viernes, 27 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 12

Tenía  que  olvidarlo,  se  dijo.  Y  eso  era  lo  que  quería  hacer.  Pero  entonces,  ¿por  qué  le  bastaba  ver  una  fotografía  para  sentir  aquel  nudo  en  el  estómago?  Por  culpa  de  su  desesperación,  decidió.  Estaba  tan  desesperada  por  encontrar  a  alguien  que  incluso Pedro Alfonso le parecía un posible candidato.

—... Estoy realmente impresionado con sus cuentas.

—Lo siento, ¿Qué decía?

—Que ha batido todos los récords en ventas. La tarta de chocolate en particular entusiasma a  nuestros  clientes  y  es  la  que  nos  gustaría  incorporar  a  todos  nuestros  restaurantes.

—¿Quiere decir que me está ofreciendo un contrato?

—Eso es exactamente lo que quiero decir.

En el rostro de Paula apareció una sonrisa que se apagó rápidamente.

—¿Pero? Porque hay un pero, ¿Verdad? Lo tiene dibujado en la cara.

—Un pero muy pequeño.

—Mire, lo siento, ya sé que lo mordí, pero él me pilló desprevenida.

—¿A quién mordió?

—¿No lo sabe?

—¿De verdad ha mordido a alguien?

—Um, sí, pero no le hice nada. Ni siquiera le dejé marca en la piel —se inclinó hacia delante—. ¿Entonces tengo el contrato?

—Siempre  y  cuando  Wild  Man  Ribs  pueda  tener  la  exclusiva  de  su  tarta  de  chocolate —sus palabras fueron interrumpidas por el móvil de Paula.

—Disculpe —sacó el teléfono—. Jime, ahora mismo estoy ocupada.

—No me hables en ese tono, jovencita.

—¿Mamá?

—Claro que soy tu madre. La única que tienes.  La mujer que pasó catorce horas y treinta y cinco minutos sudando y apretando los dientes para que pudiera venir al mundo esa niña que veintiocho años después me habla con tamaña insolencia.

—Lo siento mamá, ¿Qué ocurre?

—Se  me  ha  olvidado  preguntarte  la  talla  que  usa  tu  novio.  La  abuela  Rosa  me  ha pedido que la lleve de compras. Quiere comprarle algo bonito.

—Yo... —Paula se quedó sin habla. ¿De compras? La abuela Rosa odiaba ir de compras.  La  última  vez  que  había  pisado  una  galería  comercial  había  sido  seis  años  atrás, para comprar el regalo de boda de uno de sus nietos—. Oh, no.

—¿Está usted bien, señorita Chaves? —le preguntó Diego.

—Extra  grande  —le  contestó  Paula a  su  madre  en  cuanto  pudo  articular  palabra.

Diego le  tendió  una  taza  de  café  en  cuanto  la  joven  guardó  el  teléfono.  Pero  lo  último que Paula necesitaba era cafeína.

—Como le iba diciendo  —continuó  Diego—,   si  firma la  exclusiva,  estamos dispuestos a ofrecerle un suculento contrato.Y esperaba conocer a su futuro yerno.

—Contrato que tengo aquí mismo.Y pensaba llevar el regalo de la abuela Rosa.

—Si acepta, estamos dispuestos a pagarle la cantidad que se indica en el párrafo de  arriba,  además  del  suplemento  correspondiente  por  cuantos  pedidos  adicionales  tengamos que hacerle cada semana.

A través de la niebla de su ansiedad, su cerebro registró la noticia. ¡Sí! Aquello era lo que tanto había esperado. Un contrato con una cadena de restaurantes. Podría hacerse tan famosa como Alfonso El Salvaje. Beatríz Crocker iba a tener que cambiar de ciudad,  Sara  Lee  iba  a  lamerle  los  zapatos  y  Julia  Child  tendría  que  abandonar  el  negocio... ¡Claro que aceptaba!

—No sé si puedo aceptar.

—¿Perdón? —Diego Black  la  miró  estupefacto—.  Ah,  por  supuesto,  quiere  algo  más.  Es  usted  una  gran  mujer  de  negocios  —escribió  una  cifra  frente  a  ella,  pero Paula negó con la cabeza.

—¿Todavía no es suficiente?

—No quiero el dinero.

—Me temo que no la comprendo.

—El  dinero es  magnífico,   fabuloso  y  me  encantaría  poder  decir  que sí.   Normalmente lo haría. Pero desde ayer, mi vida ha dejado de ser normal. Desde que mi  madre llamó,   me   he dedicado a  tropezar  voluntariamente con  carros de  supermercado, y ayer, por primera vez en mi vida, mordí a alguien. Mi madre llega mañana y mi abuela Rosa quiere salir hoy de compras —tragó saliva—. De compras, es increíble.

—¿Perdón?

—No  importa.  En  cualquier  caso,  aprecio  la  oferta.  He  estado  esperando  una  oferta de este tipo durante mucho tiempo, pero no puedo aceptar.

—¿Podría  decirme  entonces  qué  es  lo  que  quiere  exactamente,  y  veré  lo  que  puedo hacer?

Paula rodeó la habitación con la mirada antes de contestar:

—Lo quiero a él.

—¿Que quiere qué?

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