—¿Mamá?
—Es viernes por la noche, ¿y dónde estás? Sentada en tu oficina, enfrente del ordenador.
Paula corrigió el error.
—Mamá, ¿no esconderías un micrófono en mi mesa la última vez que estuviste aquí, verdad?
—Una madre sabe ciertas cosas, querida. Estoy segura de que ni siquiera te has cambiado de ropa y que no has comido nada saludable —por supuesto, había acertado. Paula conservaba hasta la capa que Barman le había prestado—. Trabajo, trabajo, trabajo. Querida, jamás encontrarás a un hombre tan maravilloso como tu fallecido padre si sigues viviendo así.
—Mamá, no necesito un hombre. Y esta noche estoy muy ocupada. ¿Mamá, qué te pasa? ¿Estás llorando?
—Por supuesto que no —dijo su madre, terminando la frase con un sollozo—. No te preocupes por mí, estoy bien. No me importa lo que pueda decir el doctor Harris.
—¿El doctor Harris? ¿No es ése el cardiólogo que atendió a papá?
—El día que tu padre, Dios lo bendiga, nos abandonó, ya le dije a ese hombre que no necesitaba hacerme ningún análisis...
—¿Análisis? ¿Por qué cree el médico que necesitas que te hagan análisis?
—Sólo son unos ligeros dolores en el pecho. Nada importante. Todavía me cuesta creer que el doctor Harris haya tenido el valor de insinuar que puedo tener problemas cardíacos...
—¿Problemas cardíacos?
—Según el doctor, mi corazón late a más velocidad de la normal. Pero me ha dicho que procure tranquilizarme, que deje que mis hijos vivan como quiera. Que si mi hija quiere terminar siendo una solterona, yo al menos ya he hecho todo lo que he podido para evitarlo.
—Espera un segundo. ¿Estás insinuando que yo soy la culpable de tus problemas cardíacos? ¿Eso es lo que ha dicho el médico?
—Claro que no, cariño. Tú no tienes la culpa de no haber encontrado al hombre ideal y yo no puedo evitar preocuparme por tí. Una madre sabe cuándo están tristes sus hijos. ¿Y cómo quieres que no me preocupe? Mi propia hija sola, triste y...
—No estoy sola —replicó inmediatamente—. Yo... tengo compañía.
—¿No estás sola? ¿Y con quién estás?
—Estoy con un hombre, mamá —¿Pero qué diablos estaba haciendo? Se interrumpió para tomar aire—. Es un hombre muy atractivo, y soltero. Estamos... Estábamos repasando las cuentas.
—¿Es tú contable?
—¿Mi contable? Sí, digo no. Me refiero a que sí es contable, pero no es mi contable. Aunque, bueno, considerando que es mi hombre, de alguna manera también es mi contable. Cuando terminemos de revisar las facturas, iremos a dar un paseo a la luz de la luna.
—¿Cómo se llama? —la ilusión que reflejaba la voz de su madre acabó con cualquier intención de Paula de confesar que estaba mintiendo.
—¿Su nombre? Bueno es... —miró a su alrededor, buscando alguna idea—. Bueno, verás, se llama —se llevó la mano a la capa con la que se había cubierto la falda—, Batman —magnífico, Paula, se regañó a sí misma. Su madre iba a pensar que necesitaba una camisa de fuerza.
—¿Qué dices, cariño? Debe haber habido un cruce. Me ha parecido oírte decir...
La mirada de Paula voló hacia los libros que tenía en la estantería. Nombró al primer autor que leyó. ¿Lucas?—Sí, se llama Lucas. Ahora vamos a salir —se aferró a la capa y cerró los ojos, sintiéndose como si estuviera a punto de tirarse por la borda—. Deberías verlo, mamá. Es un sueño. Un auténtico sueño.
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