miércoles, 11 de julio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 46

Sólo faltaba que Pedro también fuera de la misma opinión para alcanzar la perfección. Pero Paula no se hacía ilusiones. Aquel cuento finalizaría con el baile, cuando ella, Cenicienta, se marchara y no dejase a ningún príncipe angustiado por volverla a ver. El hecho de anticipar la cruda realidad apagó parte de su entusiasmo, pues despedirse de Pedro le pesaba en el alma. Él había rebosado huecos de su corazón que ni siquiera había sabido que existían. Ya nunca volverían a estar llenos, pues Pedro no se iba a permitir amarla. Al contrario, la estaba obligando a que saliera de su vida, a que viviera el cuento de hadas que él creía adecuado para ella, cuando en realidad Paula sólo deseaba vivir junto a Pedro. Lo amaba tanto... Pero tendría que mantener sus sentimientos ocultos, sobre todo, invisibles a ojos de Pedro. Él no la quería tanto como ella y, seguro, no la amaba. Tenía que decirle adiós con dignidad, fingiendo que él tenía razón y que su carrera en televisión era lo más importante para ella.

—¿Quieres bailar? —le preguntó Pedro cuando los padres de Paula se hubieron marchado.


Habían disfrutado mucho, habían asegurado, pero estaban cansados y aún les quedaba un largo camino en coche de vuelta a casa. Paula deseó poder marcharse con ellos. Bailar con Pedro era correr un riesgo estúpido. Él siempre adivinaba lo que pasaba por su cabeza... y su corazón, de modo que a Paula le resultaría muy complicado esconder sus verdaderos sentimientos. Sin embargo, rechazar aquella  invitación habría sido aún más delator; así que lo siguió hasta el centro del salón de baile e intentó relajarse mientras él la estrechaba entre sus brazos. La música era lenta y sensual, o quizá eran imaginaciones de su cabeza, que, a pesar de sus esfuerzos por mantenerse distante, no lograba ignorar el tacto fogoso de las manos de Pedro. Se deslizaban por el salón acompasados, cada vez más unidos, hasta que Paula pudo sentir el calor que el cuerpo de Pedro irradiaba a través de su ropa. La tenía sujeta con una mano por el talle y con la otra la acercaba más y más.



—¿Estás bien?, ¿estás muy cansada? —le preguntó Pedro después de un traspiés de Paula, debido a su turbación.



—Estoy bien —respondió, cuando creía que el corazón no tardaría en detenérsele.



Era la excusa que había estado esperando, pero a última hora no la había aprovechado. Le habría bastado decir que sí, que estaba derrengada, y el baile, y quizá la velada, habrían terminado. ¿Qué le pasaba? Él no la amaba, de modo que, ¿Por qué no ponía fin a aquello cuanto antes, no fuera a hacerse más daño? Se prometió que concluiría con el baile en unos pocos segundos. Antes quería grabar ese momento para guardarlo en la memoria como un tesoro. Después de aquella noche, el invierno acecharía su corazón y quizá no lo abandonara jamás.

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