Cerró los ojos y se inclinó hacia delante. Sintió su respiración y el roce de sus labios. Batman la besó en la mejilla y Paula sintió el amargo sabor de la decepción. ¿En la mejilla? ¡Eh, no había derecho!Entonces Batman la miró y ella hizo lo imposible: se estremeció. Desde la punta de los pies a la cabeza.
—¿Podríamos vernos más tarde? —preguntó el superhéroe.
¡Sí! ¡No! No podía ser él. Pero ella jamás se estremecía, y en ese momento estaba temblando. Sí, definitivamente, su madre había vuelto a hacer vudú.
—De verdad, tengo que irme —justo en ese momento, volvió a sonar su teléfono y aporrearon la puerta.
—¿Batman? ¿Estás aquí? Soy Juan, el fotógrafo. Tenemos a miles de niños esperándote.
Se miraron durante largos segundos antes de que el teléfono y los golpes los impulsaran a actuar. Paula atendió la llamada y él abrió la puerta.
—Nos veremos más tarde —le prometió.
Y desapareció dejando a Paula sorprendida y extrañamente desilusionada.
—Todavía huele a humo —Jimena, el brazo derecho de Paula y una de las mejores reposteras de Texas, entró en el despacho de ésta con un ambientador—. Ha sido una suerte que el incendio no haya afectado al equipo informático.
—Por última vez, Jimena, no ha habido un incendio. Sólo unos cuantos chispazos por no haber cortado la corriente cuando te lo he dicho —Paula fijó la mirada en la puerta que separaba su despacho de la cocina.
—¡Las llamas han llegado hasta aquí! —Jimena alzó dramáticamente los brazos—. ¡Podía haber muerto abrasada!
—No ha habido un incendio —Paula examinó el recibo dejado por el reparador—. Lo que dice Gabriel, y también lo han confirmado los bomberos, es que se trataba de un enchufe en mal estado.
—Y qué sabrán esos tipos. Los bomberos llegaron cuando lo peor había pasado.
—La estación de bomberos está a tres bloques de aquí. El camión ha llegado en un minuto y veinte segundos y Martín dice que se han enfadado bastante al descubrir que era una falsa alarma.
—Así que no era un verdadero incendio. Pero podría haber llegado a serlo. Lo único que yo he hecho ha sido tomar precauciones.
—Lo que has hecho ha sido exagerar, como siempre.
—No he podido evitarlo. He visto esas chispas y te juro que he visto pasar mi vida ante mis ojos. ¿Y sabes qué? Voy a iniciar una nueva etapa de mi vida. Se acabaron las aburridas noches de los viernes intentando mejorar una receta. Quiero empezar a vivir y voy a hacerlo esta misma noche —se volvió expectante hacia Paula—. ¿Qué me dices? ¿Quieres venir conmigo?
Paula sacudió la cabeza.
—Tengo trabajo que hacer. He perdido tres horas yendo a ese carnaval.
—¿Y cómo te lo has pasado?
Sonrió con nostalgia.
—Las tartas han sido un éxito. Mónica, la administradora del orfanato dice que con el concurso de tartas han conseguido más dinero para el orfanato que con todo lo demás.
—Magnífico. Definitivamente, deberíamos salir a celebrarlo.
Paula miró los papeles que tenía encima del escritorio.
—Pero los viernes por la noche tengo que hacer la facturación.
—Y los sábados por la noche el inventario —añadió Jimena—. Qué aburrido. Lo que tienes que hacer es salir y conocer a algún hombre. ¿Cómo piensas conocer al hombre de tu vida si no haces vida social?
—¿Has estado hablando con mi madre? —al ver la expresión de culpabilidad de Jimena, Paula suspiró—. Has estado hablando con mi madre.
—Ha llamado mientras estabas en el orfanato. Me ha dicho que el hijo de la hermana de su peluquera viene la semana próxima a la ciudad. Es dentista. Según tu madre, es el hombre perfecto para tí, y ya le ha dicho que estás deseando enseñarle la ciudad.
—¡Oh, no! —Paula hundió el rostro entre las manos.
—No te lamentes tanto. A mí me ha parecido que podía estar bien.
Paula alzó la cabeza e irguió los hombros. Llorar no iba a servirle de nada. Si su madre se había propuesto algo, sus planes saldrían indefectiblemente adelante.
—De acuerdo, ¿Qué aspecto tiene?
—¿Quieres saber cuáles han sido las palabras exactas de tu madre?
—Sí.
—Gana alrededor de cien mil dólares al año. Tiene una casa de dos plantas cerca del lago y un BMW de cuatro puertas perfecto para sus dos futuros nietos —Paula gimió y Jimena añadió—. No está mal. Un dentista y una repostera: tú destrozas los dientes y él los arregla.
—Adiós, Jimena.
—Te veré el lunes, jefa.
Paula tomó aire y encendió el ordenador. Cientos de facturas después, el reloj marcó las doce y sonó el teléfono.
—Aja. Te he pillado.
Los habitualmente eficientes dedos de Paula escaparon de las teclas. Al número total de tartas enviadas durante la semana se le sumó un montón de ceros.
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