lunes, 23 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 5

—¿Mamá?

—Es  viernes  por  la  noche,  ¿y  dónde  estás?  Sentada  en  tu  oficina,  enfrente  del  ordenador.

Paula corrigió el error.

—Mamá, ¿no esconderías un micrófono en mi mesa la última vez que estuviste aquí, verdad?

—Una madre sabe ciertas cosas, querida. Estoy segura de que ni siquiera te has cambiado  de  ropa  y  que  no  has  comido  nada  saludable  —por  supuesto,  había  acertado. Paula conservaba hasta la capa que Barman le había prestado—. Trabajo, trabajo,  trabajo.  Querida,  jamás  encontrarás  a  un  hombre  tan  maravilloso  como  tu  fallecido padre si sigues viviendo así.

—Mamá, no necesito un hombre. Y esta noche estoy muy ocupada. ¿Mamá, qué te pasa? ¿Estás llorando?

—Por  supuesto  que  no  —dijo  su  madre,  terminando  la  frase  con  un  sollozo—. No  te  preocupes  por  mí,  estoy  bien.  No  me  importa  lo  que  pueda  decir  el  doctor  Harris.

—¿El doctor Harris? ¿No es ése el cardiólogo que atendió a papá?

—El  día  que  tu  padre,  Dios  lo  bendiga,  nos  abandonó,  ya  le  dije  a  ese  hombre  que no necesitaba hacerme ningún análisis...

—¿Análisis? ¿Por qué cree el médico que necesitas que te hagan análisis?

—Sólo  son  unos  ligeros  dolores  en  el  pecho.  Nada  importante.  Todavía  me  cuesta  creer  que  el  doctor  Harris  haya  tenido  el  valor  de  insinuar  que  puedo  tener  problemas cardíacos...

—¿Problemas cardíacos?

—Según  el  doctor,  mi  corazón  late  a  más  velocidad  de  la  normal.  Pero  me  ha  dicho que procure tranquilizarme, que deje que mis hijos vivan como quiera. Que si mi hija quiere terminar siendo una solterona, yo al menos ya he hecho todo lo que he podido para evitarlo.

—Espera   un   segundo.   ¿Estás  insinuando  que   yo  soy   la   culpable   de   tus   problemas cardíacos? ¿Eso es lo que ha dicho el médico?

—Claro que no, cariño. Tú no tienes la culpa de no haber encontrado al hombre ideal y yo no puedo evitar preocuparme por tí. Una madre sabe cuándo están tristes sus hijos. ¿Y cómo quieres que no me preocupe? Mi propia hija sola, triste y...

—No estoy sola —replicó inmediatamente—. Yo... tengo compañía.

—¿No estás sola? ¿Y con quién estás?

—Estoy  con  un  hombre,  mamá  —¿Pero  qué  diablos  estaba  haciendo?  Se  interrumpió  para  tomar  aire—.  Es  un  hombre  muy  atractivo,  y  soltero.  Estamos... Estábamos repasando las cuentas.

—¿Es tú contable?

—¿Mi  contable?  Sí,  digo  no.  Me  refiero  a  que  sí  es  contable,  pero  no  es  mi  contable.  Aunque,  bueno,  considerando  que  es  mi  hombre,  de  alguna  manera  también es mi contable. Cuando terminemos de revisar las facturas, iremos a dar un paseo a la luz de la luna.

—¿Cómo  se  llama?  —la  ilusión  que  reflejaba  la  voz  de  su  madre  acabó  con  cualquier intención de Paula de confesar que estaba mintiendo.

—¿Su  nombre?  Bueno  es...  —miró  a  su  alrededor,  buscando  alguna  idea—. Bueno,  verás,  se  llama  —se  llevó  la  mano  a  la  capa  con  la  que  se  había  cubierto  la  falda—,  Batman  —magnífico,  Paula,  se  regañó  a  sí  misma.  Su  madre  iba  a  pensar  que necesitaba una camisa de fuerza.

—¿Qué dices, cariño? Debe haber habido un cruce. Me ha parecido oírte decir...

La mirada de Paula voló hacia los libros que tenía en la estantería. Nombró al primer autor que leyó. ¿Lucas?—Sí, se llama Lucas. Ahora vamos a salir —se aferró a la capa y cerró los ojos, sintiéndose  como  si  estuviera  a  punto  de  tirarse  por  la  borda—.  Deberías  verlo,  mamá. Es un sueño. Un auténtico sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario