además, no me gustan los nombres viriles.

—Evidentemente.

—Si  no,  habría  escogido  un  nombre  de  esos  típicos,  como  Darío,  Kevin,  Bruno  o  Pedro.

—Caramba, no parece que te alegres mucho de que haya venido.

—Porque no me alegro.

—Vamos  cariño,  se  acabó  la  fiesta.  Evidentemente,  has  estado  dispuesta  a  renunciar a mucho dinero para conseguirme. Y yo me he visto obligado a venir.

—Siento todo esto... Pero tenía que hacer algo.

—¿Algo como chantajearme?

—¿Chantaje?  Bueno,  he  cambiado  las  condiciones  de  venta,  pero  eso  no  es  chantaje.

—Me refiero a Bob Barbecue,

—¿Bob? ¿Ese tipo que sale disfrazado de cerdo en todos sus anuncios?

—El   mismo,   y   mi   mayor   competidor   en   el   mercado.   Dime   que   no   has   amenazado con venderle la exclusiva a Bob si yo no aceptaba ser tu prometido.

—Fingir que lo eras, y no he amenazado con nada.

—Mira,  es  la  primera  vez  que  utilizan  esta  táctica  conmigo.  Normalmente  las  mujeres  consiguen  meterse  en  mi  casa,  se  esconden  en  la  cama,  me  esperan  en  la  ducha  o  en  el  asiento  trasero  del  coche.  Pero  es  la  primera  vez  que  recurren  al  chantaje. El pobre Diego ha tenido que soportar las amenazas de tu directora comercial.

—Yo no tengo ninguna directora comercial.

—Pues  Diego ha  dicho  que  ha  hablado  con  ella.  Se  llama  Zoe Navia,  o  algo  parecido.

—Nara. Zaira Nara, y es la que te ha abierto la puerta. Es mi contable y no... —se interrumpió al recordar a Zaira prometiéndole que todo saldría bien. De pronto,  las  piezas  empezaron  a  encajar—.  En  ningún  momento  le  pedí  que  te  amenazara, sólo que endureciera las condiciones.

—Y ha recurrido al chantaje.

—Quizá.

—Entonces tú me deseas.

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